Crónicas del Trienio en Cádiz

La prensa gaditana en el Trienio Liberal

  • Un repaso al profuso panorama periodístico nacido del decreto de la libertad de imprenta, con publicaciones altamente politizadas y partidistas

Encabezamiento de ‘El Constitucional de Cádiz’ del 19 de mayo de 1823.

Encabezamiento de ‘El Constitucional de Cádiz’ del 19 de mayo de 1823.

El decreto sobre la libertad de prensa, promulgado por las Cortes el 10 de noviembre de 1810, supuso para el periodismo una fuerza de dimensiones insospechadas, pues, hasta entonces, la prensa había estado controlada por el Gobierno y por la Inquisición sin que, dato curioso, existiese un criterio determinado de censura. Más bien, era la subjetividad de los propios censores la que dictaba las normas que debían observarse.

Tal fue la importancia que se concedió a este hecho de la libertad de prensa, que el diputado Argüelles lo calificó de “acto de fortaleza y sabiduría”, aunque, a renglón seguido, expresó su temor ante la posibilidad de que se pudieran valer de ella aquellos que quisieran desvirtuar las instituciones liberales. En parecidos términos se expresaría también el economista y pensador asturiano Álvaro Flórez Estrada, ante el temor de que se propagaran “malas doctrinas y calumnias”.

Con grandes dosis de agresividad y a veces con gran ingenio, la mayor parte de la prensa empezó a ser ya un fiel reflejo en la disputa entre liberales y partidarios de las ideas absolutistas, hasta el punto de erigirse prácticamente Cádiz como la cuna del periodismo político en España. Desde este punto de vista, los periódicos se mostraron como órganos oficiosos de determinadas parcelas de una opinión pública que ya empezaba a sensibilizarse con los acontecimientos de la vida política española.

Indudablemente, fueron los periódicos liberales los que levantaron más polémicas, con ataques contra el absolutismo que, en muchas ocasiones, adquirieron gran virulencia, sin descontar sus diatribas anticlericales. Por su parte, la prensa antiliberal, también se expresó con gran dureza frente a sus contrarios, criticando continuamente la libertad de imprenta (“raíz de los grandes males del momento”) así como, en general, toda la obra general de las Cortes.

Sin embargo, acabada la Guerra de la Independencia, quedó abolida la Constitución y todas las libertades que se habían conseguido, entre ellas la de la imprenta. Por consiguiente, el 16 de mayo de 1814 se dejaron de publicar los periódicos, incluso una publicación caracterizada por su buen hacer profesional como el ‘Diario Mercantil’, que no reaparecería hasta el 1 de septiembre de 1816. Caso curioso, a pesar de todo, fue el del ‘Mercurio Gaditano’, publicación de cierta ambigüedad ideológica, que, sorteando esta situación, se publicaría entre mayo y octubre de 1814.

La nueva prensa tras la Revolución de 1820

Si apasionada y polémica fue la prensa en la época de las Cortes doceañistas, que dejó consagrado el compromiso entre liberalismo y periodismo, más agresiva fue la correspondiente al Trienio. Esta nueva singladura constitucional se caracterizó no sólo ya por el clásico enfrentamiento entre liberales y absolutistas, sino que entre los mismos liberales se produjeron notables diferencias, lo que supuso la aparición de las primeras fisuras del naciente liberalismo español.

Sin embargo, para hacernos una idea certera de la importancia de esa prensa liberal, conviene hacer notar una notable excepción bajo la forma de una publicación aparecida a principios de 1820 en San Fernando, ‘La Gaceta Patriótica’. Entre el 1 de enero de 1820, pronunciamiento de Riego, y el 10 de marzo, proclamación de la Constitución en Cádiz, se produjo un período de tremenda confusión con parte del Ejército sublevado frente a un Gobierno que no daba su brazo a torcer. En este contexto debemos situar dicha ‘Gaceta’, órgano de propaganda del Ejército Constitucional, creada por el diplomático gaditano Antonio Alcalá Galiano y por el teniente coronel Evaristo San Miguel. Comenzó a editarse dos veces por semana, no desaprovechando ocasión y método alguno para atraer la opinión pública a la causa revolucionaria, lo que dio lugar a toda una serie de comunicados y manifiestos dentro del más clásico estilo de lo que llamaríamos una “guerra psicológica”.

Una vez que el Rey juró la Constitución el 7 de marzo de 1820 y volvió a estar en vigor el decreto de libertad de imprenta, la prensa perdió su carácter minoritario para pasar a ser un órgano de opinión que, dado el afán de proselitismo propio del momento, llegó a todos los sectores del país, incluso a los casi analfabetos, con significativos grabados en los que “las imágenes de la Constitución bienhechora” o del “monstruo del absolutismo” habían de meterse forzosamente por los ojos. Resulta chocante comprobar las cotas de agresividad y violencia que alcanzaron algunos periódicos del momento, pues en estos tres años proliferó toda una prensa acusadora, denunciadora y, frecuentemente, enzarzada en fuertes polémicas a través de un buen número de publicaciones.

Una variante derivada de la prensa, o mejor, complementaria de ella, la constituyó un género muy peculiar que comprendió sátiras y coplillas políticas. Las críticas, las denuncias, más o menos fundamentadas, los enfrentamientos personales a través del libelo... todo esto halló su más certero eco en este género menor, dentro del cual nadie comprometido a favor o en contra del sistema liberal se salvó de ser censurado o, al menos, cuestionado.

Reflejo de las pasiones políticas

Aunque es elevado el número de publicaciones, la mayor parte de ellas de muy corta duración y aparte del ya aludido ‘Diario Mercantil’, mencionamos también periódicos de títulos tan significativos como ‘El Celador de la Constitución’, ‘La Constitución y sus leyes’, ‘El Coco burlesco’, ‘El Correo Mercantil’, ‘El Publicista Gaditano’. También reapareció ‘El Redactor General’, que progresivamente fue pasando a posturas más radicalizadas. Destacan, asimismo, ‘La Aurora del Comercio’, preocupada por el estado del comercio gaditano que halló constante eco en la prensa, bien sea por numerosos artículos enviados por particulares o bien por publicaciones que específicamente se encargaban del tema. A esta finalidad corresponde este periódico, que llegó a hacer una llamada a los comerciantes de la ciudad para que, juntos, trataran de buscar soluciones satisfactorias “unidas a la máxima información sobre materia comercial y económica que este periódico naciente se compromete a proporcionar”. ‘La Miscelánea del Comercio, Artes y Literatura’, que intentó buscar una solución al problema americano, considerando la independencia como un hecho consumado y sacando, como conclusiones válidas, la conveniencia de obtener el máximo provecho en la nueva situación. Para ello se basaba en la “claridad en las instituciones” y, con ello, “estrechar lazos con los americanos”, pues todavía este periódico abogaba por que la independencia de las colonias no se consumara definitivamente. Capítulo aparte merece el periódico titulado ‘La Sociedad Médico-Quirúrgica’, una publicación caracterizada simplemente por su matiz científico, permaneciendo prácticamente al margen de las disputas políticas.

A partir de julio de 1822 llegó al poder el liberalismo más radical, “los exaltados”, si bien en los primeros momentos se deja ver una cierta contención moderada en sus gobernantes. La nota predominante en la prensa fueron las discusiones políticas, fundamentalmente entre los mismos liberales así como el ataque personal y, como consecuencia de ello, la intervención frecuente de la censura, vista por muchos como verdaderos ataques a la libertad de expresión.

La prensa reflejó la inquietud del momento, aumentando y radicalizando las polémicas, ahora con más intensidad, toda vez que la escisión en el seno del liberalismo se hubo consumado. A partir de aquí, moderados y exaltados, a través de sus respectivos periódicos, se lanzaron a una campaña de descalificaciones y acusaciones mutuas, todo ello dentro de un tono agresivo y provocador. La prensa moderada fue tachada de reaccionaria y de poner en tela de juicio la actuación de los radicales, a los que se veía como los causantes, poco más o menos, de todos los males de España. Continuando con su crítica despiadada, hasta el ‘Diario Mercantil’ cita a “hombres que a boca se titulan zuidadanos” y gritan “semos libres por la Constitución”. Incluso, los estudiantes de Medicina tomaron partido en estas revueltas, “hubo días pasados muy acalorados... trancazos largos se repartieron y el tal colegio es un infierno abreviado”.

Una ‘llamada de atención’

En definitiva, fueron incluso los propios editores de periódicos quienes se convirtieron en el centro de las polémicas suscitadas, con continuos ataques entre ellos mismos. De particular significación fue la controversia surgida en tomo a Clararrosa y su ‘Diario Gaditano’. Este singular personaje, en realidad el clérigo Juan Antonio Olavarrieta, fue uno de los más populares del Trienio gaditano, convirtiéndose con sus extravagancias y forma de vida en una de las figuras más polémicas. A través de su ‘Diario’ ejerció una contumaz crítica contra los desafectos al sistema, “encargado, como periodista, de la fiscalizada de cuanto ocurra por deber de su destino”, según llegó a afirmar en cierta ocasión. Resultaba evidente, pues, su particular compromiso con la causa constitucional, orientado a atacar a todos los que no estuviesen de acuerdo con sus peculiares ideas y a ensalzar la libertad de prensa. Sus continuos ataques dialécticos culminaron con su definitiva condena a ser encarcelado, acusado de desestabilizar el sistema. Murió poco después, lo que causó gran revuelo en Cádiz, seguido de un entierro algo estrambótico en medio del clamor de sus seguidores. Su legado lo recogería otra publicación de signo parecido, ‘El Constitucional de Cádiz’.

Dentro de este ambiente apasionado se publicó también el ‘Zurriago Gaditano’, muy influenciado por el pensamiento de Félix Mejía, a quien pronto se le acusó de “batir a los gobernantes, a las Cortes y a los individuos que gozan la confianza pública”.

Incluso, otros periódicos exaltados, como ‘El Gorro’ y ‘El Perrito’, llegaron a poner en duda la inviolabilidad del Rey. No obstante, estas posturas trataron de justificarse “en un tiempo en que a las razones se da el título de insultos y a las verdades de desvergüenzas”. La prueba más elocuente de hasta qué grado de radicalización habían llegado estos enfrentamientos la tenemos en una orden emitida por la primera autoridad política de la provincia, el gobernador Gutiérrez Acuña. El 12 de febrero de 1823, “ansioso de no omitir medio alguno para restablecer la unión en el pueblo de Cádiz”, invitaba a los editores de los periódicos de la capital “a que sacrifiquen una parte de la libertad de imprenta” y se esforzaran en convertir sus escritos a “exhortar a la unión de todos los partidos y sofocar pasiones particulares”.

Fue en los momentos finales del Trienio cuando la prensa, que hasta aquí se había distinguido fundamentalmente por esas disputas entre los mismos liberales, decidió cerrar filas ante la nueva situación adversa. Con el Rey, el Gobierno y las Cortes tras los muros de Cádiz, asediada de nuevo por los franceses en el verano de 1823, lo que se denunciaba ahora era la invasión extranjera con el Duque de Angulema al frente. (Los Cien Mil Hijos de San Luis). Como es de suponer, la mayor parte de los periódicos gaditanos no escatimaron los más diversos epítetos denigratorios contra los invasores: “Cuadrilla de pícaros y ladrones”, “defensores de la Inquisición y del absolutismo”...

A todo ello hubo que añadirse la ‘Gaceta del Gobierno’ que, desde que llegó Fernando VII a Cádiz en junio de aquel año, comenzó a editarse en la ciudad. Pero, por encima de cualquier otra apreciación, está el valor de la prensa como mantenedora de la moral del pueblo, empeñada en presentar una optimista situación que distaba bastante de la realidad, habida cuenta de que la causa constitucional acabaría claudicando el 1 de octubre de 1823.

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