Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Suculenta solera

Si algo funciona después de setenta y cinco años y cuatro generaciones, pues mejor no tocar nada

Mi querido tío cada vez que nos visita desde Barcelona no perdona regresar al bar Aliatar. Es como un ritual inexcusable. Le recuerda, como a tanta gente que pasó y vivió por Granada, los tiempos en que mis abuelos residieron en Granada y él, estudiante con lo justo, disfrutaba de esos bocatas deliciosos con precios que aún hoy parecen congelados en algún calendario añejo, como el mobiliario setentero del bar o las fotos de los grupos de camareros que desde los muros te miran desde la altura de aquellos tiempos en que aún se hacían las cuentas con tiza sobre la barra y en pesetas.

No hay nada como sentarse en su barra metálica y zambullirse en ese magma de gente que abarrota el local pidiendo su bocadillo caliente o frío, mediano o grande o casi como usted lo quiera mientras se escucha la comanda que el de la barra grita al de la plancha que, a destajo, saca y vocea como respuesta: "Un perro con 'maho'", "un parisién" o "un 'sanfransisco'", suculentos bocados de los que en un santiamén dan cuenta los del grupo de yoga de algún centro cercano o las chicas que van camino de Ganivet muy peripuestas.

Granada es su tejido comercial que no se rinde a la invasión de franquicias. Habría que, aparte de premiarlos con la Granada de oro, como es el caso, ampararlo desde lo público o mejor consumir allí para hacer patria. Yo lo hago. Suelo pedirme el de mejillones, generoso en sustancia y blando en el pan fresco a cualquier hora. Porque si algo funciona después de setenta y cinco años y cuatro generaciones de la misma familia, los Peña, a los mandos, expandidos incluso a la calle San Antón o a la Caleta, pues mejor no tocar nada. Ni tan siquiera el tamaño de las servilletas, ni por supuesto el personal ya veterano y orgulloso de dar de comer a generaciones sucesivas que hasta regresan para ver que su bar sigue ahí, junto a plaza Bibrambla, y confirmar así que hay cosas que no cambian.

Granada con su inmovilismo a veces desespera. Pero es un valor seguro y a veces hasta crece y se renueva, pero a su propio ritmo. Así parece confirmarlo don Salvador, el fundador visionario del Aliatar, que nos mira a todos desde el retrato que preside el local, contento quizás de que su fórmula sencilla y suculenta siga dando trabajo, comida, clientela y futuro, que es lo que a la larga cuenta.

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