Lo leí por ahí y desde entonces siento que ya puedo nombrarlo. Sí. Me refiero al 'Síndrome de Boabdil' que no sé si estará en la lista de la OMS, pero que por Granada cualquiera sabrá de qué se trata tras décadas soportando a quejicas 'lamentalotodo', nostálgicos patológicos de un trabajo, una novia o un piso perdidos, 'envidiadores' sin ponerse las pilas y hacer algo y demás 'tristones' (como aquel de 'Leoncio León y tristón') capaces de amargarte una boda o hasta un entierro a poco que se arrimen.

Viven en un estado mental contagioso que impregna a la ciudad desde que tengo memoria y que cuando salgo fuera (últimamente muy a menudo) me encuentro que, aun encontrándolo en otros lares, no reviste el riesgo de pandemia que por aquí se ha instalado.

Como toda buena dolencia no distingue de edades, ni de credo, ni de estatus social, de modo que te encuentras a un capillita 'amargaprocesiones' o a un rojeras de los de antes que cada vez que abres la boca te silencia casi a gritos recordándote la máxima de que todo es plusvalía y que siempre habrá alguien que te robe la flor de tu trabajo (con lo cual, mejor casi que no trabajes, concluye, obviamente).

Este síndrome que por fin mencionaron habrá algún psicólogo que lo defina clínicamente, pero aviso que suele dar individuos con cara lánguida o apesadumbrada a los que siempre les faltará algo para alcanzar cierto nivel de satisfacción en sus vidas. Se les puede dar incluso lo que anhelaban como remedio para sus males pero, inmediatamente buscarán otra cosa que les falta, como si sus vidas fueran eso, un eterno buscar lo que perdieron como motor de todo, en un tirar muy característico siempre hacia atrás poniendo problemas a cualquier avance que les hará finalmente quedarse en los sitios y en las situaciones que siempre, siempre, les resultarán incompletas, asfixiantes o irresolubles.

Espero que tenga remedio y que lo metan en los cuadros clínicos para empezar a tratarlo con dosis de viajes y relaciones creativas, de esas que te llevan a aventurarte en nuevos mundos donde la seguridad de lo malo, esa certeza del reino perdido, no será más que un recuerdo cautivo de una alegría siempre esquiva. Ojalá saquen la píldora sanadora y se reparta gratuita en cualquier esquina, que 'fartica' que hace.

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