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Crítica de arte

La imagen suprema del Carnaval

Una foto de Kiki con el pregonero de este Carnaval, El Sheriff, que canta con su chirigota ‘Cai no tiene cura’ (1989).

Una foto de Kiki con el pregonero de este Carnaval, El Sheriff, que canta con su chirigota ‘Cai no tiene cura’ (1989). / Jesús Marín

Era necesaria otra buena exposición en la Casa Pemán. Pocas buenas han existido y se echaba en falta importantes propuestas como la presente. Nos encoge el alma de aficionado viejo comprobar cómo un espacio expositivo tan importante, con la falta de buenos proyectos artísticos que existen en la ciudad, con la gran cantidad de especialísimos hacedores que trabajan en la soledad de sus estudios anhelando sitios adecuados para canalizar y descubrir sus manifestaciones, una sala en el centro de Cádiz, con magníficas calidades museográficas, permanece la mayoría del tiempo ajena a la realidad artística y vacía de buen contenido expositivo. Nos parece que hace una eternidad que Carmen Bustamante llenara de magnificencia pictórica los espacios de la Plaza de San Antonio con una gran muestra. Desde entonces, poco o nada más. Ha tenido que llegar el tiempo del Carnaval para que la Fundación Cajasol llenara de contenido artístico una sala que está casi perdida expositivamente para una ciudad y una provincia con una nómina de importantes creadores que ven cómo la antigua casa del escritor poco aporta al engranaje artístico de la ciudad. Claro que tampoco se necesitan muestras de pobreza absoluta y autores de escasas luces para cumplir un expediente. La importancia del espacio y la categoría artística que la entidad tuvo en su momento exigen criterio, mucho criterio, claridad de ideas y solvencia para administrar con rigor tan magnífico espacio. Pero la realidad manda y la fotografía protagoniza una exposición que está al margen de las pobres actuaciones en torno a lo artístico que se suceden en una Fundación que está y ha estado muy implicada con Cádiz y su área de influencia.

Que Joaquín Hernández Kiki ha sido el relator gráfico de la ciudad de Cádiz durante más de cuarenta años es conocido por todos en todos los ambientes ciudadanos; toda una vida poniendo cara a la realidad desde las páginas de Diario de Cádiz. Ha retratado la vida de Cádiz; ha sido testigo de sus circunstancias, de sus anhelos, de sus tristezas, de sus episodios íntimos y los que relumbraban al exterior y nos lo ha hecho visibles. Nos ha marcado el rumbo vital de Cádiz; nos ha enseñado las luces y las sombras, el deterioro y el esplendor, las miserias y los gestos deslumbrantes y, sobre todo, ha dado imagen eterna al Carnaval, a su gente, a su indiscutible realidad popular.

Kiki que, además de fotoperiodista, es fotógrafo fotógrafo; es artista total, que capta la esencia de las cosas y de las gentes; que sabe ofertar, con suma entidad plástica lo que nos rodea para dotarlo de entidad y dimensión artísticas. Sin embargo, la exposición de Cajasol, comisariada por Javier Osuna, nos ofrece al Kiki más fotoperiodista, al informador gráfico que patea la ciudad cámara en ristre buscando la noticia para argumentar con imágenes una realidad, los gestos preclaros de lo real y sus circunstancias, que, en la mayoría de los casos, pasan desapercibidos para el ojo no acostumbrado de casi todos. En esta muestra, Kiki nos vuelve a situar ante los esquemas inquietantes del Carnaval -algo que lleva haciendo toda la vida y que dejó para siempre en un libro que es pura referencia: ‘Carnaval de Cádiz retratado por Kiki (1976-2011)’- y que, ahora, lleva a cabo para mostrar el Carnaval en la década de los años ochenta; aquella década que inició -según dicen los entendidos- el Carnaval moderno y que se abrió a un tiempo de esplendor que dejaba atrás sombríos momentos que se querían olvidar. Kiki recoge el ambiente de una ciudad enfrascada, con ansia desmedida, en aquel tiempo de inquietud y de mucha expectación existencial. El Carnaval era, entonces, como la vida; se tenía ganas de que se abriese a una nueva dimensión. Kiki capta el momento, el pueblo, la alegría, el misterio, la ciudad seria y necesitada, el ansia de vivir. Y, además, la esencia de ese Carnaval que conservaba los viejos esquemas pero quería nuevas realidades. El Peña y el Masa en aquella ‘Boda del siglo’ genial y transgresora; El Libi rompiendo esquemas, ‘Los cruzados mágicos’, maestros de tantas cosas; los pregoneros -los buenos y los malos- El Loco, Alberti, la Jurado...; la cabalgata, ‘Las momias de güete pa guá los niños’, los coros en la Plaza; en definitiva, una realidad que fue y que sigue, que será eterna y referencia absoluta para captar la esencia de un Carnaval eterno. Ese es Kiki, Cádiz en estado puro.

Muy buena exposición en la Casa Pemán. La historia de Cádiz en una de sus parcelas más íntimas se nos presenta en la obra de quien mejor conoce los entresijos de la ciudad; artista que es notario; notario que crea arte sublime, que eleva lo habitual a una dimensión inalcanzable

Joaquín Hernández Kiki vuelve a situarnos ante la historia viva de Cádiz, esa que es consustancial con la realidad del pueblo, con el pueblo mismo. El Carnaval retoma su existir. Kiki lo eterniza en imágenes, lo manifiesta dejando su suprema potestad popular para que el ayer sea una constante hoy que abre las perspectivas de un siempre sin retorno.

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