Ayer y Hoy

‘La Cotorra’. Curioso periódico granadino

  • Subtitulado como ‘periódico satírico’, era el más descarado de los publicados en Granada

  • Llegó hasta 1924, pero las telecotorras de hombres y mujeres chismosos llegan hasta hoy

Cabeceras de ‘La Cotorra’ y su director.

Cabeceras de ‘La Cotorra’ y su director.

Era el cotarro una reunión desordenada de personas en la que todos querían hablar; se llamaba cotorrera a la mujer que se dedicaba a ir de cotarro en cotarro llevando y trayendo chismes, tal como hacen hoy algunas tertulias televisivas de hombres, mujeres y otros. Parece que deriva de ahí el nombre de esa pequeña ave chillona que intenta imitar sonidos humanos.

La Cotorra fue la cabecera de un periódico granadino fundado en 1910 por el que fuera su propietario y director Vicente Quesada Verdejo; tuvo su redacción en la calle Méndez Núñez para trasladarse luego a la calle Boabdil; valía 5 céntimos en sus inicios y una perra gorda (10 céntimos) al final; y en un curioso recuadro en portada advertía al lector en tono jocoso que: “No hay teléfono, no hace falta. Apartado: no hay; no se aparta a nadie. Redacción: no se admiten ni jaquecas ni pelmazos. Capital social: una gorda”

Se conservan pocos ejemplares de La Cotorra (años 1919, 1920 y 1922), aunque el periódico inició su andadura en 1910. Pero a través de ellos hemos observado curiosas noticias casi todas firmadas por el que fue su propio director bajo el seudónimo de Cotorrita, advirtiendo que los colaboradores era cotorrillos, que levantaban el vuelo 4 veces al mes, que la publicación velaba por la imparcialidad; y que, dice: “nos sobra la vergüenza y tenemos espías por todas partes”.

Anuncios de vinos. Anuncios de vinos.

Anuncios de vinos.

La Cotorra todo lo critica y sin tapujos. A la Iglesia, al Gobierno y al sursum corda. Leemos en uno de sus ejemplares aparecido en la Semana Santa una invitación a que se reproduzca la escena evangélica del Lavatorio de pies, sugiriendo de forma satírica que se le laven los pies a los concejales del Ayuntamiento y de camino se les corten las uñas. A las tres de la tarde sale de Santa Ana la procesión del Santo Entierro, enseguida veremos a los penitentes y romanos escurrirse por las bocacalles en las que haya establecimientos donde se expenda el “desgravado” (el vino que había sido abaratado).

Critica a los políticos; a los niños que juegan en las plazas públicas molestando a los transeúntes, al sistema de elección del alcalde Ortega Molina y al reparto de concejalías por el sistema de “amor con amor se paga”. Vemos que el amiguismo viene de lejos.

La Cotorra no deja títere con cabeza, pero el colmo del descaro es su hoja de anuncios. Ocupada la última página por reclamos publicitarios, entresacamos uno que aparece con frecuencia, dedicado en su totalidad a la propaganda del vino y las bebidas alcohólicas (coñac, ponches, aguardientes y licores); ahí figuran los más frecuentados bares y cafeterías de la Granada de los años 20 ofreciendo vinos, cervezas, cafés y chocolates. Allí se anuncia el Café Alameda regentado por Francisco Gadea, el Restaurante Los Valencianos o el Café La Flor de Mayo en la Plaza del Carmen.

Pero lo más llamativo es que esa página, plagada de anuncios de bebidas con la que se invita machaconamente a los lectores, está encabezada por un recuadro ilustrado con la figura de un marido borracho, desgreñado y cabizbajo, con el vaso de vino en la mano, que intenta ser ayudado por su desconsolada esposa que le suplica ¡No bebas más! Se anuncia como remedio una cura inofensiva fabricada en Inglaterra, llamada Polvo Coza, fácil de administrar con comidas sólidas o líquidas sin que se entere el enfermo; de venta en farmacias.

No bebas más No bebas más

No bebas más

Se aconseja administrar el polvo poco a poco prometiendo que en unos días el borracho dejará de beber. No se dice si es que abandona la bebida por el polvo o es que descansa definitivamente en paz haciendo bueno lo de “polvo eres y en polvo te convertirás” (Génesis, 3, 19). Y es que con los polvos hay que tener cuidado. La Cotorra llegó hasta 1924. Cien años después las telecotorras de mujeres y hombres chismosos siguen chillando.

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