Otros vendrán... | Crítica

Mártires del ideal

  • Espuela de Plata recupera la novela en la que Marina Ginestà, miliciana comunista durante la Guerra Civil, recreó la historia del sindicalismo libertario durante los llamados años de plomo

La miliciana Marina Ginestà posa con 17 años en la terraza del hotel Colón de Barcelona, el 21 de julio de 1936.

La miliciana Marina Ginestà posa con 17 años en la terraza del hotel Colón de Barcelona, el 21 de julio de 1936. / EFE / Hans Gutmann (Juan Guzmán)

Nacida en Toulouse donde sus padres, pertenecientes a familias obreras de acreditada tradición socialista, se habían exiliado por razones políticas, Marina Ginestà (1909-2014) fue esa jovencísima miliciana de las JSUC que aparece en una fotografía famosa desde su redescubrimiento en los archivos de la agencia EFE, tomada por un fotoperiodista alemán –Hans Gutmann o Juan Guzmán, luego instalado en México– poco después de la rendición de los sublevados en Barcelona, en los primeros días de la Guerra Civil. Se conservan otras donde aparece junto a su hermano en el frente o en presencia de Buenaventura Durruti y del corresponsal y agente de Stalin Mijaíl Koltsov, para el que Ginestà trabajó como intérprete antes de trasladarse a Valencia y en cuyas memorias, Diarios de la guerra española, cuenta el ruso –purgado tras su regreso a la URSS, pese a los importantes servicios prestados– cómo ella le confesaba que nuestro gran defecto era ser demasiado sentimentales.

Marina Ginestà junto a su hermano Albert en el frente de Tardienta, en 1936. Marina Ginestà junto a su hermano Albert en el frente de Tardienta, en 1936.

Marina Ginestà junto a su hermano Albert en el frente de Tardienta, en 1936.

Fueron los anarquistas quienes consiguieron el logro de la jornada laboral de ocho horas

A una edad ya avanzada, después de volver por unos años a Barcelona con su segundo marido, un diplomático belga que trabajó en el consulado de la capital catalana, Ginestà publicó dos novelas: Les antipodes (1976), donde recogía en parte sus vivencias como refugiada en la colonia española de la República Dominicana durante la brutal dictadura de Trujillo, y Les précurseurs (1977), recuperada ahora por Espuela de Plata en la traducción castellana de su hijo Manuel Periáñez-Ginestà. A él se debe el nuevo título, tomado de la última frase en la que se sugiere la continuación de la batalla a pesar de las pérdidas, y el prólogo coescrito con Rocío González Naranjo, donde ambos dan noticia biográfica de la autora y contextualizan el libro en relación con su evolución ideológica de la posguerra. Su madre, nos dice Periáñez-Ginestà, no se consideraba una heroína, no formaba parte del núcleo prosoviético –al contrario que su antiguo novio Ramón Mercader, el asesino de Trotski– ni fue testigo directo de la represión del POUM. Sólo después, ya en el exilio, tomó conciencia de la guerra interna que había devorado a su bando y desarrolló, sin ser anarquista, simpatía hacia los doblemente derrotados.

Concentración durante la huelga de la Canadiense en febrero de 1919. Concentración durante la huelga de la Canadiense en febrero de 1919.

Concentración durante la huelga de la Canadiense en febrero de 1919.

La novela retrata un imaginario que unía el trabajo, la militancia y la formación autodidacta

Es significativo que cuando Ginestà echa la vista atrás, en el reencuentro con la ciudad que abre la novela, elija centrarse no en la épica de la resistencia durante la Guerra Civil que había vivido de primera mano, sino en la mucho más olvidada de los libertarios de la generación de sus padres durante los llamados años de plomo. En esa Barcelona del pistolerismo, poco después de que la gran huelga de La Canadiense, liderada por los anarquistas en febrero de 1919, consiguiera el logro histórico de la jornada laboral de ocho horas, se sitúa la acción de Otros vendrán..., que refleja muy fielmente el debate del sindicalismo revolucionario entre los defensores de la unidad política de las organizaciones obreras –veteranos volcados en la mejora de las condiciones de vida– y los jóvenes partidarios de la acción directa. La durísima respuesta de la patronal, a través de los matones del Sindicato Libre o de las propias fuerzas del orden, se tradujo en cientos de asesinatos, deportaciones y encarcelamientos preventivos, que en el presente de la novela se sobreponen a huelgas pasadas como la de los tejedores de Carme, a las levas para la Guerra de África o los disturbios de la Semana Trágica.

Ginestá usa un estilo sencillo e ingenuo, sin pretensiones, elocuente y conmovedor

Las dos familias de Ana Giner, trasunto de la autora, y Llibertat Alzina, con alguna derivación que retrata las miserias de la pequeña burguesía, retratan ejemplarmente el imaginario de esa clase humillada que alternaba el trabajo, la militancia y la formación autodidacta, desde una perspectiva idealizada pero no inexacta que celebra la profunda solidaridad, la pureza de los principios y el alto coste que pagaron por defenderlos. Usando un estilo sencillo e ingenuo, sin pretensiones, pero elocuente y a ratos conmovedor, Ginestà reivindica el espíritu de lucha y la voluntad de hierro que caracterizó a hombres y mujeres generosos, abnegados, curtidos en mil desgracias. "El ideal libertario no es solamente una doctrina, una esperanza para el futuro. Es también una moral, una regla de conducta", sentencia uno de los presos cuando en la celda se duda sobre el camino a seguir. Dice mucho de la antigua miliciana que prefiriera este discurso edificante a tantos como entonces presagiaron y parecían desear que corrieran ríos de sangre.

Salvador Seguí, el Noi del Sucre, asesinado por los pistoleros de la patronal. Salvador Seguí, el Noi del Sucre, asesinado por los pistoleros de la patronal.

Salvador Seguí, el Noi del Sucre, asesinado por los pistoleros de la patronal.

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