Vitrinas o viveros

Las ciudades históricas deben elegir entre ser vitrinas para turistas o viveros del que se beneficien nativos y foráneos

Algunas ciudades francesas, encabezadas sobre todo por Burdeos y Nimes, apostaron hace algunos años por convertir su valioso patrimonio histórico en un vivero que potenciara una vida cultural puesta al servicio tanto de sus habitantes como de aquellos que las visitaran. Siguiendo, en parte, las reflexiones expuestas por el célebre filósofo Massimo Cacciari, –que ejerció un buen número de años como alcalde de Venecia– quisieron rehuir las tendencias habituales que convierten las ciudades, con un pasado atractivo y bien conservado, solo en vitrinas y escaparates; es decir, en meros espacios museísticos para ser pasivamente contemplados por un turismo rápido y voraz. Para evitar, pues, caer en tan lamentables ejemplos, planificaron opciones más ambiciosas, para que la riqueza encerrada en un patrimonio tradicional y artístico se transformara en un vivero fértil y reproductor, que alimentase también la vida y cultura de sus respectivos residentes. Generosa hospitalidad, por tanto, con el foráneo, pero sin dejar de pensar en las necesidades de unos nativos obligados a cuidar y conservar lo propio.

Pero transcurridos ya una decena de años, las mismas fuerzas vivas que se ilusionaron por darle otras expectativas al porvenir patrimonial de Burdeos y Nimes, reconocen conjuntamente que, de momento, la opción vitrina-escaparate se ha impuesto y ha desplazado la posibilidad soñada de unas ciudades históricas, capaces de romper con la parálisis de un escenario presto solo para ser admirado por fugaces paseantes. Pero, por suerte, esas mismas fuerzas vivas que se habían ilusionado, no se resignan, de todos modos, a tan triste fatalismo. Y han vuelto, en estos días a convocar ideas, reunirse, tender puentes y reflexionar antes de aceptar que el turismo y su dinero convierta en mercancía toda la vida ciudadana. Contemplada desde Andalucía, esta angustia vital que sacude a Burdeos y a Nimes parece bien lejana. Y sorprende la falta de reacción existente en nuestras ciudades meridionales ante el mismo dilema. Se trata de una disyuntiva, la de elegir entre vitrina o vivero (son dos términos empleados en las discusiones francesas), difícil de resolver. Pero cuando menos allí se han abierto serios debates, se invita a sus pensadores a opinar, se discute, se plantean alternativas y se reflexiona. Se percibe que no dan por perdida la batalla entre atender al visitante y procurar, a su vez, que florezcan viveros culturales que ayuden con nuevos frutos a sus convecinos.

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