Hermana Muerte | Estreno en Netflix

Terror conventual y Memoria Histórica

Aria Bedmar en una imagen de 'Hermana Muerte', de Paco Plaza.

Aria Bedmar en una imagen de 'Hermana Muerte', de Paco Plaza.

Paco Plaza expande el universo ficcional de Verónica y sigue ahondando en la Historia reciente de España como territorio y marco realista para la reescritura contemporánea de las viejas claves del terror. En Hermana muerte, estrenada ayer en Netflix, viajamos hasta los días postreros de la Guerra Civil y la inmediata posguerra para acompañar a una novicia (Aria Bedmar) en su llegada a un convento rural donde es conocida como la Niña Santa que años atrás obrara milagros en la comarca.

Un convento que, entre estampas de jansenismo de autor en formato 1:33.1 y sutiles gestos de puesta en escena, esconde un macabro secreto que reaparece ahora en forma paranormal y a través de la sensibilidad agudizada de nuestra joven hermana y maestra Narcisa, catalizadora de tiempos y médium estigmatizada que hará aflorar la trágica verdad oculta entre visiones y pesadillas de generoso imaginario religioso.

Hermana muerte se sitúa así al otro lado del discurso oficial de la Memoria Histórica para hacer de las tropelías anticlericales del bando republicano el punto de partida y germen maléfico para su particular despliegue de un terror en sordina y a plena luz que pasa de una inteligente y austera dosificación en su primer tercio a una inevitable escalada efectista cuando decide ya revelar explícitamente todo aquello que había estado insinuado.