Cuando he entrado en iglesias desacralizadas he sentido una enorme desolación, aunque tuviesen un uso museístico u otro de interés cultural. Y ahora que el Convento de las Vistillas de Granada ha sido vendido a la orden inglesa Nueva Tradición Kadampa por 2,5 millones, para convertirse en un templo budista, con centro de meditación, cafetería y jardines abiertos, he sentido idéntico pesar.

Y es que, si sigue adelante tal proyecto en dicho convento –fundado en 1538, y que ha sufrido expoliaciones y perdido más de 200 obras, recuerden la Santa Margarita de Cortona o el Crucificado de Pablo de Rojas–, va a terminar definitivamente desacralizado y desmontado como patrimonio material e inmaterial que todavía conserva, para destinarse a otros usos distintos del propio, suponiendo otro revés más a las tradiciones culturales granadinas.

Vaya por delante mi máximo respeto al budismo, que no es el problema. El problema que termina con la venta de un patrimonio que pertenece a todos los granadinos desde hace 485 años, es que en Granada las instituciones no velan por preservar nuestros BIC ni nuestras tradiciones.

Porque el Convento de las Vistillas no es sólo patrimonio particular, es Patrimonio Histórico-Cultural, cuyo disfrute nos pertenece a todos, correspondiendo a los poderes públicos garantizar la conservación y promover el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad (art.46 CE), lo que ahora no está sucediendo.

Es comprensible que los propietarios quieran vender, pero tratándose de un BIC ¿dónde están nuestras Administraciones ejercitando los derechos de tanteo y retracto para que este convento no salga del patrimonio ancestral de los granadinos?

Y es que, además de pertenecer a nuestro patrimonio histórico-artístico, este convento también es patrimonio etnográfico de todos los granadinos, expresión viva de nuestra cultura y religión tradicionales –se sea o no católico–, simbolizando nuestra organización social tradicional, siendo pues también deber de nuestras Administraciones proteger su valor histórico y cultural basándose en que es parte intrínseca de nuestros modos de vida y de los de nuestros ancestros.

Aunque la transformación en equipamientos culturales de muchos conventos puede ayudar a la supervivencia de órdenes religiosas, ello no debería nunca aparejar una completa desacralización católica. El destino conjunto a actividades religiosas y, por ejemplo, a un museo sobre el barroco granadino o nuestra Semana Santa podría ser una solución viable para el Convento de Vistillas, pero no su completo desarraigo de nuestras tradiciones religiosas. En Sevilla nunca se permitiría. Los granadinos tampoco debemos permitirlo.

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