Los andaluces de hoy celebramos el Día de nuestra Comunidad Autónoma, el día de esta región española que fue la última en aquella difícil historia de la Reconquista y que, por ende, fue la postrera en incorporarse a la gran idea de la corona española, aquella idea que, naciendo en la Edad Media, se convirtió en el devenir del tiempo y en el naciente Renacimiento en lo que dio en ser España, una potencia nacional de fuerza universal como no ha habido aún otra en la historia del mundo, en la historia universal de este planeta.

Por esa razón, una granada natural en campo de plata es, fue, el penúltimo de los cuarteles –el último fue Navarra– que se añadieron al escudo de esta nación, que es el que aún hoy perdura. Granada fue el último de los reinos conquistados a la dominación del Islam por la fuerza militar y diplomática de Castilla y de Aragón que, en la tierra que hoy es Andalucía, dio comienzo comediado el siglo XIII en que se incorporan a la Cristiandad los reinos de Jaén y de Sevilla, bajo la corona de Fernando III y de su hijo Alfonso X, poeta y brillante sistematizador jurista; pero que aún faltarían del orden de casi dos siglos y medio más para que se rindiese Granada, rendición que provocó el resonar de todas las campanas en las torres eclesiales de toda la cristiandad, es decir, de toda Europa, incluido el Reino Unido, que aún no se había separado de la obediencia de Roma.

Andalucía, nombre que, como todo el mundo sabe, tiene su origen en el nombre, en lengua árabe, de la península ibérica –al Ándalus– quedó reducida, finalmente y por distribución artificial hecha en 1833 por el motrileño Javier de Burgos, al territorio que es la suma de los antiguos reinos de Sevilla, Granada, Jaén y Córdoba, redistribuidos, a su vez, en las ocho provincias actuales que son, según perviven, además de las citadas, las de Almería, Málaga y Cádiz –del antiguo reino de Granada– y otra parte de Cádiz además de Huelva. Es, como se sabe, una división que no dejó satisfechos a todos los habitantes de esta tierra, de manera que la insatisfacción aún perdura.

La figura del notario –convertido al Islam en Marruecos– Blas Infante Pérez, vino a añadir, proviniendo de un romanticismo intelectual tardío, un componente político con bastante carga nacionalista federalista, basada en una supuesta historia de Andalucía, en muy buena parte irreal, por imaginada y novelada a conveniencia de falsas ensoñaciones. Hoy tenemos la Andalucía estatutaria que tenemos, que tampoco satisface a todos, pero, dejando a un lado algunas distintas aspiraciones, que pueden ser plenamente legítimas, se está convirtiendo esta nuestra tierra en una potencia nacional de primer orden. Y eso, al fin y a la postre, beneficia a todos sus naturales y habitantes, que es de lo que se trata. ¿O no?

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