Cajal bien vale un museo… y más apoyo a la investigación del cerebro

El Premio Nobel español es el padre de la neurología moderna, cuyos descubrimientos son el fundamento de la experimentación y de la práctica clínica contemporáneas

El retrato de Santiago Ramón y Cajal junto a un dibujo original de una neurona de la corteza cerebelosa elaborada por el investigador.
M. G.
José López Barneo · Profesor de Fisiología de la Universidad de Sevilla

Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), nuestro Premio Nobel de Medicina (1906), es ampliamente conocido por la mayoría de los españoles. Sin embargo pocos saben su dimensión real. Cajal, cuya obra es equiparable a la de gigantes de la Ciencia como Newton, Darwin o Pasteur, es considerado internacionalmente como uno de los científicos con mayor impacto en la evolución del conocimiento humano. El valor universal del legado de Cajal fue institucionalizado por la Unesco por considerarlo parte del patrimonio documental esencial de la historia de la Humanidad.

Cajal es el padre de la neurociencia moderna. Descubrió que las células nerviosas son entidades individualizadas y que a pesar de su enorme complejidad el tejido cerebral es, en esencia, parecido a los tejidos de otros órganos de nuestro cuerpo. Con una intuición extraordinaria, Cajal mostró las conexiones y el flujo de información en numerosos circuitos neuronales que subyacen a las funciones cerebrales. Sus descubrimientos son el sostén de la neurología experimental y clínica actual. Junto a esta obra magna, un aspecto de la labor de Cajal menos conocido, pero de igual brillantez y novedad, es la creación de la Escuela Neurohistológica Española, que en el primer tercio del siglo XX convirtió a Madrid en la capital mundial de la neurociencia. Tres de sus miembros –Pío del Río Hortega, Fernando de Castro y Rafael Lorente de No– estuvieron muy cerca de conseguir el Premio Nobel.

Del Río Hortega (1882-1945), candidato varias veces al Nobel (al menos en 1929 y 1937) es, después de Cajal, uno de los neurocientíficos más relevantes de la historia. Entre sus logros está el descubrimiento de la microglía, un tipo de célula inmunológica muy abundante del sistema nervioso, que actualmente se estudia como posible diana terapéutica en las enfermedades neuroinflamatorias y neurodegenerativas. De Castro (1896-1967) describió la estructura microscópica de los presorreceptores y quimiorreceptores de la región carotidea que regulan la presión arterial y la respiración. Inspirado en estos estudios, Cornelius Heymans (Bélgica) realizó elegantes experimentos por los que recibió el Premio Nobel de Medicina en 1939. Para la comunidad internacional este premio tuvo que haber sido compartido con de Castro. La compleja situación social de la España de los años 1930 fue posiblemente una de las causas determinantes de que la presencia internacional de nuestros investigadores se viese oscurecida. Lorente de No (1902-1990), el discípulo más joven de Cajal, emigró poco antes de la Guerra Civil a los EEUU y, junto a otros, lideró el nacimiento de la neurofisiología moderna (el paso de la estructura a la función). Durante los años 1940 y 1950 estuvo varias veces propuesto al Premio Nobel.

Cajal dejó a su muerte un legado de valor incalculable, compuesto por varios miles de objetos personales, documentos, dibujos y preparaciones histológicas. Este legado, enriquecido posteriormente por aportaciones de sus discípulos, ha permanecido durante décadas, almacenado en condiciones precarias y en peligro de deteriorarse o incluso perderse. La desidia con la que se ha tratado el legado de Cajal ha sido criticada por investigadores de dentro y fuera de España. Numerosas personalidades, sociedades científicas e incluso los herederos de Cajal han solicitado repetidamente a los gobiernos que Cajal y su escuela tenga un museo que custodie y difunda adecuadamente tan valioso e inigualable tesoro nacional.

La deuda histórica con Cajal ha sido saldada con la aprobación por el Consejo de Ministros en junio de 2024 de la creación del Museo Nacional Cajal, que tendrá sede central en Madrid. Entre los objetivos del Museo Cajal están la exposición del legado de Cajal y de la Escuela Neurohistológica Española, así como la promoción de actividades divulgativas y de investigación. Se ha propuesto que el museo se ubique en el edificio de la antigua facultad de Medicina de Madrid, en la calle Atocha, donde Cajal impartió sus clases. Esta localización, dentro del eje formado por el Museo del Prado, Museo Thyssen y Museo Reina Sofía, tres de las pinacotecas más importantes del mundo, podría crear una sinergia cultural sin precedentes, uniendo las cumbres del arte y la ciencia española y universal. El diálogo entre las culturas humanística y científica será en este caso favorecido por la naturaleza artística, mundialmente apreciada, de los dibujos de Cajal.

El Museo Cajal debe ser fuente de orgullo nacional y servir de ejemplo e inspiración para las generaciones presentes y futuras. En un pasado relativamente reciente, y a pesar de las circunstancias sociales y económicas adversas, un grupo de españoles fue capaz de llevar nuestra ciencia a las cotas más altas nunca alcanzadas. Gracias al desarrollo socioeconómico español de los últimos 50 ó 60 años, la actividad científica se ha convertido en un quehacer normal en muchas instituciones españolas. Actualmente no solo inventan ellos, sino que también inventamos nosotros. Si se contempla la relación entre producción e inversión, la ciencia española está entre las más rentables del mundo. No obstante, estamos lejos de haber mostrado lo que verdaderamente podríamos ser si los recursos se incrementasen razonablemente y su gestión se hiciese de forma más justa, eficiente y competitiva. Es precisamente por ello que en días pasados la Sociedad Española de Neurociencia emitió un manifiesto pidiendo mayor apoyo estatal y social a la investigación del cerebro. Conocernos a nosotros mismos es posiblemente el mayor reto de la investigación biomédica actual.

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