Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Pobre caridad

Aprendimos por los clásicos de la filosofía que la limosna ofende a quien la recibe y calienta el corazón de los pudientes

Una noticia mala: "El crimen envejece". Y otra más grave, la peor de la semana: tres mil voluntarios del Banco de Alimentos tomaron los supermercados para recoger artículos con los que atender las necesidades básicas de las familias más desfavorecidas. A ver, que me repito. La primera información, el aumento de los delitos cometidos por ancianos, no significa necesariamente que tengamos los viejos más desalmados de la historia, sino que parte de la población mayor, abandonada a su suerte después de siglos en que fueron sostenidos por la estructura familiar y décadas en las que esa cobertura fue sustituida por la existencia de pensiones dignas tras años de trabajo, está cayendo en conductas indeseables para poder sobrevivir. Y la segunda, la recolección multitudinaria de comida. Tan descomunal despliegue de buenos sentimientos es más que preocupante y explica la gravedad del momento que viven la provincia y el país.

Aprendimos por los clásicos de la filosofía y el pensamiento económico, incluidos Adam Smith y Nietzsche, padres del liberalismo y la voluntad de poder, que la limosna ofende a quien la recibe y calienta el corazón de los pudientes, que es íntima la relación entre la extrema pobreza y la extrema opulencia. Cuanto mayor caridad, mayor injusticia social. Julio Camba, que transitó desde el anarquismo al conservadurismo radical, lo expresó a su manera: "Si la miseria es una vergüenza, la riqueza tiene forzosamente que ser otra". Luego, más que ofrecer a los menesterosos las migajas del banquete de los potentados y lo que queda de las clases medias, el reparto se debería efectuar por ley. Más que con arroz, pasta, huevos o gel convendría expresar la solidaridad con votos que propiciarán una Administración decente, un Gobierno que impidiera los precios desorbitados de la electricidad, la subida continuada del valor de los bienes de consumo por encima del incremento salarial o las leyes que permiten la precariedad y la temporalidad que tanta miseria y desempleo generan.

Es evidente que ese ejército de excelentes personas que colabora con el Banco de Alimentos actúa guiado por las mejores intenciones y ha quitado mucha hambre. Tan evidente como que la caridad es uno de los sostenes sutiles del sistema. Y que una caridad a semejante escala para impedir que amplios sectores de la población incrementen las tropas de indigentes en las calles, muchos de ellos con carrera universitaria y lustros de trabajo a sus espaldas, debería de encender todas las alarmas de una sociedad desestructurada por la avaricia y la acumulación desaforada de capital.

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