El río de Oro

¿Cómo sería Reyes Católicos con el río Darro desenterrado?
¿Cómo sería Reyes Católicos con el río Darro desenterrado?
Antonio Cambril

22 de mayo 2019 - 13:11

Luis Salvador acierta cuando se equivoca. El lunes, en el debate electoral celebrado en TG7, cuando me oyó la propuesta de desenterrar el Darro a su paso por Reyes Católicos, dijo que pretendo “abrir la ciudad en canal”. Acertó. De eso se trata, de recuperar una Granada abierta a la modernidad y a la naturaleza. Recuperar la vista del río supondría extender la Carrera del Darro, una de las calles más hermosas del mundo, desde Los Tristes hasta Puerta Real. Acabaría con la pesadilla de Ganivet y el lamento de Lorca y cumpliría el sueño de los hombres que lo han propuesto: el medievalista Pepe Martín Civantos e Ian Gibson, uno de los grandes hispanistas vivos.

El agua del Darro nos devolvería la estampa de la Granada romántica, como apunta el maestro del periodismo Ramón Ramos, y serviría para forzar la peatonalización definitiva del casco histórico y la defensa su inmenso patrimonio arquitectónico. Granada tiene un brillante porvenir a sus espaldas. “Su futuro es su pasado”. Sigue nutriéndose de un monumento y una institución centenarias, la Universidad y la Alhambra, de la sabiduría y de la belleza.

Sin la potencia en los departamentos de robótica e inteligencia artificial de la UGR difícilmente hablaríamos de la instalación en la ciudad de un vivero de empresas tecnológicas, de la atracción del talento foráneo y de la retención de nuestros jóvenes mejor formados. Y sin la Alhambra, el Albaicín y la ciudad renacentista el turismo, nuestro sustento y tormento actual, jamás habría podido desarrollarse.

La recuperación del Darro dispararía de inmediato la demanda turística, al tiempo que aumentaría la capacidad de los granadinos para aumentar su calidad y contrarrestar sus peores efectos, incluidos los abusos que sufren los trabajadores de la hostelería (algo que se debería haber planteado hace tiempo).

Pero la mayor ventaja del proyecto es que obligaría a peatonalizar al máximo la ciudad, tal y como sucede en otras de parecidas características, y elegir alternativas al insoportable tráfico rodado que mejoren la existencia y el ritmo cotidiano de sus habitantes. Contribuiría a lograr una ciudad más amable y descontaminada en la que niños y adultos pudieran caminar seguros, paso a paso y a su aire. ¿Lo malo? Las obras y sus molestias.

La recuperación del Darro, junto con la de la Azucarera de San Isidro como gran centro agrario, artesanal, educativo y cultural (con locales de ensayo de grupos de música y teatro) permitiría también dar contenido, si es que se consigue la nominación, al 2031. Hasta el momento la capitalidad cultural es un blandeblú, un cajón de sastre, un recurso demagógico de muchos profesionales del alambre político para llenarse la boca de naderías e ir pasando el rato, posponiéndolo todo a un futuro que, como el horizonte, se aleja y se mantiene siempre a la misma distancia por más que intentes acercarte a él.

Frente a los túneles subterráneos y los miles de coches y toneladas de gases tóxicos con que su excelencia Sebastián Pérez quiere que Dios nos bendiga, el desenterramiento del Darro es un proyecto económico modesto, puesto que destruir es más barato que construir y sólo hay que levantar la alfombra de cemento bajo la que se encuentra sepultado. El lecho y los puentes medievales permanecen ahí ocultos y el gasto en acerarlo podría acometerse con fondos internacionales destinados a recuperación ambiental y otros europeos relacionados con el cuidado de zonas patrimoniales.

Aunque Granada tendría que poner su parte y para eso habría que remunicipalizar servicios y rescatar el Ayuntamiento de las garras de empresas gigantescas y transnacionales, algo que están haciendo cientos de ciudades en Occidente, incluida la mismísima Nueva York, el faro del capitalismo mundial.

La comunicación entre los dos márgenes del río, para facilitar el paso de ambulancias o coches de bomberos se puede lograr mediante la construcción de un puente a la altura de la Plaza del Carmen cuyo diseño sería sometido a un concurso público internacional. Y nada de ello se haría sin una consulta popular, la opinión de numerosos expertos y la complicidad de todos los partidos políticos.

Quizá este no sea el momento oportuno para conseguirlo, puesto que en periodo electoral son pocas las personas con ambiciones políticas dispuestas a reconocer algún acierto del adversario. Pero las elecciones pasarán y la confluencia de Independientes, Podemos e Izquierda Unida mantendrá la mano tendida al resto de formaciones para que hagan suyo el proyecto, se olvide el origen de la autoría y nos aliemos para conseguir en 2031 la Granada soñada. Una Granada con los suelos y los cielos limpios, capaz de recuperar su río, orgullosa de su pasado y abierta en canal al mejor de los futuros.

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