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Crítica de arte

Mismo contenido, nuevo continente

El pintor gaditano Cecilio Chaves ante algunas de las obras de su exposición en la galería Benot.

El pintor gaditano Cecilio Chaves ante algunas de las obras de su exposición en la galería Benot. / Jesús Marín

Afirmó Marcel Proust que ‘Vista de Delft’ del pintor holandés Johannes Vermeer era “el cuadro más bello del mundo”. Un poco exagerado sí fue el autor de ‘En busca del tiempo perdido’. Aún siendo un bello paisaje, no creo que llegase a tanto la buena pintura de aquel que conquistó la fama después de haber pintado sólo treinta y pocas obras; alguna como ‘La joven de la perla’ uno de los cuadros indiscutibles del barroco europeo. Pero siguiendo en la estela del escritor francés y su hiperbólica afirmación, sí es verdad que la pintura de paisajes urbanos ha sido una constante a lo largo de la historia del arte, teniendo, en algunos momentos, una importancia capital –la pintura veneciana, Canaletto y sus seguidores, aquellos vedutistas que dejaron constancia fidedigna de la realidad urbana; después los impresionistas y sus paisajes parisinos; más tarde, ya metidos en las vanguardias, Marc Chagall o George Grosz o, el paisajismo americano con Richard Estes a la cabeza; sin olvidarnos del realismo supremo de Antonio López y su ‘Gran Vía’, por citar sólo un ramillete de grandes hacedores-. No obstante la pintura de paisajes urbanos, últimamente y por culpa de una incesante repetición, con malas argumentaciones, no ha tenido, ni tiene, unos desarrollos demasiado atractivos. Se ha copiado mucho y mal y se han realizado manifestaciones de un realismo de andar por casa, nada acertadas y de escasa enjundia creativa. Por eso, para que una pintura urbana sea atractiva en estos momentos tiene que tener unas consideraciones de muy altos posicionamientos plásticos, estéticos y, por supuesto, artísticos.

Viene esta pequeña introducción para contextualizar la pintura de Cecilio Chaves y su exposición en la que es casi su galería de referencia. Porque para que la pintura de paisajes urbanos atrape la mirada y capte la atención de los buenos aficionados debe estar poseída absolutamente de los más rigurosos y serios planteamientos. Por eso, formular una pintura sobre el paisaje de Cádiz debe tener muy buenos argumentos pictóricos para que sea atractiva, para que ofrezca convincentes registros artísticos, para que no sea lo mismo de siempre y para que encuentre un acomodo consciente en las convulsas y complejas aguas del arte actual.

Cecilio Chaves es un buen pintor. Premisa inequívoca de la que hay que partir. Eso casi nadie lo pone en duda. Lleva tiempo demostrándolo. Siempre ha sido un acertado autor de paisajes urbanos a los que ha sabido darle un especialísimo sentido representativo. En un principio pintaba unos poderosos paisajes industriales donde aparecían unas zonas portuarias de apasionada formulación plástica; escenas contundentes que descubrían a un artista con buenos planteamientos pictóricos. Después su pintura se hizo más íntima y consiguió posicionarse en una dimensión particular con vistas aéreas del entramado callejero. Aquí obtuvo un máximo reconocimiento y su pintura de las azoteas gaditanas eran reclamadas y acaparadas por aficionados, coleccionistas o, simplemente, amantes de una pintura con muy buena factura. Pero, como ocurre tantas veces llevadas por voces poco informadas y por opiniones mal acondicionadas conceptualmente -no me voy a meter en los maledicentes que pretenden crear espurios estados de opinión siempre contrarios a una norma cierta- su pintura ha sido encasillada en aquella que transcribe simplemente un paisaje de azoteas. Son los arbitrarios desenlaces de una opinión artística siempre interesada y sujeta a evaluaciones a contracorriente poco justas; así como los comentarios envidiosos de una profesión cainita con miembros de egoísmos exacerbados. El pintor gaditano ha demostrado suficientemente que su producción va más allá de argumentos únicos.

La exposición de Cecilio Chaves en Benot nos vuelve a situar en los paisajes aéreos tan característicos en su pintura. De nuevo nos encontramos con esa solvencia pictórica, con esa representación acertada de una realidad que él controla y sabe llevarla a una dimensión muy bien acondicionada donde el caserío de Cádiz encuentra un sabio acomodo artístico. Su pintura, se abre a unos encuadres que potencian la simple ilustración de lo real. La figuración se magnifica, al tiempo, que busca unos formas volumétricas que van más allá de lo que la mirada encuentra, creando un paisaje diferente, tremendamente personal y acusador de una pintura sobria y acertadamente ejecutada. Porque las azoteas de Cecilio Chaves se apartan de las simples pinturas urbanas. Su poderosa manifestación espacial, su contenida estructura cromática con la luz yuxtaponiendo un nuevo desenlace lumínico y su atractiva disposición ilustradora de una realidad con infinitos matices, nos abren una nueva perspectiva en una pintura figurativa que el pintor asume con una gran particularidad.

Pero la muestra no se detiene simplemente en esas azoteas que son la línea argumental de su pintura. Para esta ocasión el artista compone en sus obras una especie de escenografía que abre más las posiciones representativas del paisaje y crea unos estamentos plásticos que son nuevos registros acumulativos a esa realidad representada. El espectador se va a encontrar con una nueva disposición estructural en las obras. El contenido sigue manteniendo su sentido pero el continente queda sometido a un juego de estructuras que rompen la propia linealidad del paisaje representado.

La pintura de Cecilio Chaves sigue manteniendo su poderoso concepto pero abre nuevos espacios conformantes. Me queda una duda. No sé si el espectador habitual de la pintura del artista va a comulgar con ese nuevo sistema organizativo. El tiempo lo dirá.

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