Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

La batalla de Candel

Tenía razón, nada más que la razón del que sufre por todos para lograr los dos hospitales que sí que nos merecíamos

Ovaciones en ráfagas de un público más que respetable despidieron al mártir de las administraciones el pasado viernes en la céntrica plaza de la Fuente de las Batallas, verdadera y actual ágora granadina desde que Bib Rambla o Plaza Nueva fueron ocupadas por el turismo y sus mesnadas.

Un héroe ciudadano Candel sin más etiquetas que la heróica muerte que ha sufrido a manos del cáncer que nada menos que un médico de urgencias no pudo superar, enfermedad a todas luces sobrevenida -en diagnóstico del vulgo- en virtud de la psicosomática derivada de aquella lucha desigual de un Jesús anónimo contra la razón de Estado y sus miserias de la era socialista.

La gente 'normal' también tiene sus cruces aunque no sean parte de ninguna minoría a la que privilegiar para proteger. Esa gente común sabe bien de listas de espera para ser operada, de ser tratada como un simple número por médicos saturados de papeleo e inspecciones con salarios sorprendentemente bajos para su altísima cualificación, como la tuvo Jesús Candel, nuestro David que a pedradas verbales luchó contra la prepotencia administrativa que no quería entender ni escuchar más argumentos que los propios, los de la razón política, los que le venían desde arriba, en una lucha muy desigual entre administración y administrados que ha devenido, finalmente, en resultado de muerte en la que se conoce perfectamente al autor.

Candel fue víctima real con tintes épicos, bélicos y literarios que, como en todo proceso sin garantías, se ha cobrado la vida del que siempre tiene que morir: el chivo expiatorio, el que asume en sí y en su biografía la lucha sin cuartel entre individuo con rostro reconocible y esa masa anónima que se organiza en burocracias deshumanizadas en las que la atención a la persona queda supeditada a los presupuestos sin alma.

Un sentido adiós tan espontáneo como las diatribas de un hombre herido por la injusticia cotidiana de este mundo que le superaba y en el que solo pudo ser esa voz discordante que al final sí que tenía razón, toda la razón, y nada más que la sencilla razón del que sufre por todos para conseguir los dos hospitales que sí que nos merecíamos.

En paz descansa un hombre bueno al que todos despedimos con la gratitud elemental del que sabe que alguien luchó por lo que todos sentimos.

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