Una bonita mañana | Crítica

La vida a distancia

Una imagen del último filme de Mia Hansen-Love.

Una imagen del último filme de Mia Hansen-Love.

En su afán por propulsar el relato siempre hacia adelante, a velocidad de crucero, el cine novelesco y realista de Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, El porvenir, Edén o La isla de Bergman) se deja a veces por el camino parte de la emoción que se le reclama a sus criaturas siempre inestables y en tránsito.

Una bonita mañana parte de materiales autobiográficos para trazar las jornadas de una joven viuda y madre (Léa Seydoux) que ha de bregar con la enfermedad degenerativa del padre de residencia en residencia, con su trabajo como traductora, el vaciado de la casa familiar o la aparición de un nuevo amante (Melvil Poupaud) que tal vez cure las heridas del duelo entre idas, venidas y ocultamientos adúlteros.

El ciclo estacional se impone como fondo urbano mutante y el montaje impulsa siempre el ritmo en secuencias que duran lo preciso para el encuentro, la exposición del tema y sus variaciones. El problema aquí está en que ese flujo es tan continuo y su disposición temporal tan determinada que se echa precisamente de menos ese tiempo interior de los personajes que permita hacer aflorar el pensamiento o las emociones.

Así, de esta manera, se diría que lo que Hansen-Love pretende articular como relato de la vida que avanza en su provisionalidad contra viento y marea no deja apenas huella o no se permite dejarla. Que al final del trayecto nos quede una imagen congelada de algo parecido a la felicidad o a la esperanza de cambio fragua otra paradoja más de un filme que parece estar siempre demasiado lejos de sus criaturas.