Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Pina, uno de los nuestros

Ya lo dijo Vicente Calderón: "El fútbol es bueno para que la gente no piense en otras cosas más peligrosas"

El murciano Enrique Pina, alias Quique, fue un futbolista discreto que se reveló luego como un atleta de los negocios: compró y vendió jugadores y equipos y logró el milagro de amar y ser amado en distintas tierras. Tras tomar el control del Granada, convirtió a la ciudad en su segunda patria y la adoró con idéntico fervor al que profesó Jesús Gil a Marbella. Pina devolvió al equipo a Primera División después de siete lustros de rumbo errático y se convirtió de inmediato en uno de los nuestros, en un personaje que desataba la adhesión ciega de las masas. Durante años los aficionados disfrutaron viendo a Messi, a Cristiano Ronaldo o a Nolito, no tuvieron más ojos que para lo que sucedía en la cancha, pero el verdadero espectáculo tenía lugar a sus espaldas. En el campo se jugaba, en el palco se cerraban negocios fabulosos y en las gradas se llamaba cabrón al árbitro o se gritaba "puta Barça, puta Cataluña" con la misma pasión que en otros estadios se entonaba el himno nacional o Els segadors. Mientras la afición permanecía hechizada con la suerte del equipo, él se hacía inmensamente rico. El Granada ganaba, perdía o empataba, pero Pina siempre marcaba. Lo hacía de tacón, de volea, de chilena, con el empeine, a pie cambiado y, sobre todo, con la cabeza. Ya lo dijo Vicente Calderón, el que fuera presidente del Atlético de Madrid: "El fútbol es bueno para que la gente no piense en otras cosas más peligrosas".

Desde que Joao Havelange aprovechara la presidencia de la FIFA para globalizarlo y transformarlo en una portentosa industria transnacional, el fútbol constituye la metáfora de una sociedad distraída, atenta al menú de los reyes, a las desventuras amorosas de actores y cantantes efímeros o a las sandeces de los protagonistas de Sálvame, al tiempo que permite ignorante que seres más despabilados o codiciosos amasen dinero a costa de su ruina. Para mí, como para Franz Beckenbauer, el mejor líbero de la historia, el balón sigue siendo "la más importante de las cosas sin importancia". Pero hay días, como el de la detención por presunto blanqueo de capitales de Enrique Pina, alias Quique, en los que echo de menos el coraje de Jorge Luis Borges. El autor de Ficciones despreció el fútbol y dictó una conferencia sobre la inmortalidad en Buenos Aires a la misma hora en que Argentina debutaba en el Mundial del 78. El que celebró y ganó en casa.

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