Una de las características del tiempo que vivimos se refiere a la enorme capacidad que tenemos muchas personas de creernos que sabemos todo (o casi todo), sobre casi todo. En el ámbito cotidiano me suelo referir a este fenómeno como esas situaciones en las que hacemos reflexiones y ‘juicios de barra de bar’ sobre cualquier asunto: pensiones, inflación, guerra de Ucrania, financiación autonómica, Marruecos, Níger, cambio climático, etc.

En muchas ocasiones los ‘juicios de barra de bar’ no difieren casi nada de lo que hacen muchos profesionales de la comunicación en las diferentes tertulias que abundan en los medios de radio y televisión que, casi siempre, son la fuente de la que nos nutrimos. Si a esto le unimos la influencia que tienen las redes sociales para conformar opiniones sobre los diferentes asuntos de la actualidad social, económica y política, la cuestión se hace aún más preocupante.

Sea cual sea el tema sobre el que queramos hacer un análisis o emitir una opinión, la complejidad que habitualmente entraña cualquiera de esos temas es incompatible con la información que se recibe proveniente de frases cortas de no más de 140 caracteres, de vídeos de no más de 15 segundos, de titulares de prensa impactantes pero alejados del cuerpo de la noticia o de las discusiones sesgadas (y en muchas veces interesadas), de los profesionales de la tertulia.

Como ciudadano preocupado por tener la mejor información sobre cualquiera de los asuntos que me interesan y me preocupan, encuentro una gran dificultad para disponer de las respuestas y los argumentos de mayor validez en las fuentes a las que habitualmente podemos acudir: medios de comunicación, redes sociales y otras.

Y siendo consciente que es muy probable que cualquiera de mis opiniones sobre cualquier asunto tenga un fundamento débil e insuficiente, llama la atención la seguridad con la que opinan de cualquier tema a nuestro alrededor la mayoría de mis interlocutores y de los opinadores y tertulianos.

En un tiempo de tanta incertidumbre y de gran complejidad en los temas que nos afectan, el peor enemigo es la enorme certeza y simplicidad con la que se suele abordar cualquier asunto en nuestras conversaciones, en las tertulias o en los debates políticos de las instituciones parlamentarias.

Luchar frente a lo que (en el fondo) es una nueva forma de analfabetismo creo que debiera ser una tarea prioritaria. Apostar por incrementar el conocimiento y la capacidad de análisis de la ciudadanía sobre la base de disponer y usar fuentes fiables, sería de gran utilidad para el conjunto de la sociedad. ¡Ah! Y creer en aquello de “sólo se que no se nada”.

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