Un pequeño mundo | Crítica

Infancias desnudas

Una imagen del filme de debut de la belga Laura Wandel.

Una imagen del filme de debut de la belga Laura Wandel.

Desarmados desde el primer plano, en el que una niña llora desconsoladamente en los brazos de su hermano mayor antes de separarse en su primer día de clase, vemos Un pequeño mundo con un pellizco en el estómago, zarandeados y empujados inevitablemente a la identificación, pero no sólo la del padre primerizo y temeroso de lo que viene, también la de ese niño que recordamos en sus primeros encontronazos con la realidad fuera de la burbuja protectora del hogar y la familia.

Y la cosa no ha hecho más que empezar. La debutante belga Laura Wandel pone sus miras en el cine sobre la infancia apaleada de Pialat y en las formas realistas y observadoras de sus paisanos Dardenne para impulsar este crudo relato de iniciación sin paños calientes ni colchones psicológicos. La manera de abordar el bullying y la crueldad infantil no viene con preaviso o alarmismo social ni nos protege de sus consecuencias. Implacable en su puesta en escena pegada al cuerpo y la mirada de su protagonista (descomunal e irrepetible Maya Vanderbeque), difuminado el fondo y el contexto en un poderoso trabajo sonoro, Un pequeño mundo describe las dinámicas de la agresión, el miedo, la soledad y la revancha desde una asombrosa fidelidad a esa zozobra del niño en pleno desconcierto, lanzado abruptamente a un mundo de descubrimientos que espejean en la propia sangre como territorio para la identidad y el desamparo.

Siempre junto a la pequeña Nora, podemos sentir aquí el frío de la ropa mojada, el temblor de la cobardía y el dolor de la vergüenza, mirar al hermano como víctima y verdugo, olvidarnos de ese mundo exterior que no existe más allá de los muros del patio del colegio y las paredes del aula. Tan sólo un pequeño reproche a la maquinaria de la distancia justa y las emociones sinceras: una cierta sobrecarga final del drama en busca de la revelación bressoniana, ese abrazo desesperado y catártico, eco de aquella imagen inicial, que devuelve el calor y el afecto perdidos en estos primeros pasos en la jungla de la vida social.