Las ocho montañas | Crítica

Una amistad transalpina

Luca Marinelli y Alessandro Borghi en una imagen del filme.

Luca Marinelli y Alessandro Borghi en una imagen del filme.

El Gran Premio del Jurado en Cannes 2022 recompensaba tal vez en demasía esta historia de amistad masculina a lo largo del tiempo presidida por el canto a la naturaleza como marco impertérrito de los ánimos, silencios y lealtades entre dos jóvenes italianos.

Las ocho montañas exhibe su belleza lírica y su relación varonil sin lecturas de género entre imágenes, encuadres y colores de verticalidad clásica y unas canciones pop-rock que, por el contrario, torpedean y reblandecen la operación. De la infancia arcádica del descubrimiento a la madurez de la toma de decisiones, los caminos bifurcados y los fracasos, el filme sintetiza los encuentros veraniegos (el invierno por contra es el tiempo de la ciudad, la separación, el desorden, la distancia o, finalmente, la amenaza) de dos chicos de distinta clase, carácter y condición que encuentran en el impresionante entorno alpino una complicidad y un destino común más allá de sus diferencias, que tienen en la relación conflictiva con la figura del padre otro elemento que los hace reconocerse en la filiación y las heridas más profundas del alma.

Basada en el best seller de Paolo Cognetti, cuya voz narradora escuchamos también más de la cuenta, la película atraviesa las marcas del tiempo al raso para fraguar un vínculo indestructible destinado a perdurar más allá de la muerte, también más allá de un metraje compensado. Tal vez todo podría haber tenido más complejidad o densidad de la que tiene, y sus dos protagonistas, interpretados por Luca Marinelli y Alessandro Borghi, algo más de profundidad psicológica sobre su propia conciencia del relato, sus frases escogidas o su filosofía complementaria de eremitas en la cima (solitaria) del mundo.