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Juego prohibido | Crítica

Los residuos del 'J-Horror'

Una imagen del nuevo filme de terror de Hideo Nakata.

Una imagen del nuevo filme de terror de Hideo Nakata.

Junto con Shimizu, Kurosawa o Miike, Hideo Nakata lideró hace ya más de 25 años el despegue internacional de aquel J-Horror que venía a tomar el relevo del cine de terror con relatos y formas del fantástico que proyectaron un nuevo imaginario a partir del folclore y la iconografía locales y la irrupción de la tecnología como vía de contagio viral y puerta de tránsito entre mundos. Títulos como The Ring o Dark Waters encontraron pronto sus correspondientes remakes norteamericanos que amplificaron aún más el fenómeno y permitieron el desembarco en Hollywood de algunos de aquellos cineastas japoneses al saludo de entusiastas valedores como Tarantino.

Ha llovido desde entonces y poco hemos vuelto a saber por aquí de Nakata a pesar de haber seguido trabajando con regularidad, casi siempre volcado en la producción comercial destinada al público adolescente. De entre todas ellas, Juego Prohibido se estrena ahora tal vez como una suerte de triste recordatorio de tiempos mejores, aunque con evidentes limitaciones de producción, efectos visuales y elenco que la convierten en un esforzado y fallido intento de recuperar el tono malsano o el trasfondo metafórico de aquellas cintas aunque sin la inventiva y el sentido del terror ambiental y sostenido que las hicieron singulares.

La esposa y madre fantasma de piel blanca y melena negra, celosa, acosadora y dispuesta a pasar el testigo a su hijo, regresa de entre los muertos para atizar la conciencia y los sentidos de una reportera que estuvo enamorada de su marido, premisa para un cansino viaje de ida y vuelta a través del espejo deformante de los embrujos, las amenazas y los sustos donde se tiene siempre la sensación de estar viendo una misma y única idea repetida hasta la saciedad.