No matarás | Crítica

La mala noche de Mario

Mario Casas, en una imagen del thriller de David Victori.

Mario Casas, en una imagen del thriller de David Victori.

Dice Mario Casas que hoy se mira en Robert Pattinson, actor que ha sabido transformar su imagen de pálido icono para adolescentes en un valor sólido para el cine de autor más audaz, de Cronenberg a Denis, de Gray a los Safdie. Y es precisamente en estos últimos en quienes se mira también, de manera tal vez demasiado evidente, David Victori (El pacto) en esta No matarás que busca prolongar el idilio del cine español industrial (también el de Casas) con el thriller urbano como género de cabecera para aunar sólidas estructuras populares con ciertas veleidades autoriales.

No matarás se propone como un trip nocturno sin respiro y tintado de neón a partir de una premisa elemental: la transformación de un anodino oficinista, un Mario Casas de nuevo algo disfrazado que acaba de enterrar a su padre después de cuidarlo durante años, en una suerte de superhombre al que un encuentro con una mujer (fatal) lo llevará literalmente a los infiernos del sexo y la violencia.

Lanzada a su desaforada carrera hacia lo desconocido, No matarás repite con Good times o Diamantes en bruto esa atmósfera algo irreal y esa puesta en escena física que no despega la cámara de su protagonista y lo acompaña en sus desplazamientos buscando traducir su interior atribulado y convulso, efecto sin duda efectivo y efectista que se ve impulsado aquí por la música de ritmos y texturas de Foulkes y Jusid y un guion en ocasiones caprichoso sobre los accidentes, circunstancias y salidas que rodean esta particular noche de supervivencia.

Con todo, se impone aquí la energía vibrante y magnética que conforman la puesta en escena y el propio Casas, capaz él solito, y por fin sin necesidad de verbalizar gran cosa, de arrastrar al espectador hasta el final en su transformación, desesperación y huida hacia adelante más allá incluso de toda moral. A la postre, No matarás es también la historia de cómo un hombre común puede convertirse en un animal rabioso.