El joven que heredó el cielo de Granada
Entrevista
Con solo 23 años, el parapentista granadino ha batido récords mundiales y sueña con llevar a España a lo más alto, manteniendo intacta la humildad que aprendió en casa
Marcelo Sánchez no aprendió a caminar antes que a volar, pero casi. Su historia está marcada por un legado que comenzó mucho antes de que él naciera. Hijo de un padre y una madre que también surcaron los cielos, su infancia estuvo impregnada del olor a montaña y del sonido del viento chocando contra la tela de un parapente.
Su padre, que empezó a volar a los 18 años, vivió dos décadas de aventuras en el aire hasta que un accidente en ala delta, y el nacimiento de Marcelo, lo hicieron aterrizar en tierra firme durante casi ocho años. Pero cuando Marcelo tenía apenas 8 o 9 años, su padre retomó el vuelo. “Para mí, mi padre era como un superhéroe que volaba”, recuerda con una sonrisa. Aquel niño intrépido, amante de la naturaleza y de correr por la montaña, empezó a soñar con seguir sus pasos.
En casa aún quedaba el viejo parapente de su madre, más antiguo que él. Cuando acompañaba a su padre y sus amigos a volar, esperaba pacientemente a que aterrizaran para inflar aquella tela, jugar con el viento y sentir que, de alguna manera, ya estaba en el aire. Sin saberlo, estaba trazando la ruta que lo llevaría a convertirse en uno de los mejores parapentistas del mundo.
A lo largo de su adolescencia practicó rugby, natación y atletismo, pero el parapente le ofreció algo único: la posibilidad de contemplar la naturaleza desde un punto de vista privilegiado, volar con los pájaros y recorrer en un solo vuelo la Sierra Nevada entera. “Es una sensación de libertad que te atrapa”, confiesa.
Su progresión en el deporte ha sido meteórica. A pesar de su juventud, Marcelo ha batido récords nacionales, europeos y mundiales. En 2024 sumó siete nuevos hitos a su trayectoria y, un año antes, conquistó el Mundial Junior, un logro que guarda con especial cariño por el esfuerzo que supuso y porque España no era la favorita en ese terreno. Pero quizá sus recuerdos más valiosos no estén en las medallas, sino en las experiencias compartidas: padres que lo acompañaron en sus récords, amigos inseparables que lo siguen en competiciones y viajes que le han abierto la mente y el corazón.
“Me encantaría que el equipo español ganara el campeonato mundial”, asegura cuando se le pregunta por su mayor sueño. Aunque el título individual lo atrae, la idea de compartir una victoria con sus compañeros le parece aún más emocionante. Esa es la esencia de Marcelo: ambicioso pero profundamente humano, competitivo pero siempre consciente de sus raíces.
Además de competir, trabaja como profesor de parapente. Desde su posición, defiende que el deporte debe profesionalizarse y dejar atrás la imagen bohemia que tuvo en el pasado. La seguridad y el buen ejemplo, insiste, son la clave para que las nuevas generaciones se enamoren del vuelo sin miedo.
Su mensaje para los jóvenes es claro: “Si tú mismo no crees en ti, nadie va a creer en ti”. Marcelo reconoce que el ego, en dosis sanas, es necesario para superar límites, pero siempre acompañado de humildad y respeto. Sabe que el parapente no es tan peligroso como la gente piensa, siempre que se respeten los protocolos y se eviten imprudencias.
En un mundo que mira obsesivamente hacia los deportes masivos, Marcelo reivindica la diversidad y la belleza de las disciplinas minoritarias. “Si todos hiciéramos lo mismo, sería un mundo aburrido”, afirma. Por eso agradece cada espacio, cada entrevista, cada oportunidad de visibilizar un deporte que, aunque pequeño, ofrece sensaciones inmensas.
Y en cada vuelo, Marcelo lleva consigo la frase que lo acompaña desde siempre “Hasta que no extiendas tus alas no sabrás lo lejos que puedes volar”. Una máxima que no solo guía su carrera deportiva, sino también su forma de entender la vida: arriesgar, confiar y lanzarse, porque solo así se descubre la verdadera dimensión de los sueños.
En la mitología griega, Ícaro voló demasiado alto y cayó al mar, víctima de su ambición. Marcelo, en cambio, aprendió desde niño que volar no es tentar a los dioses, sino fundirse con la naturaleza con respeto y disciplina. No vuela para desafiar, sino para contemplar, para descubrir la libertad en su forma más pura y demostrar que el cielo no es un límite, sino un horizonte abierto.
Al final, su vida y su carrera son un recordatorio de que no hace falta tener alas para volar; basta con un parapente, una montaña, el viento adecuado… y la convicción de que no hay límites, salvo los que uno mismo se impone. Marcelo Sánchez no solo ha heredado el cielo de Granada: lo ha hecho suyo, y está decidido a llevarlo, junto al nombre de España, a lo más alto del mundo.
También te puede interesar
Lo último