La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

El descenso

En la verdadera tristeza del descenso están solo quienes viven los colores con un corazón sufridor

Aquel balompié era siempre los domingos por la tarde. Hecho a base de sudor y lágrimas. Y testiculina. Subvencionado con el jornal del socio currante, abonado al club por vínculos de pertenencia indestructibles, era un fútbol con el alma puesta en el orgullo rojiblanco, más allá de los millones que ahora dictan sentencia casi antes de que el árbitro pite el inicio.

Aquel fútbol rezumaba familia e ilusión. Defendía una camiseta que abría esperanzas de triunfo contra los elementos. Un sentimiento rojiblanco mítico con el que apagar los fuegos del provinciano olvido. Antes, los partidos eran casi todos a la misma hora, el mismo día. Un carrusel nos dejaba boquiabiertos escuchando locuciones heróicas y goles imposibles. Un mundo radiado que hacía más épica la victoria, más dolorosa la derrota.

Ahora, el fútbol es un espectáculo preferentemente organizado para que luzca por TV. Un show visual de 90 minutos más alargues pre y pospartido en el que las cifras que se citan producen mareos que deslucen los verdaderos sentimientos. Ese fútbol, de falso fair play, déficits y superávits, expuesto al marketing de la modernidad y sometido a la disciplina contable de los ingresos y los gastos, ha relativizado el dolor por la derrota en tanto que ha puesto distancia entre el objetivo presupuestario y la dignidad de vencer.

El bussines de la pelotita ha confundido al llanto. Ha mezclado el dolor real de los sufridos aficionados que viven las derrotas como dramas cardíacos contra quienes ajenos a ese trance solo ven euros en el fondo de su pena. Goles son millones. El negocio es exprimir a la gente, incluso desde China, aprovechando el infinito afecto rojiblanco de toda una ciudad. Es eso que llaman "industria del entretenimiento", hecho a costa de quienes pagan para ver su orgullo triunfar. Su club es ahora la sociedad anónima que vende jugadores, camisetas y merchandising, capta patrocinios y explota la marca que tanto sufre para hacerse un hueco en la historia. Un lugar donde los inversores son de muy lejanos aires, buscando multiplicar cada euro que gastan, absorber hasta el último céntimo de la mínima porción que libere una esquina publicitaria.

En la verdadera tristeza del descenso están solos quienes viven los colores con un corazón sufridor. Mientras, a través de la parabólica, con huso horario de Beijing, hace balance un inversor chino cuyo objetivo no es ser campeón en granadinismo sino en ganancias. Rentao Yi se llama. ¡Qué más queremos!

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