Todos lo hacen | Crítica

Una bola a los postres

Una imagen de la insufrible comedia que dirige Martín Cuervo.

Una imagen de la insufrible comedia que dirige Martín Cuervo.

Si 2022 ha sido un buen año para el cine español en la zona alta, películas como Todos lo hacen, cuyo estreno estaban reservando para estas fechas no se sabe bien con qué aviesa intención, nos recuerdan tiempos no tan pretéritos en los que la cara dura, el desahogo o la voluntad de fraude eran la norma de una producción industrial sin demasiados escrúpulos.

Tiene narices además que la premisa de este subproducto con aspiraciones de comedia de enredo sea precisamente jugar con esa idea cuñadista de que todo español esconde a un pequeño defraudador dentro, irónico pretexto para una reunión de parejas mochufa en un hotel de montaña donde resolver un misterio que, ahora que triunfa esa nadería llamada Puñales por la espalda, elevaría por comparación a la cinta de Rian Johnson a la misma categoría que Jeanne Dielman, Vertigo o Ciudadano Kane en la encuesta de Sight & Sound.  

Encerrada en decorados de teleserie de saldo, escrita por alumnas repetidoras de primero de guion, iluminada y fotografiada por un miope daltónico, interpretada por unos actores sin sentido del ridículo (con el insufrible Salva Reina al frente) y dirigida por un auténtico lego en la gramática y el ritmo audiovisuales, Todos lo hacen será la última película española en estrenarse en 2022, también la más lamentable y bochornosa. Nuestra inédita bola de la temporada estaba reservada para ella.