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Entrevista
Pablo Coca (Alcalá de los Gazules, Cádiz, 1969) habla con pasión de Andalucía. “Nací en el pueblo más bonito. Mi padre era maestro de escuela y director del colegio, me llevó a la célebre manifestación por la autonomía. Soy un enamorado de mi tierra”. En su currículum hay hasta un trabajo sobre el Cine Andalucía que funcionó en su Alcalá natal. Ahora trabaja con entusiasmo en el documental Flamenco, una pasión catalana. Es un fiel seguidor de la máxima de Carlos Cano por la que ser andaluz es una manera de ver el mundo.
–Entiendo que el lenguaje audiovisual de hoy tiene poco que ver con el de su etapa de estudiante. La evolución ha tenido que ser muy acentuada.
–Ha cambiado muchísimo en todos los sentidos, incluidos los propios géneros. Los documentales de antes se hacían con una voz narradora en tercera persona y de vez en cuando se metían fragmentos de entrevistas que refrendaban lo que había dicho esa voz. Ese esquema con esa voz en off ha quedado para cierto tipo de documentales, como los de la Naturaleza, pero el público tiende ya a documentales donde el peso recae en los propios protagonistas. En cuanto a otro tipo de género, como es el de la publicidad, hemos aumentado mucho de velocidad. Ahora hay cada vez menos tiempo para la reflexión. No hay tiempo para digerir la información, Tik-Tok es una dictadura. Los jóvenes se acostumbran a no leer, pero es que no leen ni las preguntas de un examen. Todo es muy rápido.
–Hay quien verá una virtud en la capacidad para sintetizar contenidos...
–Hay profesionales que son capaces de contarte una historia en veinte segundos. No juzgo a nadie. Yo intento desde mi género, que es el documental, aportar mi grano de arena para mejorar el mundo, educar la mirada, hacer una sociedad mejor. Nos tenemos que adoptar a los nuevos formatos. Cuando en los institutos proyecto mis documentales, por ejemplo el dedicado a Carlos Cano, doy las gracias a los chavales por aguantarlo entero. Suelo hacer los documentales de entre 50 minutos y una hora y diez de duración. Y ya es meritorio que lo aguanten.
–¿Ha percibido un cambio en el perfil del espectador tras la pandemia? ¿Somos menos pacientes, sufrimos más de ansiedad?
–No solo ha influido la pandemia, sino el consumo audiovisual a la carta. La televisión nos unía en cierta forma, porque antes todos veíamos lo mismo. En la cuestión audiovisual somos cada vez más como tribus. Antes íbamos al cine y era el espacio laico donde nos juntábamos todos los del pueblo o todos los del barrio. A veces lo menos importante era la película, la clave estaba en ligar o en estar con los amigos. Recuerdo que en casa se nos decía que a la hora de comer no se veía la televisión, porque si se encendía no hablábamos entre nosotros. Y cuando se conectaba la televisión, todos juntos a verla. Ahora llega este nuevo formato de las plataformas y eso provoca que todo se haya individualizado. Los jóvenes ya no ven la tele como hacíamos nosotros, y conste que es una ventaja que uno pueda ver un documental social mientras otro disfruta de una película de ciencia ficción. Los jóvenes están con el teléfono móvil o con el ordenador.
–Supongo que para profesionales del sector como usted será muy bueno que haya crecido la oferta.
–Sí, es bueno, pero no olvidemos la que para mi es la gran clave: hacer siempre una defensa de la televisión pública de calidad. Yo hago un servicio público aunque sea un autónomo. Si quiero hacer un documental sobre Carlos Cano, Jarcha o el perjuicio que provocan las microondas de las antenas en la salud, tiene que haber una Junta de Andalucía o un Canal Sur que me apoye. De lo contrario no se pueden hacer. Hay que defender una televisión pública de calidad, como hay que hacer con la enseñanza o la sanidad. Hay que contar historias que además eduquen. Y para eso hace falta la televisión pública de calidad que no esté al servicio del político de turno.
–¿Qué peso tiene la creatividad en un director de documentales y realizador de audiovisuales como es su caso?
–La creatividad es la base y es la materia prima. Es más, es la creatividad y también la porosidad. Hay que ser permeables con la realidad, sacar partido de una conversación, de cuanto ves en la sociedad y en el mundo que nos ha tocado vivir. Recuerdo a mi amigo Lothar Bergmann, gran investigador del arte rupestre. Era un ingeniero químico que trabajaba para Bayern. Bautizó el arte rupestre de Andalucía como arte sureño. Se quedó a vivir en una tienda de campaña en Tarifa. Era un crack. Un día me dijo una cosa muy importante: “La vida hay que tomársela en serio”. La gente que contamos historias tenemos que tener creatividad, pero también ser permeables con la sociedad, a no ser que vivamos de la ciencia ficción. Para ser permeable hay que estar en la calle, leer mucho y escoger buen cine.
–¿Trabaja más por encargo o por iniciativa propia?
–Depende de la racha, pero suelo trabajar más por iniciativa propia. Ahora, por ejemplo, trabajo en una idea que tengo desde hace años. Quiero contar la introducción del flamenco en Cataluña a través de la emigración andaluza. Andalucía no se entiende sin la novena provincia. Los andaluces abrazamos siempre el mundo y a mi, en particular, jamás me han gustado los excluyentes. Quiero exponer la fuerza que ha tenido el flamenco en Cataluña desde los años 60, la fundación de peñas flamencas, el ceceo que se oye en muchos barrios de allí. He presentado el proyecto a Canal Sur y a TV3. Digo como la gente del campo: he sembrado, ahora que llueva... Es cierto que los documentales buenos, lo que se dice buenos, son de iniciativa propia. El de Carlos Cano, el de Jarcha, el de Dibujo del Tiempo dedicado al arte rupestre y el que ahora se está moviendo mucho sobre la desbandá, la expresión de Queipo para referirse a la gente que se tuvo que ir a Francia. De Málaga a Almería se tuvieron que ir miles de criaturas, la mayoría mujeres y niños. Al llegar a Francia los meten en campos de concentración, porque se trataba de la Francia pre-nazi. Aquello fue mucho peor que lo del Guernica. Esta historia hay que contarla sin acritud, porque nuestros hijos no deben sufrir estos hechos nunca.
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