Bullying, violencia y silencio: cuando la infancia se queda sola

sin ánimo de lucro

Una conversación necesaria sobre el acoso escolar, la violencia silenciada y la salud mental de quienes aún no tienen voz suficiente para defenderse

Magdalena Trillo, asesora de Transformación Digital en Diario de Sevilla y Grupo Joly. y la doctora María Velasco, médica psiquiatra.
Magdalena Trillo, asesora de Transformación Digital en Diario de Sevilla y Grupo Joly. y la doctora María Velasco, médica psiquiatra.

27 de noviembre 2025 - 05:00

La Fundación Cajasol se ha vuelto a convertir en un espacio donde encender la conversación colectiva, en este caso fue el pasado martes 25 de noviembre sobre el acoso escolar y la salud mental de nuestros menores. “Es un tema duro, incómodo… pero necesario, inaplazable”, advertía nada más empezar la periodista Magdalena Trillo, asesora de Transformación Digital en Diario de Sevilla y Grupo Joly, al presentar una nueva sesión dedicada al acoso escolar y su impacto en la salud mental de los menores. El reciente suicidio de la adolescente Sandra Peña, que conmocionó a todo el país, planeaba sobre la sala como el recordatorio brutal de que el bullying no es un conflicto puntual entre niños: es una cuestión de vida o muerte.

La psiquiatra que pide mirar donde no queremos

La invitada para desgranar este tabú colectivo fue la doctora María Velasco, médica psiquiatra especializada en salud mental de niños y adolescentes. Trabaja en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, se licenció en Medicina y Cirugía por la Universidad de Alcalá de Henares y cuenta con máster en Psiquiatría, Psicoterapia Integradora y Psicopatología y Psicoterapia de niños y adolescentes.

No obstante, su peso público no viene solo de la bata blanca. La doctora Velasco es, hoy, una de las voces más claras en España hablando de salud mental y menores. Es autora del libro Criar con salud mental. Lo que tus hijos necesitan y solo tú les puedes dar (Paidós), divulgadora activa en medios y redes, y conductora del pódcast Raíces.

“Nacemos seres humanos y nos vamos convirtiendo en personas”

La conversación, planteada desde el inicio como entrevista compartida con el público, arrancó por lo básico: ¿de qué hablamos cuando hablamos de bullying? La doctora Velasco tomó un matiz que no es menor: “A mí me gusta más hablar de acoso escolar. El bullying es la agresión repetida con intención de dañar. El acoso es eso más el silencio del resto. Es una dinámica grupal que implica al aula entera”. La psiquiatra dibuja constantemente un triángulo: agresor, víctima y espectadores. Y sitúa el foco precisamente en estos últimos: “Uno de los pilares del acoso es el silencio de los espectadores. Todos aquí hemos visto violencia de pequeños: hemos insultado, hecho el vacío, nos hemos reído… El problema es la cultura de ‘yo no me meto’, ‘sálvese quien pueda’. Ahí es donde el acoso se hace fuerte”. MagdaTrillo lanza una objeción que muchos piensan en la sala: ¿no es injusto cargar la responsabilidad en “los demás”? Velasco no duda: “Es que los demás somos responsables. Siempre va a haber alguien que tienda a la violencia –porque la han violentado, porque no le han puesto límites, porque tiene muchos complejos–. Y cualquiera puede ser víctima. Lo decisivo es que el que agrede no encuentre un silencio cómplice alrededor”.

La frase que resume su marco es clara: “Siempre digo que nacemos seres humanos y nos vamos convirtiendo en personas”. Y convertirse en persona, para ella, es aprender –con ayuda de adultos– a no usar la violencia para existir.

“Uno de los pilares del acoso es el silencio de los espectadores”.
“Uno de los pilares del acoso es el silencio de los espectadores”.

El dato que incomoda: el pico del acoso está en Primaria

Cuando Magdalena Trillo le pregunta en qué etapa se da más acoso escolar, en la sala muchos imaginan la ESO. Velasco pide un ejercicio en directo: “Que levante la mano quien piense que el pico está en Primaria… y quien piense que en la adolescencia”. Tras la pregunta, lanza el dato que encoge varias caras: la mayor tasa y gravedad de acoso escolar se da en segundo de Primaria. Estamos hablando de niños de siete años. Hay que abrir los ojos”.

La explicación está en la plasticidad cerebral y el desarrollo incompleto de la corteza prefrontal, la zona que permite frenar impulsos y pensar las consecuencias. “Un niño pequeño no tiene aún las estructuras para controlar su conducta. Si siente rabia, pega; si desea algo, lo coge. No es que sea ‘ala persona: es que todavía no sabe hacer otra cosa si nadie le enseña”. Lo inquietante no es tanto que en esas edades haya empujones, motes o robos de bocadillo. Lo verdaderamente grave es lo que ocurre cuando esa violencia se cronifica, se normaliza y se combina con el silencio. “Cuando un adolescente llega a la consulta con síntomas de acoso –ansiedad intensa, síntomas de estrés postraumático, depresión, ideas de suicidio–, no viene de ayer. Lleva meses, incluso años, siendo minado en su autoestima y en su confianza en el mundo”.

De la culpa a la vergüenza… y al suicidio como falsa salida

A raíz del caso de Sandra Peña, Trillo le pide que explique ese recorrido interno que puede llevar a un menor a quitarse la vida. La psiquiatra lo resume en tres pasos: culpa, vergüenza, identidad. “Al principio, el niño siente que algo no va bien, pero cree que puede aguantar. Con el tiempo, el mensaje constante de ‘no vales’, ‘no perteneces’ se mete dentro. Primero sientes culpa, luego vergüenza y, al final, crees que tú eres el problema”. Si nadie reconoce lo que le ocurre, si ningún adulto pone nombre a esa violencia ni le protege, la idea de desaparecer aparece como la única salida posible: “A partir de los 11 años un niño ya entiende cómo quitarse la vida. Cuando un menor se plantea el suicidio como solución, lo que pasó antes no es un episodio aislado: es un recorrido de soledad y desamparo”. La moderadora recuerda que, durante años, los medios ni siquiera hablaban de suicidio por miedo al “efecto llamada”. Hoy, con más transparencia, relata la especialista, las urgencias de psiquiatría infantil y juvenil no dan abasto.

“La revictimización –que nadie te crea o te ayude– hace más daño que la agresión inicial”

Familias y escuelas: menos protocolos y más cultura de “violencia cero”

Una de las grandes críticas de la psiquiatra es que el debate social se queda en la superficie: “Desde lo de Sandra hemos hablado de si los protocolos funcionaron, de si el centro tapó o no, de la red pública o privada… Es un debate poco profundo”, lamenta. No es que esos elementos no importen, matiza, pero si solo miramos ahí nunca llegamos al origen: “Cuando activas un protocolo es que el daño ya está. La verdadera prevención es antes: construir entornos familiares y escolares donde la violencia se reconoce a la primera y no se tolera”.

En los colegios, propone, la prioridad no puede ser solo el ranking académico: “Más importante que sacar las mejores notas de Matemáticas es que ese cole forme personas con ética. Que se trabajen la ayuda mutua, la tolerancia, la capacidad de ceder, el valor de quien frena una injusticia”. Pone ejemplos concretos: manuales de convivencia elaborados con el alumnado, diplomas al compañero más solidario, actividades que premien gestos de cuidado.

Desde el público, un asistente introduce otro ángulo necesario: la espiral de silencio y el conflicto de intereses en algunos centros que prefieren no reconocer el acoso para no “manchar” su imagen. Comenta el caso de una alumna gitana acosada en un prestigioso colegio, donde solo se actuó cuando la dirección supo “de quién era hija”. La doctora Velasco coincide: “Si un centro piensa que admitir acoso es una mancha, tenemos un problema. El acoso se da –en algún momento– en todos los colegios. La cuestión no es negarlo sino qué cultura construyes alrededor”.

Una imagen del coloquio celebrado el pasado martes 26 de noviembre.
Una imagen del coloquio celebrado el pasado martes 26 de noviembre.

La pantalla que no se apaga: internet como acelerador del daño

Cuando el turno de preguntas llega a las pantallas, muchas cabezas asienten. Una madre de una niña de 10 años explica cómo ella y otras “madres de patio” sienten que la adolescencia “se ha adelantado”, y pregunta cuánto hay de biológico y cuánto de sobreexposición. La doctora Velasco distingue con claridad: la adolescencia, desde el punto de vista neurobiológico, llega con la pubertad, no antes.

Sin embargo, los códigos, gestos y conflictos adolescentes sí están bajando de edad, empujados por la tecnología: “Internet no es solo un recurso. Es un cambio de era. La violencia, la comparación constante, la pornografía… todo eso llega antes de que el cerebro de un niño esté preparado para procesarlo y protegerse”. La psiquiatra es tajante: “Si me preguntan a qué edad dejaría a un menor acceso libre a internet, mi respuesta es clara: a partir de los 15 años. Antes, no tienen capacidad para discriminar ni para que lo que ven no les dañe o distorsione su identidad”.

Otro profesional del público, pediatra con larga trayectoria en atención a menores institucionalizados, aporta desde su experiencia esa idea de que lo que no se trabaja de 0 a 6 años “llega tarde”.

“Si me preguntan a qué edad dejaría acceso a Internet, mi respuesta es clara: a los 15 años”

Señales de alarma en casa: “no son cosas de niños”

Magdalena Trillo lleva entonces la conversación a lo práctico: ¿qué puede hacer una familia para prevenir o detectar un caso? Velasco insiste en dos ideas: estar muy cerca y no minimizar. “Hay señales claras: un niño que siempre está solo en los dibujos que hace, que no tiene amigos, que no le invitan a cumpleaños, que llega triste del cole, que los domingos se angustia solo de pensar en el lunes, que baja el rendimiento… Si pensamos ‘son cosas de niños’, lo dejamos solo”. Relata el caso reciente de una niña de nueve años que llegó a consulta por timidez. En sus dibujos siempre aparecía aislada. Detrás, una situación de acoso.

¿Qué hacer cuando se confirma el acoso? La especialista es rotunda: “A la víctima hay que validarla. Esto que te pasa no es normal. No te lo mereces. No te lo has buscado. Te vamos a poner a salvo. Cuéntanos qué sientes. Rabia, pena, soledad… lo que sea. Lo contrario –minimizar, decir ‘ya se pasará’– es lo que más daño hace”. Explica también que una buena parte del trauma no viene solo de la primera agresión, sino de lo que llama “revictimización”: que el entorno no crea, no apoye, no actúe. En paralelo, hay que trabajar con el menor que ejerció la violencia y con el grupo: “Un agresor no es un niño malvado que viene defectuoso. Es un niño que o no ha recibido amor suficiente o no ha recibido límites suficientes. Tiene derecho a ser educado para no usar la violencia. Si no, se convertirá en el adulto que acosa en el trabajo, en la pareja, en la familia”.

A pesar del diagnóstico duro, la doctora se resiste al catastrofismo. Recuerda cómo, tras la DANA, muchos adolescentes fueron los primeros en salir con la fregona a limpiar portales y garajes: “Nuestros niños y adolescentes quieren hacer las cosas bien. Saben cuándo algo está bien hecho y cuándo no. Si damos oportunidades y modelos, si premiamos la solidaridad y no solo el éxito, ellos van por ahí”.

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