Cisnes negros, negros tiempos

Dietario de España

El gran apagón nos deja una reacción cívica generalizada, la sensación de fragilidad y una campaña pronuclear contra las renovables

Una pareja escucha un transistor en Ferrol durante el apagón el pasado lunes.
Una pareja escucha un transistor en Ferrol durante el apagón el pasado lunes. / Kiko Delgado / Efe

04 de mayo 2025 - 06:00

Vivimos tiempos inquietantes. Repentinamente, las cosas que damos por hechas desaparecen. La prosperidad se desploma. La tecnología se borra y se torna prescindible. En ese momento, al smartphone ya sólo le pedimos que nos permita llamar a la familia y echamos de menos los móviles ladrilleros de hace 20 años con sus baterías inacabables. Nos preocupamos por si llevamos algo de dinero en la cartera porque las tarjetas no funcionarán, echamos de menos la vieja baraja metálica de las de toda la vida para poder chapar el negocio porque la eléctrica no funciona sin luz. Desearíamos tener una bicicleta a mano, una radio a pilas, un bolígrafo y unos folios en blanco e incluso una vela o una gastada baraja de cartas con los cantos abiertos. La cadena de valores, la necesidad y las urgencias se alteran cuando suceden cosas inesperadas y graves. Un apagón total lo es. Como lo fue la pandemia para todos, la dana para los vecinos de Valencia y el estallido del volcán para los palmeros. Muchos cisnes negros en poco tiempo.

Tiempos turbulentos

Se puede decir que vivimos instalados en la normalidad con un creciente número de momentos de excepcionalidad que tienen la capacidad de removernos por dentro y sembrar dudas sobre hacia dónde vamos. Acontecimientos sorpresivos que nos dejan a oscuras. Cisnes negros los llaman. Desafíos que no sabemos leer porque aún no hemos hallado la piedra roseta que traduzca los jeroglíficos de este nuevo tiempo. Al mundo le han salido nuevas y profundas grietas.

Convivimos con una guerra a las puertas de casa desatada por un neodictador ruso, asistimos a una aberrante campaña de liquidación del pueblo palestino y vemos –creemos que a lo lejos– una franja en llamas de seis mil kilómetros desde el Atlántico al Mar Rojo denominada Sahel y que encarna la síntesis de todos los riesgos y temores de Occidente: dictaduras golpistas, estados fallidos, hambrunas, desplazamientos masivos de población, esclavitud, terrorismo islámico, mercenarios a sueldo, temperaturas en aumento. Puro caos. El antiguo aliado, Estados Unidos, ha envejecido mal y rápido. Es hoy un ex líder mundial que renuncia a la cooperación, la colaboración, el intercambio internacional y la amistad en aras a un ultranacionalismo chusquero formulado bajo la idea del American First. El trumpismo, convertido en una epidemia global y coronado como corriente político-burlesca, arrasa a su paso a los conservadores clásicos, a los que barre electoralmente, les altera su código genético o los somete vía pactos.

China, el gigante que desprecia la democracia pero que no necesita ese plus para abrirse paso, lidera de facto el nuevo tiempo. La UE gira su cabeza comunitaria desde la cultura y el comercio hacia la defensa y la seguridad. El modelo de Estado de bienestar de posguerra, colapsado. La izquierda, en crisis, convertida en minoritaria, y a la búsqueda de una narrativa vivificadora y creíble. El liberalismo, fracasado. Según el politólogo Patrick Deenen, porque murió de éxito al triunfar garantizando la libertad individual y la prosperidad de las personas pero fulminando los cimientos morales y culturales que sostenían a la propia doctrina. Las desigualdades se amplían y actúan como catalizadoras del enfado global. Los grandes pactos por la defensa del planeta avanzan más en la retórica que en los hechos. Y el negacionismo se esparce hasta obligarnos a discutir argumentos absurdos, manipulados y estúpidos.

Es mejor arremeter que saber

Como vivimos en este permanente estado de shock, cuando la producción eléctrica cae un 60% en cinco segundos y deja a un país a oscuras lo primero que pensamos es en un ciberataque, vemos la mano de los rusos detrás de la oscuridad y nos abonamos a creer en complots, conspiraciones y sabotajes. En España acabamos de vivir un episodio de esa serie. Los especialistas de Red Eléctrica lo descartan. Sin embargo, admitir alguna explicación técnica convincente, lo que viene siendo racional, se hace muy cuesta arriba. Sea cual sea el diagnóstico de los expertos sobre las causas del apagón, los conspiranoicos seguirán atribuyéndolo a fenómenos paranormales o a conjuras palaciegas.

Debería decretarse por la autoridad competente que ante cualquier acontecimiento de la naturaleza que sea –fenómeno natural, de origen político, puramente casual, error humano, por una acción externa y deliberada, ataque bélico...– y antes de tener la mínima información para formarse un juicio de valor lo que procede es culpar al Gobierno, sea cual sea, aunque si es el de Pedro Sánchez, con más razón. El decreto podría contener un segundo aspecto: que mientras todo esté a oscuras y antes de saber nada de nada sobre las causas se permita que cada cual arrime el ascua a su sardina. Los pronucleares, contra el escaso número de centrales y el desmantelamiento por venir (aunque está por ver que guarde relación con el suceso, que eso no importa); las derechas concertadas pueden cargar libre y agriamente contra las renovables, con o sin razón; se puede arremeter contra el Ejecutivo por invitar al Rey a la reunión del Consejo Nacional de Seguridad en Moncloa o por no invitarlo, colores a elegir; los que se la tenían guardada, contra la presidenta de Red Eléctrica, que además cobra un dineral; las plataformas ultras, contra el Gobierno pero convocando las manifestaciones antes de conocer los motivos del apagón; Ayuso contra Sánchez por asumir la emergencia nacional para Madrid o por no asumirla, por hacer lo que criticó durante la pandemia o por hacer lo contrario. Así, sin anestesia.

Historia de dos Españas

Lo cierto es que cuando España se quedó a oscuras hubo dos países: el de la gente de a pie que, en su inmensa mayoría, actuó con serenidad, sentido cívico y de la solidaridad. Es la que compartió el coche, el agua, el pan y la linterna. El país en el que los profesionales de cada especialidad hicieron lo que pudieron y más para amortiguar el desastre, cada uno amarrado a su estacha. La España en la que no hubo pillajes ni escenas indeseables, la que hizo caso a las autoridades, se refugió cuando pudo en casa y estuvo atenta a la evolución de los acontecimientos. Así ocurrió, aunque algunos observadores desdeñen esa realidad por no adaptarse a un deseable caos que habría terminado por reventarlo todo para ganancia de pescadores. Y hubo otro país: el del ruido y la furia, el de la expiación de culpas por anticipado, que tenía material preparado para vomitarlo en las redes en cuanto volviera la luz. La luz se hizo y regresó intacto el país que agitó bulos y desató campañas infames en unos minutos. El que ya lo sabía todo antes de saber nada. No podían disimular su frustración por la reacción serena de la mayoría de la población. Tal es la división que existe entre un país de gente normal y el país de los agitadores. Los segundos hacen más ruido y agudizan el desasosiego, los primeros permiten que el país siga vivo aún a oscuras.

Frágiles, abatibles

En una situación como la del lunes todos compartimos la sensación de fragilidad. Nos sentimos piezas abatibles. Lo que creemos sólido se desmorona. Como se actúa en esa situación importa. Habla de un país, de sus ciudadanos, de su sociedad, de sus valores y su sentido común. Lo ocurrido es muy grave. Casi consolaría más saber que ha sido un ciberataque que un asunto sobre el que ignoramos aún las causas precisas y que por lo tanto es posible que pueda repetirse.

Hace bien el Gobierno en convocar una comisión de investigación y en pedir a Bruselas una auditoría independiente. La Audiencia Nacional también investiga si ha sido un acto de ciberterrorismo aunque nadie ofrece una pista en ese sentido. Y hace bien el PP en pedir que se explique todo con detalle y se depuren responsabilidades. Por supuesto que un episodio de estas características no puede ventilarse sin más. Tampoco debería medirse en cuánto cuesta a la economía de un país un apagón, que los expertos elevan a un máximo de 4.500 millones de euros. Sino en cuántas personas pudieron fallecer en una mesa de operaciones, atrapadas en un ascensor, en un accidente, porque su respirador dejó de funcionar o en un parto prematuro. De momento, hay siete fallecimientos acreditados aunque es posible que la cifra aumente: tres miembros de una familia murieron por la deficiente combustión de un generador en Orense, una mujer falleció por un incendio en Madrid; otra, dependiente de una máquina de oxígeno, perdió la vida en Valencia, entre otros.

La luz del sol como desinfectante

Explicaciones, todas. Responsabilidades, todas. Ya saben lo del juez Brandeis: la luz del sol es el mejor desinfectante. Claridad. Es cierto que vivimos en tiempos sin paciencia ni estómago para una digestión de un par de días. Todo es para ya. Incluso la explicación de un suceso como este que necesita profundizar en el análisis técnico para ofrecer un diagnóstico riguroso. Pero no se está dispuesto a esperar ni a aceptar la complejidad. Todo se devora rápido y se colocan argumentos que son puras opiniones en el vacío provisional de las explicaciones oficiales.

Sin embargo, hay cosas que no cuadran. Decir que el sistema ha funcionado a la perfección tras 12 horas sin luz en algunas zonas para referirse a la eficacia en la restitución del suministro es una contradicción muy evitable cuando aún están las linternas calientes. Es absurdo afirmar como hizo la presidenta de REE, Beatriz Corredor, que no volverá a repetirse algo similar antes de establecer las causas definitivas del apagón. ¿Eso cómo se come? Para afirmar que no ocurrirá de nuevo tendremos que saber primero qué es lo que ha ocurrido. De igual forma, tampoco se sostiene que Pedro Sánchez señale a la responsabilidad de los operadores privados antes de conocer las causas. Obvio que entre las empresas que generan la electricidad y la que la distribuye anda el juego. Pero si desde la Presidencia se pide prudencia hasta tener la información precisa, debe ser una exigencia de estricta autoobservancia.

Se necesitan explicaciones claras y contundentes, no especulaciones ni promesas de una vida mejor, y a partir de ahí la asunción de responsabilidades.

Cuñadismo nuclear

Para eso ya está el nutrido grupo de expertos en el sistema eléctrico que ha aflorado de repente. Saben de todo. De las causas del colapso, de las negligencias de REE, se conocen al dedillo cada informe del sistema eléctrico de los últimos 20 años, te explican la debilidad del mix energético, los riesgos de la exposición-país a la falta de una interconexión robusta con Francia. Puede que tengamos la mejor red de distribución eléctrica de la UE, pero lo que es seguro es que tenemos la mejor selección nacional de opinadores especializados en apagones y en sus causas ocultas. Y eso sin entrar en la procelosas y subvencionadas aguas del cuñadismo nuclear. La energía nuclear requiere un debate a fondo en España, basado en datos, con información fiable y actualizada, que nos permita formarnos una opinión sobre sus ventajas y riesgos. Lo que no necesita es una legión de voluntarios paniaguados que aprovechan un apagón para prometer la salvación colocando un reactor nuclear en la esquina de cada barrio.

Mueran las renovables

Otro fenómeno muy español que aflora estos días con renacida contumacia es la fobia a las energías renovables. Verán, no es gente que deteste exactamente la idea de que el sol o el viento puedan producir energía limpia. Es que tienen sus intereses en otras energías, sean directamente a través de las compañías o por intereses económicos derivados de todo tipo. En una división política de la generación de energía, consideran que las de origen renovable son cosa de la izquierda y las duras y clásicas incluidas las nucleares son de derechas, incluso de machotes. Tan absurdo como cierto.

Red Eléctrica lleva años trabajando en medidas que eviten lo que llaman "desajustes de frecuencia" por una supuesta amenaza a la estabilidad del suministro ocasionada por la integración masiva de energías renovables en el mix y la debilidad de la interconexión con Francia. Pero no es eso lo que les preocupa. Es otra cosa: de fondo escuchará usted el latido del negacionismo verde, intuirá el juicio sumarísimo a la agenda 2030 y la crítica feroz a las decisiones del Gobierno por su fundamentalismo climático, pese que se trata de un empeño auspiciado por la UE, que dispone que de aquí a 2050 la mayor parte de la energía que se consuma proceda de fuentes renovables. La diferencia es que en esto vamos en cabeza y somos líderes mundiales sólo por detrás de Alemania. La emisión per cápita de gases de efecto invernadero en España es ya la mitad de la media mundial. Ahí duele, aunque no se entiende por qué duele, salvo que el dolor obedezca a intereses inconfesables. Pero, ojo, si una vez sustanciadas las investigaciones, se acredita que, en efecto, el incremento de renovables en el mix es la causa del apagón sería una irresponsabilidad que el Gobierno camuflara el dato por más que pueda perjudicar al desarrollo de las renovables y a sus empeños políticos.

BREVERÍAS

Cien días de Trump

Trump ha logrado en sus cien primeros días de Gobierno meter a medio planeta en líos serios. Algunos tardarán años en resolverse, otros ataques al orden internacional igual ya no son restituibles. Respecto a sus relaciones con terceros países, cosecha rechazos, antipatía y políticas reactivas de subida de aranceles. Sólo Israel, que cuenta con su anuencia para seguir bombardeando Gaza libremente, y algún otro país ultra andan contentos con Trump. Respecto a la política exterior es un desastre sin paliativos: en aliados como Canadá a los conservadores les ha costado el poder su apoyo al Gobierno Trump. Internamente, sólo un 41% de los estadounidenses le mantienen su apoyo, el promedio más bajo de todos los presidentes al cumplir los cien días desde la Segunda Guerra Mundial. Resulta interesante saber cómo se va a medir el éxito o el fracaso de su acción política. Ha dictado 110 órdenes ejecutivas y tiene 122 medidas legales bloqueadas o rechazadas por la justicia. Moisés Naím lo escribió: hoy es más fácil conseguir el poder que nunca, pero también se pierde más fácilmente.

Vox, fuerte sanción y enredado con el banco húngaro

Los partidos que nacieron con un discurso más afilado contra la corrupción –Vox y SALF de Alvise Pérez, por ejemplo– son los que están teniendo más problemas por sus propios y presuntos casos de corrupción. Al líder de SALF lo investiga la justicia por una larga lista de casos. El Tribunal de Cuentas ha sancionado a los de Abascal con 862.000€ por infracción grave en sus cuentas durante tres años. Incumplieron la ley de donaciones recibiendo dinero en efectivo de personas o entidades sin identificar. Vox, que recurrirá al TS, recibió más de 330.000€ a través de cajeros automáticos por actividades promocionales. Pendiente está también que el banco húngaro MBH –controlado por Orban– entregue la documentación sobre los 6,5 millones del préstamo a Vox. Después dicen que no existe la internacional ultraderechista. Sí, hombre, que existe: es de donde vienen esas ayuditas generosas.

El mundo busca suelo residencial en España

La inversión inmobiliaria en España se incrementó en un 39% durante el primer trimestre del año, según datos de la consultora inmobiliaria CBRE. El mercado de suelo está muy caliente en nuestro país. En contraste, en la UE sólo creció un 6% de media. Después de Londres, Madrid es la segunda ciudad más atractiva para este tipo de inversiones. Barcelona figura en la cuarta posición del ranking. Los inversores se reparten al 50% entre extranjeros y nacionales. Del capital extranjero, la mayoría procede de Sudáfrica (14%) y de Reino Unido (13%). Además del suelo residencial (alquiler, residencias de estudiantes y residencias de la tercera edad), los compradores buscan terrenos para sus centros de datos, el agribusiness o el sector de la salud. El sector que sigue en la atonía es el de suelo de oficinas, que hasta la pandemia era el más pujante junto al inmobiliario. La extensión del teletrabajo –puro o mixto con presencial– ha ido reduciendo el interés de los inversores. Es una de las consecuencias más claras y directas de la pandemia.

Manolo el del bombo, la amable España perdedora

Ha muerto Manolo el del bombo, el emblema célebre del aficionado que seguía a la selección allá donde jugara. Se llamaba Manuel Cáceres Artesero, nacido en Ciudad Real. Tenía 76 años y un bar en Valencia. Era un tipo que caía bien, un símbolo amable de un tiempo en el que la selección de fútbol no ganaba nada. Estuvo en diez mundiales y siempre se quejaba de que la afición le costaba el dinero. El éxito de la selección, cuando cambió la furia y la testosterona camachista por el talento y el tiki-taka, opacó al señor de la boína que aporreaba el instrumento. El éxito le pagó mal su fidelidad. Pero durante muchos años fue el ejemplo del aficionado que nunca se rinde, que exhibe optimismo frente al fatalismo. Aunque entonces ignoraba que el aficionado quería triunfos, no un concierto de bombo en re mayor.

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