No hay que nacer en invierno
Hacía calor en Granada y Rafael y María no podían imaginar aquella tarde de junio de 1975 que el retoño que estaba a punto de asomar al mundo, el primogénito de la pareja, iba a unir su vida al esquí, un deporte que le daría satisfacciones, prestigio, dinero… y que, sobre todo, colocaría para siempre a su niña en un lugar destacado de la historia del deporte patrio. No hay que nacer en invierno para ser esquiadora, ni tampoco es imprescindible hacerlo en una tierra preñada de montañas o en el seno de una familia acomodada. Nada de eso. Fue justamente gracias al desempleo y a la casualidad por lo que comenzó a forjarse una historia que, pese a los sinsabores y los malos ratos que también vinieron, ha llenado de luz y marcado para siempre la vida de María José Rienda Contreras.
La vida, hasta los nueve años, María José la desarrolló junto a sus padres y sus dos hermanos menores (Daniel y Raquel) en Granada. Rafael, que se encontraba desempleado, recibió una oferta de trabajo para hacerse cargo de una portería en Sierra Nevada. Era 1984 y María José y familia se mudaron unos kilómetros más arriba de la capital. Rafael trabajaría en el 'Kilimanjaro'. Fue aquel edificio el que comenzó a cambiar la vida de la familia. La montaña más alta de África, un continente al que se le puede relacionar con cualquier cosa menos con la nieve, daba nombre al bloque, quizá un detalle premonitorio para el futuro de María José, que se iba a forjar en una estación, como la montaña africana, exótica, la más al sur de todas las de Europa, donde el sol convive como en ningún lugar con la nieve.
María José tuvo su primer contacto con el esquí en el colegio de la Sierra al que empezó a acudir, donde no se impartían clases de educación física, una materia que pronto fue sustituida por otra igualmente física, sin balones medicinales y con mucha nieve. El esquí.
A los 14 años empezó el cambio realmente gordo en la vida de la que por entonces no era más que una adolescente responsable, tímida y alegre. La inclusión de la mayor de los Rienda en el equipo Nacional de Esquí (al que también pertenecieron sus dos hermanos) no era más que la confirmación de que allí había madera de campeona, pese a que la historia del deporte blanco jamás le hubiera hecho hueco a nadie con adn granadino.
Comenzaron a venir las competiciones de todo ámbito y en cualquier lugar, la mayoría de ellas muy lejos del edificio Kilimanjaro, donde desde pronto tuvieron que acostumbrarse a la nueva vida de sus hijos. Raquel, su hermana pequeña con la que se lleva menos de un año, despuntaba tanto o más que ella en las pistas, lo que sin duda hizo más llevadero el tiempo que María José tenía que pasar lejos de casa, pues a menudo ambas coincidían en concentraciones, entrenamientos y viajes.
Y mientras la adolescente se iba convirtiendo poco a poco en mujer, proceso que sin duda se acelera en los casos de los deportistas de elite, fueron también llegando los éxitos, primero en los campeonatos nacionales, luego en las pruebas FIS y en la Copa de Europa…
En 1994 llegó la hora del estreno en la Copa del Mundo. Tarde o temprano pasaría. Tenía 19 años.
Desde entonces han sido 17 años en la elite y Rienda no puede decir precisamente que le haya ido mal. Si hay un factor que puede arruinar la carrera de un deportista, sin duda es el de las lesiones, y aunque la parte final de su trayectoria quedará unida irremediablemente a sus dos rodillas lesionadas, contratiempos desde los que ya nunca pudo volver a ser la misma, María José disfrutó durante años de un camino completamente limpio de problemas físicos, y varios cursos, especialmente 2003, 2004 y 2005, en los que se codeó con las mejores del mundo y fue capaz de obtener éxitos que superaron a los de Blanca Fernández Ochoa, la referencia para todos cuando la granadina aún no había irrumpido en la elite.
La primera gran competición para Rienda fue en su casa. Pareció el destino querer que corriera con más experiencia el Mundial de Sierra Nevada, que se retrasó un año por culpa de la falta de nieve y le llegó a los 21. Después llegarían otros cinco mundiales más, y aunque en el siguiente (Sestriere) se clasificara entre las diez primeras, no sería ésta su competición fetiche y sí la Copa del Mundo, la que premia la regularidad por encima de una actuación puntual.
En la Copa del Mundo Rienda subió once veces al cajón y obtuvo un total de seis victorias parciales (la primera en Are, Suecia, en 2005), todo un hito frente a las cuatro carreras ganadas por Fernández Ochoa. Permaneció durante diez años en el top ten de la disciplina de Gigante y fue capaz de obtener tres medallas en la general de la competición, dos de bronce (temporadas 03/04 y 04/05) y el subcampeonato de la 05/06.
Fue justamente 2006 el año en el que todos los focos a nivel nacional se instalaron definitivamente en ella. Sus recientes éxitos la habían colocado con firmeza en el universo mediático. Se le pudo ver en innumerables entrevistas televisivas y en otros medios. Sus éxitos deportivos y la sencillez, humildad y belleza que transmite su imagen intensificaron su fama, llegando a convertirse en una de las deportistas más conocidas y admiradas del país. Salió hasta en el ¡Hola! e incluso rechazó ofertas para protagonizar portadas.
Acudió a los Juegos Olímpicos de Turín con todas las opciones de obtener su primera presea olímpica, optando como gran favorita al oro. Su sonrisa llevó en volandas la bandera española en el desfile inaugural. Sin embargo, la carrera no le pudo ir peor a la granadina, la primera en salir del portillón para abrir una pista que, debido a la gran nevada que cayó la noche anterior, había dejado de serle favorable a sus condiciones. Sólo fue decimotercera, lejos de la sexta plaza que obtuvo en Salt Lake City 02 y a un abismo de las medallas.
El revés no hizo mella en su ánimo. María José siempre ha sido positiva y se ha sentido una privilegiada, así que afrontó con optimismo sus siguientes competiciones, convencida de que seguía estando en su mejor estado de forma y que el trabajo la seguiría llevando a los éxitos. Tenía 31 años y un futuro por seguir escribiendo todavía. Sin embargo, llegaron las lesiones que nunca habían aparecido y la competición le mostró su cara más cruel. Se produjo la temida 'triada' mientras se entrenaba en Loveland, Estados Unidos. La 'tierra del amor' se convirtió en su lugar más odiado, pues aquella grave lesión la dejaría casi dos años sin competir. Reapareció mucho después, en Soelden, y su primera bajada tras dos años no pudo salirle mejor: séptima en la primera manga. Fue uno de los momentos más felices de su vida, a la altura de sus visitas al podio. El calendario la llevó para la siguiente prueba a la misma zona de la lesión, Colorado. Y esta vez fue su rodilla izquierda la que quebró y, con ella, comenzó a apagarse la luz competitiva de María José.
Su reacción fue nuevamente un ejemplo de tesón, deportividad y afán competitivo. Volvió a ponerse una meta, se prometió a sí misma y a los que la quieren que no abandonaría. Lo logró. En Vancouver acudió a sus quintos juegos y volvió a sentirse deportista. De paso, logró un hito que únicamente dos deportistas antes -Manel Estiarte y Luis Álvarez- habían conseguido superar, con seis presencias olímpicas.
La despedida no podía ser en otro lugar que en la que siempre ha sido su casa, Sierra Nevada, rodeada de todas las personas que han sido importantes para ella. Lo deja con tranquilidad, feliz. Y con esa sonrisa que nunca, ni en los peores momentos, le ha sido infiel.
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