Ciencia abierta

¿Quién teme a Frankenstein?

  • La imagen conocida del monstruo la construyó el cine, no la novela de Shelley

Boris Karloff (el monstruo) en la clásica imagen del Frankenstein de 1931.

Boris Karloff (el monstruo) en la clásica imagen del Frankenstein de 1931.

Parecía que era ayer cuando en el primer diario de este año 2018, publicado el dos de enero, hablábamos de las efemérides a recordar durante el mismo. Y ya nos acercamos al final del año en que se cumplió el bicentenario de la publicación de todo un clásico de la literatura fantástica, aunque muchos no la consideren como tal sino como una obra de múltiples posibles lecturas. Hago referencia a la novela Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley.

Una interpretación dada a esta obra sostiene que se presenta como un ataque a la ciencia y a los progresos tecnológicos derivados de ella. ¿Realmente pretende su autora tal cosa o por el contrario su obra es la pionera de una ciencia ficción que pone en la investigación científica la esperanza de una humanidad en progreso? De todo se ha escrito e interpretado sobre la obra de Shelley. No es mi intención dar ninguna respuesta cerrada, mi mayor consejo sería que leyeran ustedes la novela y construyan su propia opinión y subjetivo criterio.

En realidad si el doctor Victor Frankenstein pretendía emular al mito de Prometeo, dando vida a unos restos inertes, al estilo del hombre que robó el fuego a los dioses y nos proporcionó el primer gran avance tecnológico, digamos que el tal doctor era bastante chapucero.

Aunque se indica en las biografías de Shelley que ella estaba al corriente de los avances científicos de su época, creo poco probable que pudiera interpretar adecuadamente los avances de la matemática, la química, la electricidad o la biología de su momento. No pretendo ningún desprecio, simplemente es que los propios científicos de la época no tenían muy claro lo que realizaban.

Ilustración de experiencias con bioelectrogénesis, siglo XIX. Ilustración de experiencias con bioelectrogénesis, siglo XIX.

Ilustración de experiencias con bioelectrogénesis, siglo XIX. / G. H.

En el campo de la química recordemos que hasta 1828 no se admitió que los compuestos orgánicos podían sintetizarse en el laboratorio, creyéndose aún que lo orgánico debía tener algún influjo vital ajeno a lo inorgánico. En los capítulos iniciales de la novela hay varias alusiones a los estudios que realiza V. Frankenstein y se cita repetidamente a la química, a la fisiología y las matemáticas, así como se alude a la “filosofía natural”. En realidad la química que pudiera conocer Shelley o su doctor era una química llena del pensamiento filosófico del vitalismo. En lo orgánico, esa química era aún una especie de alquimia. Si hoy se escribiera algo similar, y mucho se ha escrito, utilizaría la manipulación y la síntesis de otras moléculas químicas, el ADN, por supuesto.

¿Qué experimentos utiliza el protagonista para "tras noches y días de increíble trabajo y fatiga, conseguí descubrir el origen de la generación y la vida; es más, yo mismo estaba capacitado para infundir vida en la materia inerte” (texto de la novela)? ¿Acaso unos experimentos que eran famosos en el viejo continente en aquellos años, las experiencias con descargas eléctricas?

Desde finales del siglo XVIII se realizaban experiencias con descargas eléctricas. Luigi Galvani, desde 1780, realiza experimentos que provocaban convulsiones en los músculos de ranas y otros animales, incluidas experiencias con cadáveres humanos. En 1803 Giovanni Aldini realiza una demostración en Londres con el cadáver de un criminal recién ajusticiado, provocando el pánico entre los espectadores que creían que el muerto podría volver a la vida al contemplar cómo sus mandíbulas se abrían, al igual que uno de sus ojos. En 1818 el médico escocés Andrew Ure también realizó experiencias similares y manifestaba que la electricidad aplicada al nervio frénico podría servir para reanimar a recién fallecidos por ahogamiento, asfixia o ahorcamiento. Todas estas experiencias eran famosas en la Europa de los primeros años del siglo XIX y probablemente conocidas por Shelley. En términos científicos la “electricidad animal” o bioelectrogénesis como la denomina Galvani era un intento de explicar los fenómenos vitales y erradicar el vitalismo, un intento revolucionario para la época. Fue un inicio de la fisiología nerviosa, con ideas erróneas por supuesto, pero un intento de superar otras explicaciones erróneas como la idea de Descartes de que los nervios eran simplemente tubos por donde circulaban fluidos. Los propios trabajos de Galvani impulsaron otros trabajos de Volta sobre los fenómenos eléctricos.

Una interpretación dada a esta obra sostiene que se presenta como un ataque a la ciencia

Conociera o no estos trabajos, lo cierto es que Shelley no hace referencia explícita en la novela a nada de lo que tenemos en el imaginario colectivo sobre “la Criatura” de Frankenstein.

Shelley escribe: "Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su cuerpo" (capítulo 4, Ediciones Anaya, año 2000; traducción de María Engracia Pujals). Esto es todo lo que se dice en la novela, más allá de los estudios en química y otras ciencias que declara el protagonista Victor, el doctor Frankenstein.

Ilustración de experiencias con bioelectrogénesis, siglo XIX. Ilustración de experiencias con bioelectrogénesis, siglo XIX.

Ilustración de experiencias con bioelectrogénesis, siglo XIX. / G. H.

¿Y todo lo demás que tenemos en nuestra memoria colectiva? ¿Los rayos, las descargas eléctricas, todo ese terror gótico tan del gusto de algunos y algunas…? Thomas Leitch, historiador del cine, dijo, en 2007, que había encontrado hasta un centenar de películas que recreaban al monstruo de Frankenstein (sin contar series de TV). Desde las primeras versiones, el cine mostró a “la criatura” como un idiota con costuras y tornillos, con un cerebro de un criminal ahorcado. Es la imagen que todos tenemos del genial Boris Karloff en la famosa versión de 1931. Nuestro imaginario colectivo lo ha construido Hollywood, no la novela de Shelley.

Después hay versiones para todos los gustos, tendencias y parodias, incluida la genial de Mel Brooks en 1974, mezclando ideas sobre Transilvania (¿No era de por allí el tal conde Drácula?) y las ansias de poder de científicos locos e irresponsables. Todo ello con chispas, electrones o palabrejas que incluían los sucesivos avances de la ciencia del siglo XX; hay una versión reciente en donde el monstruo se genera por manipulación genética de células madre, por supuesto. Cada etapa histórica produce sus criaturas con versiones variadas. Y la obra de Shelley se desvirtúa.

Como ejemplo irónico, concluyo con la anécdota de la historia de nuestro cómic. En la famosa página de Francisco Ibáñez, 13 Rue del Percebe, habitaba en el segundo derecha un científico loco que “fabricaba” diversos inventos disparatados. Uno de ellos es una figura calcada a la imagen del Frankenstein del cine. La censura de la época, años sesenta del franquismo, obligó a cambiar el personaje pues “solo Dios crea vida”, según las razones dadas. El científico desapareció de las viñetas siendo sustituido por un sastre que realizaba su trabajo con escasa profesionalidad. Lo dicho: dejen el móvil, lean la novela y decidan si hay que temer al doctor Frankenstein.

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