La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Semana Santa

Vivimos con gozo el encuentro con nuestra fe, o con la imperiosa necesidad de estar donde esté la libertad y el aire libre

De la Semana de Pasión que acaba de finalizar habrá quien se quede con la imagen de su cofradía paseando el fervor que idolatra por las márgenes del río Darro. O cómo se mascullaba el silencio por Plaza Nueva cuando desde la iglesia de Santa Ana salía el Santo Sepulcro a evangelizar Granada. Habrá quien no olvidará jamás las lágrimas de aquellos fieles que veían subir por la cuesta del Chapiz al Cristo de los Gitanos, la noche posterior a que la bajara Nuestro Padre Jesús de la Amargura.

Otros preferirán recordar el colorido floreado de su paso cofrade, el que sobre su trono procesionaba por las calles de Granada, con el cirial y el palio sobre unos varales de plata fina. Dirán del lujoso bordado del manto y de la verde esperanza de María Santísima de la Amargura Coronada, Reina del Realejo; de la decoración de claveles y rosas de infinita pureza en todos los pasos, o del cortejo engalanado y protocolario que auspició el encuentro de políticos de uno y otro partido con la sociedad civil representada, o con el pueblo apostado sobre las baldosas de la acera, directamente.

Nos quedaremos con la voz rota pero firme de ese capataz que elevaba al cielo con cada levantá el orgullo de ser cofrade entre chicotá y chicotá. Permanecerá en ellos el recuerdo imborrable de costaleros anónimos hermanados por la coincidencia de su fe, guardando la amistad de su encuentro en el álbum más imperecedero de sus recuerdos. Y les contarán cómo allí, debajo de su costal, sintieron la emoción que no pudimos ver; y les contaremos como no vieron ellos la petalá con la que coronaban y agradecían su baile desde aquel sucinto balcón.

También habrá quien comente sobre lo caro que fue tomarse una cervecilla con sus tapas por el centro; o lo recachiriquísimas que estaban las papas bravas, picantonas y julays, que tantos ardores provocara aquella noche de largo recorrido tras los pasos del Cristo de la Buena Muerte. De cómo los críos dejaron volar cinco globos con la efigie de Dora la Exploradora, o del pececito ese que busca siempre a Nemo, a 6 euros el vuelo, más el algodón dulce, o las garrapiñadas apretás en el cartucho. Que están los globos por las nubes, dirán. Se quejarán de lo aprestados que iban, sin dejar disculpas al paso, quienes sin pedir paso querían invadir el recogimiento del Paso.

Estamos en la tierra de la tradición, la cultura y la monumentalidad. Vivimos con gozo el encuentro con nuestra fe, o con esa imperiosa necesidad de estar donde esté la libertad y el aire libre. Es que era Semana Santa, también para los sin fe. Es ese privilegio que tenemos en Andalucía de vivir con pasión en la calle, cada uno con lo suyo. Y amén.

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