Diario de posguerra en Madrid, 1943 | Crítica

Vasos saltados

  • El primer volumen conocido de los diarios de Rafael Cansinos Assens, referido a 1943, recrea la resignada vida del literato en el anodino y tristísimo Madrid de la posguerra

Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882-Madrid, 1964).

Rafael Cansinos Assens (Sevilla, 1882-Madrid, 1964).

Aunque el resto de su obra contiene títulos valiosos, dejando aparte su papel como paradójico impulsor del Ultra o su titánico desempeño como traductor y crítico, Rafael Cansinos Assens debe buena parte de su prestigio a los tres volúmenes de memorias, La novela de un literato, donde el autor sevillano dejó un testimonio impagable de la Edad de Plata, con especial atención a los actores secundarios y los personajes ínfimos. Por su hijo y albacea, Rafael Manuel Cansinos Galán, editor de su obra y responsable del archivo que custodia su legado, sabemos que esos volúmenes, publicados póstumamente entre 1982 y 1995, fueron escritos en la década de los cincuenta, a partir de los diarios que llevaba desde niño. Pero existen otros posteriores al momento en el que acaban las memorias, que lo hacen cuando empieza la Guerra Civil, con la muerte de la República y también de la Literatura, según el famoso final de la trilogía. Correspondiente a 1943, este ahora conocido es el primero que sale a la luz y da inicio a una serie largamente esperada por sus devotos, que no encontrarán en sus páginas una obra tan elaborada como las memorias, pero sí el peculiar registro entre melancólico y descreído –menos brillante e incisivo, porque la grisura de la realidad no ofrecía perfiles propicios– de un diarista que describe con admirable fidelidad la mezcla de asfixia y atonía de aquel tiempo paupérrimo, marcado por la humillación y la voluntad de supervivencia.

Cansinos se cita a diario con Josefina, su compañera desde 1924

El inicio marca el tono crepuscular que atraviesa todo el libro, obra de un escritor de sesenta años al que le quedaban todavía dos décadas largas de vida, pero que se siente ya entonces de vuelta o casi literalmente acabado: "Muchas veces antes, tuve yo esa angustia y soñaba huir de la vejez, y de la muerte natural, con el suicidio romántico... Ahora ya es imposible... Ya todos me han visto viejo... Ya soy un viejo...". Soltero impenitente, Cansinos convive con sus dos hermanas –la mayor en el piso de arriba, de la misma casa situada frente al Retiro– y pese a la penuria general se maneja sin estrecheces gracias a una herencia. Estuvo bajo sospecha en el Madrid rojo, por supuesta connivencia con el falangismo, y vuelve a estarlo ahora por su denunciada condición de judío y por su "vida rara", según el infame expediente de las nuevas autoridades, que no le permiten publicar en prensa y hasta eliminan su nombre de los libros que traduce. Con la entrega de la versión de Fausto ha concluido las obras completas de Goethe, trabaja en su biografía y visita con regularidad la sede de la editorial Aguilar. Se cita a diario con Josefina, su compañera desde 1924, extremeña de don Benito que pasa largas temporadas en la capital. Ambos pasean como novios añosos, unidos por un perdurable vínculo que ha dejado atrás los encuentros sexuales –el escritor lo lamenta, pero parece resignado– y se limita a una convivencia apacible, no exenta de leal afecto. Muy distintas de las animadísimas de La novela de un literato, las tertulias a las que asiste, en El Gato Negro, anejo al Teatro de la Comedia, o después el Frisel y el Cocodrilo, reúnen a personajes poco rutilantes, autores menores, actrices o actores de modesto pasar, vividores de medio pelo.

El diarista describe una ciudad de contornos provincianos

Aunque no faltan las anécdotas y los chismes, es un diario volcado en la intimidad. Las escasas noticias literarias –referencias a escritores como Jardiel, Manuel Machado, Ruano o el joven Cela, que ha publicado hace poco La familia de Pascual Duarte– y los escuetos apuntes relativos a la actualidad de ese año decisivo en el curso de la Segunda Guerra Mundial –breves líneas que aluden a la derrota del Afrika Korps, la invasión de Sicilia por los aliados o la caída y el rescate de Mussolini– se compensan con el preciso retrato de la vida cotidiana en un Madrid de contornos provincianos, más poblachón que nunca. El parque del Retiro, donde Cansinos pasea en soledad o con Josefina, es lo único que escapa a la degradación de una ciudad donde el bullicio de antaño ha dejado paso al silencio cauteloso. Bulos, confidencias en voz baja, actos de afirmación patriótica, cuerdas de presos, barrios en ruinas, dejan ver la cercanía de la guerra. Todo remite a un trasfondo sórdido: los dramas familiares, los escarceos galantes, la precariedad de las economías, los apaños para ir tirando. Hasta los monumentos, como la fuente de las "tres bellas sirenas", son depurados por inmorales. El "antes", también por las injurias de la edad o el olvido de la "fugaz gloria", parece una época lejanísima, y Cansinos se fija en los detalles más nimios con una "atención de despedida", reencontrándose a veces con los escenarios o los espectros del tiempo viejo. "Es interesante asomarse a las vidas ajenas", nos dice, y a través de ellas transmite lo que sus protagonistas, o los supervivientes todos, tienen de vasos saltados, no completamente rotos pero resquebrajados e inservibles.

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