Dicen que el río Dvina significa; en lengua urálica Komi, hoy casi inexistente ya en el norte de Europa; “río poderoso”. Y siendo éste el sexto en extensión de nuestro continente, sí es, sin duda, de los de más frías aguas que en Europa fluyen, muy especialmente en este mes, penúltimo de cada año y en el que, a su paso por Riga, la más grande población de Letonia, hoy, 29 de noviembre fue, pero en 1898, el que dio el acuático abrazo de gélida muerte al que era cónsul general de España en aquella ciudad: Ángel Ganivet y García de Lara. Hace de este óbito –que no desaparición– nada menos que ciento veinte y cinco años.

Ganivet fue uno de los más grandes pensadores de su tiempo en los territorios hispánicos. Su influencia en aquella genial, aunque triste generación del 98, fue más que notable, pues tocó vivir tiempos en que las últimas provincias de ultramar –sombra ya del imperio más grande que conocieron los tiempos– se desgajaban de la metrópoli a punta de cañones norteamericanos, en una guerra desigual en la que la armada española parecía, frente a la de aquel emergente imperio, poco menos que de juguete. Hundido en una incontenida tristeza, ausente de fuerza y espíritu moral aquel granadino, pensador de España y sobre España, admirado por artistas y escritores, amado y despreciado al tiempo por las mujeres, ahogado por los fundados celos de la suya propia, enfermo y sifilítico y afectado por esta dolencia en su memoria e inteligencia, decidió, en un instante de lucidez, lanzarse desde la cubierta de un transbordador a las heladas aguas de aquel río que, muy caudaloso pero manso y profundo en su discurso, atravesaba la ciudad bajo cuyos hielos fue enterrado al día siguiente, amortajado de riguroso y elegante frac diplomático, con cuyo atuendo recibió el abrazo eterno de la parca.

Ángel Ganivet había nacido en el número trece de la granadina calle de San Pedro Mártir, domicilio de sus abuelos maternos, el 13 de diciembre de 1865 y a los seis o siete días pasó la familia a su domicilio habitual en el número tres de la calle Darro, hoy acera del Darro, muy cerca de la esquina de la de Puente de Castañeda. Tras la muerte de su progenitor, sucedida en Dúdar cuando Ángel contaba nueve años, una serie de vicisitudes llevaron a la familia a vivir al molino del abuelo, hoy propiedad de la Diputación Provincial de Granada.

Ganivet fue verdaderamente ángel intelectual, inspirador de los escritores granadinos de su tiempo, tras el bachillerato se licenció en Filosofía y Letras y en Derecho, alcanzando el doctorado en la Universidad de Madrid. Sus obras, que renuncio a relatar ahora por lo extensa que sería su nómina, son piedra angular en la posterior historiografía filosófica española posterior. Hoy, sus restos descansan en el cementerio de San José, donde esta tarde, el Centro Artístico, con cuyos primeros años de vida tanto tuvo que ver, le rendirá público y, desde luego, merecidísimo homenaje y recuerdo ¿O no?

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