Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Vivir en Sulayr

Hay eventos que se convierten en un clásico a poco que perduren y este festival ya ha cumplido las ocho ediciones

El atardecer en la Alpujarra deja un antídoto en el recuerdo del que da para alimentarse ya toda la semana. Así, días después de disfrutarlo, en Pampaneira, en pleno sábado y con las músicas del festival Sulayr de este año como telón de fondo, aún me llegan solos, casi sin convocarlos, los ecos de las músicas mestizas, libres, allí escuchadas entre tinaos y plazas, subiendo o bajando las cuestas por las que fluye el agua.

Hay eventos que se convierten en un clásico a poco que perduren. Y este festival ya ha cumplido las ocho ediciones, manteniendo la esencia y creciendo en espacios y poder de convocatoria. De ahí que ya muchos lo tengamos apuntado como esa cita obligada al borde de comenzar las vacaciones con esas otras músicas menos comerciales y por eso más esenciales que convocan a los que aún buscan. Y éramos cientos, o miles.

Junto a la iglesia lindante con la plaza del pueblo, dando buena cuenta de una pizza frita al estilo napolitano, con una coca-cola vegana en la mano y la visión tan dulce de aquella pintora que se afanaba en raptar al tiempo el momento irrepetible de aquella misma pequeña gran plaza, vi pasar familias enteras con niños sin móvil y, tal vez por ello, bien vivaces y alerta y hasta, en fin, algún paseante remedo de un Légolas con su cervecita en la mano.

Pausa, música, armonía entre el gentío, saludos a Nelia Reyes –alma máter de este Sulayr tan necesario– con la gracia en la voz y el oído de ‘La Moni y Manuel’ o la simpar ‘Lamaar’ y así, tan pleno y ufano, dejar que llegue la noche para resonar con la trova sincopada y cañí del ‘Niño del Albaicín’ a punto ya de partir de regreso a la urbe, más lleno y más convencido aún de que lo bueno luce por sí mismo, como este Sulayr vital que insufla vida más allá del turismo allí donde hace falta, en ese Poqueira cada vez más vacío.

Una Alpujarra exultante de vida dejé atrás cuyo foco de atracción era la cultura y las ganas de disfrutar de la música y compartir las costumbres de antaño.

Eché de menos la iglesia abierta de par en par a compartir con su pueblo de Dios ese bullicio, pero daba igual si veías que el espíritu que todo lo anima se reflejaba en los rostros cómplices de los cantantes, los abrazos de los reencuentros de los conocidos que ya se citan allí arriba, cerca de la cumbre, más alto y más lejos, que es adonde debemos tender para crear algo.

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