En el norte de Granada

La inmensa mayoría de los que por allí viven desean tener la vida en paz y no sufrir el miedo de transitar por las calles

Pareciera que se trata de otra ciudad, pero no, hablamos de Granada. No una Granada situada en algún país lejano, en la que pudiesen no ser extrañas las luchas, las rivalidades entre mafias de la droga que suelen resolverse en tiroteos y baños de sangre y multitudinarios entierros de cadáveres de gente joven. Hablamos de ésta, esta Granada situada en Andalucía. La nuestra.

Nadie parece que pudiese pensar -paseando plácidamente por El Salón, sentado al sol amable de Plaza Nueva o admirando las estancias de los palacios y jardines de la Alhambra- que aquí mismo, en el norte de nuestra geografía urbana y ciudadana, lo que fue en su inicio conjunto de barrios con especiales conflictos de diversa índole y origen, han derivado, en el devenir de los años y en la dejación de gobernantes y otras autoridades, en poco menos que una ciudad sin ley, en la que, para cultivar la marihuana; lo que se hace en niveles más que industriales; se sustrae la energía eléctrica en cantidades tales, hasta hacer que los transformadores revienten y amplias zonas de aquellos barrios se queden sin suministro durante bastante tiempo, con lo que eso supone hoy día y en todos los órdenes materiales de la vida. Pero es así.

En los últimos tres o cuatro meses se han sucedido las reyertas, por momentos verdaderas batallas peliculeras, hasta que se han puesto encima de la mesa hasta cuatro muertos, por el momento, por herida de bala o por navajazos y un buen puñado de heridos de muy diversa consideración -como se dice en las crónicas de sucesos-, alguno de los cuales aún se debate en estado crítico, cuando estas líneas escribimos, las actuaciones de la autoridad, de toda autoridad, no han sido suficientes ni mucho menos eficientes.

Y en esos barrios -no se pierda de vista- hay niños, mujeres, ancianos y gentes de mediana edad que trabajan en lo que pueden o están en el paro, pero que nada quieren tener que ver con los que se dedican a la crianza de la droga mejicana y a su comercialización a gran escala y a defender sus mercados por cualesquiera medios y formas, ante las narices de los que debieran evitarlo y a los que, no se sabe por qué razón, ni se les dan medios para la efectividad de esa lucha a la que así no pueden acudir y a muy pocos pueden defender. Aquellos barrios, también son Granada y la inmensa mayoría de los que por allí viven desean tener la vida en paz y no sufrir el miedo de transitar por las calles mientras se escuchan los gritos, los insultos, las amenazas, los juramentos y de vez en cuando el silbar de las balas y el brillo asesino y fúnebre de las navajas, escoltando a la muerte de alguna criatura. Todo eso se organiza y sucede en segundos, en medio de una aparente tranquilidad que pudiera dar al barrio aspecto de absoluta normalidad.

Aquella zona en el norte de Granada, de nuestra ciudad, vive una situación de verdadera emergencia y exige, aunque lleguen tarde, actuaciones a su escala y medida. Y seguramente, más de carácter social que represivas, aunque también. ¿O no?

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