El termómetro

Enrique Novi

enriquenovi@me.com

De plagios y endogamias

En 2011 el que era el miembro más valorado del Gabinete de la canciller Angela Merkel, Karl-Theodor Zu Guttenberg, ministro de Defensa de 39 años considerado una apuesta de futuro por su carisma, su valía política y su tirón mediático -para muchos en meteórico ascenso hacia la cancillería-, se vio obligado a dimitir tras ser acusado de haber plagiado su tesis doctoral. Solo dos años después, otra de sus ministras, Annette Schavan, titular de Educación y amiga de Merkel, hubo de seguir sus pasos después de que la Universidad de Düsseldorf le revocara el título de doctora por los plagios detectados en su tesis "de forma sistemática y premeditada". A los pocos meses fue acusado Norbert Lammert, presidente del Bundestag, aunque en este caso sin consecuencias, y en 2015, como una pesadilla recurrente, Ursula von der Leyen, ministra de Defensa, también con gran proyección, e igualmente uno de los nombres más citados como posible sucesora de Merkel, fue acusada de haber plagiado más del 43% de su tesis.

A ello se sumó la crítica de la Universidad de Stanford, que negaba que Leyen hubiera recibido créditos de esa universidad, como se reflejaba en el CV que la ministra tenía publicado. A pesar de todo, von der Leyen continúa actualmente ocupando su cartera. Estos y otros casos en diversos países se han citado frecuentemente para compararlos con la aversión a renunciar a sus cargos que tienen los políticos españoles cuando se descubren irregularidades o ilícitos de mayor trascendencia. No hace falta recordar los muchos casos que han salpicado las páginas de nuestros diarios porque todos los tenemos bien frescos en la memoria. Pero una cosa es el mundo de la política y otra muy distinta el ámbito universitario, en el que integridad intelectual y la deontología profesional de los investigadores debería gozar de especial respeto y protección.

Resulta muy poco edificante el espectáculo que nos está ofreciendo durante demasiado tiempo el empecinado rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Fernando Suárez Bilbao, cuyo flagrante plagio de obras de sus colegas hemos podido comprobar todos. Se agarra el ínclito rector para negarse a asumir su responsabilidad a dos falsedades constatables. Primero denuncia una campaña de difamación y acoso -que aunque existiera no anularía el hecho incontrovertible de la copia-, y a que no existe plagio sin lucro. Y casi peor es el cierre de filas en torno a su figura que desde su propia Universidad y por parte de muchos de sus colegas se está generando, y que evidencia el corporativismo y la endogamia que todavía rige el mundo universitario, por encima de la honestidad intelectual.

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