Ayer y hoy

A don Pío le tocó la Lotería

  • El revendedor de lotería de la calle Mesones, agraciado con 120.000 pesetas, pasó de Pío a ser don Pío

  • Le faltaban las dos piernas pero le sobraron los billetes

  • No hay don sin din

Pío Lapaz, don Pío

Pío Lapaz, don Pío / J. L. D

Recordemos a Francisco de Quevedo que, como el protagonista de nuestra crónica de hoy también era cojo, además de miope, pero no parecía muy torpe, la verdad. Fue Quevedo el autor de aquella letrilla satírica tan verdadera referida al dinero: "…Madre yo al oro me humillo…Y pues es quien hace iguales/al duque y al ganadero,…al noble y al pordiosero/poderoso caballero/es don Dinero".

Muy curioso año aquel de 1922 hace exactamente un siglo, porque en el mes de febrero en Granada pasó de todo. La prensa local salpicaba las noticias con titulares agridulces; todavía sonaban los tristes ecos del asesinato de la actriz Conchita Robles (ver mi artículo Conchita Robles, asesinada en el escenario, Granada Hoy (2017); igual se hablaba de la preparación de los alegres carnavales que de las numerosas huelgas, porque cuando no eran los estudiantes eran los obreros del gas Lebon, los electricistas, los tipógrafos o los panaderos. El concejal de Fiestas Hernández Carrillo iba pergeñando el programa del Corpus; se estaba tramitando la petición de la celebración del tan cacareado y a veces criticado Concurso de Cante Jondo, idea que se venía también madurando desde diciembre del año anterior y se le daba vida al recién fundado Conservatorio Superior de Música Victoria Eugenia del que no sé por qué se habla menos.

Mientras tanto, fuera de nuestras fronteras preocupaba mucho el hambre en la Rusia Soviética y, aunque no nos sobraba precisamente el dinero, España entera se volcó con donaciones económicas de particulares cuyos nombres y apellidos aparecían en la prensa. No sé si hoy los rusos se acordarán de aquello y a lo mejor agradecidos nos devuelven algo; siempre que no sean refugiados ucranianos, ni amenazantes misiles hipersónicos de última generación.

El señor Sancho Urquijo, en su administración de Lotería El señor Sancho  Urquijo, en su administración de Lotería

El señor Sancho Urquijo, en su administración de Lotería / J. L. D

Empezó el año 1922 con huelgas dentro y hambres fuera; y en medio una simpática anécdota saltó a las páginas de nuestros periódicos por lo que tenía de entrañable, al ser protagonizada por un muchacho amputado de las dos piernas, revendedor de lotería y muy conocido en el barrio. En el sorteo de la Lotería Nacional del 10 de febrero salió premiado con el "gordo" el número 12.491 que cayó precisamente en Granada, Melilla y Madrid. Mira por dónde al popular vendedor ambulante Pío Lapaz Moreno le dio por quedarse con un billete entero, con lo que fue generosamente agraciado (120.000 pesetas) aunque no pudiera saltar de alegría ni bailar la jota.

Don Pío era uno de esos personajes populares de la Granada de entonces, como lo fueron Ropones y Pachichi, aquellos truhanes callejeros buscavidas "maestros en picardía" de los que algún día hablaremos. Tal vez por su condición de gran inválido, el joven Pío aparecía sentado a ras de suelo desplazándose solo con los brazos y provocando la lógica compasión de los paisanos; solía revender sus décimos en la puerta de la administración de Loterías número 3 que regentaba don José Sancho Urquijo en la calle Mesones.

Resulta que el tal Pío se venía reservando ese mismo número 12.491 durante los tres sorteos anteriores sin suerte alguna y fue precisamente en este tercer intento cuando le sonrió la diosa Fortuna. Dicen que los vecinos, una vez enterados de la noticia, lo cogieron en volandas, lo introdujeron en un coche y lo fueron a celebrar al Último Ventorrillo; no debía estar entonces de moda lo de agitar la botella de cava y espurrear estúpidamente su contenido. Imaginamos que el agraciado Pío pagaría el convite sin decir ni pío y tal vez fue allí en donde consiguió el noble ascenso subiendo en el escalafón social, pasando de ser pobre inválido revendedor callejero a "poderoso caballero". Pasó de ser Pío a secas a ser don Pío Lapaz; ya lo dice el viejo refrán "No hay don sin din". Le faltaban las dos piernas pero encontró buenas muletas.

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