El diario de Próspero

Drama de mujeres, alimento vivo para la escena

  • Casi cuatro décadas después de su primer y legendario montaje de la obra lorquiana, José Carlos Plaza vuelve a ‘La casa de Bernarda Alba’ con una nueva producción que estrena este mes

Mari Carmen Prendes (a la izquierda) y parte del reparto de ‘La casa de Bernarda Alba’ en el montaje dirigido por José Carlos Plaza en 1984.

Mari Carmen Prendes (a la izquierda) y parte del reparto de ‘La casa de Bernarda Alba’ en el montaje dirigido por José Carlos Plaza en 1984. / Efe

Que en un mismo año, el fatídico 1936, Federico García Lorca escribiese La casa de Bernarda Alba y comenzase la truncada Comedia sin título, con la que aspiraba a prolongar los efectos del teatro imposible ya logrados con El público y Así que pasen cinco años, revela la posición de un autor repartido entre el Lorca reconocido en su tiempo, el más querido y aplaudido por su público, y el artista empeñado en incendiar la escena con una revolución conceptual que únicamente su asesinato llegó a llevarse por delante. Mucho se ha escrito sobre el particular y poco nuevo vamos a arrojar a estas alturas, si bien parece evidente que la tutela ejercida por Margarita Xirgu, quien estrenó La casa de Bernada Alba en Buenos Aires en 1945, resultó determinante para que Lorca accediese a contar la historia de Bernarda y sus hijas. Sería un error, eso sí, valorar a Lorca como un dramaturgo escindido, partido entre dos quehaceres poéticos en relación a la escena en mutuo conflicto: uno vertido en el mundo vernáculo, jondo, de pasiones desatadas y decisiones radicales e irreversibles, por la que ganó el favor de su tiempo como hombre de teatro; y otro que tenía que ver con una ambición más universal, visionaria y fundacional para un teatro nuevo en lo que parecía un tiempo por hacer y que terminó consumiéndose y haciéndose pasado de forma apresurada. Aunque Lorca pudo jugar a alimentar ilusiones de intuiciones dispares, hay conexiones evidentes que demuestran una unidad formal e ideal en el teatro del granadino: en el contexto cerrado de su ambientación doméstica, La casa de Bernarda Alba presenta una elevada dosis de simbología verbal y estética por la que queda emparentada con lo que debió ser la Comedia sin título mucho más de lo que las apariencias pregonan. Ya desde los primeros montajes de la obra durante los 50, eso sí, recibió el teatro español la obra como ejemplo modélico de tragedia, una querencia que tampoco evitó Juan Antonio Bardem cuando dirigió la producción estrenada en 1964. Tal adscripción perduró hasta que Bernarda Alba quedó fijada en el imaginario cultural español como tragedia por derecho. En 1984, sin embargo, la alternativa más elocuente llegó de manos de quien seguramente más y mejor podía permitírselo: José Carlos Plaza.

El cartel de la nueva producción. El cartel de la nueva producción.

El cartel de la nueva producción. / Faraute

Aquella producción estrenada en el Teatro Español contaba en su elenco con Berta Riaza, Mari Carmen Prendes, Aurora Redondo, Ana Belén, Pilar Bayona, Enriqueta Carballeira, Mar Díez y Paca Ojea. José Carlos Plaza tomaba en peso las propias palabras con las que Lorca definió su obra, “un drama de mujeres en un pueblo de España”, para huir de la retórica trágica y abordar La casa de Bernarda Alba, precisamente, como un drama: un conflicto pegado a la tierra y sostenido por seres humanos, no por arquetipos. Plaza optó por despojar a Bernarda y sus hijas de la condición de siervas del destino con la que habían sido arropadas para convertirlas en seres de carne y hueso, y acertó. En la última obra que logró completar Federico, el protagonista no es tanto el destino ( ni mucho menos) como las tradiciones impuestas por intereses claros del viejo poder político empeñado en prolongar su hegemonía. Cuando la República parecía agonizar a cuenta de las presiones de sus contrarios, Lorca advertía de que el impulso regenerador que muchos daban por hecho en España constituía en realidad un paso en falso: aquel país también era aquella casa en aquel pueblo en el que la oposición al antiguo régimen se paga con la muerte. Y esta perpetuidad no tiene que ver con lo escrito, sino con las estructuras que sostienen a un poder opresor. Con José Carlos Plaza, La casa de Bernarda Alba ganó claridad y, seguramente, verdad a partir de esta premisa. No fue un logro menor.

Por eso resulta lógico que las expectativas se mantengan elevadas ante el regreso de Plaza a La casa de Bernarda Alba con el montaje que se estrena el próximo día 27 en Alicante con Ana Fernández, Luisa Gavasa, Ruth Gabriel, Zaira Montes, Rosario Pardo, Montse Peidro, Marina Salas y Consuelo Trujillo en el reparto (en el que llegó a figurar en un primer momento Julieta Serrano, cuya permanencia habría permitido cerrar un bonito círculo para la actriz española con más experiencia atesorada en lo que a Bernarda Alba se refiere). Aquel país ya no es el mismo, la consideración en torno a los derechos de la mujer tampoco; pero será interesante comprobar qué queda de aquel viejo régimen, eternizado a menudo en manos matriarcales. Para eso sirve, también, el teatro.

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