Andrés Cea | Crítica

Redescubriendo a Cabanilles

El instrumento de Santa Catalina de Zafra momentos antes del concierto

El instrumento de Santa Catalina de Zafra momentos antes del concierto / Jesús Jiménez

Muy pocos pueden presumir hoy día de un conocimiento tan profundo sobre el patrimonio organístico andaluz como el que tiene Andrés Cea (Jerez de la Frontera, 1965), patrimonio al que dedicó muchos años de estudio, inventariado y catalogación. En los últimos tiempos, Cea ha emprendido un trabajo exhaustivo en torno al impresionante legado de Juan Bautista Cabanilles, uno de los nombres mayores de la música española del Barroco. Y hasta el instrumento de Santa Catalina de Zafra vino a dejar una muestra de ese trabajo. Se trata de un órgano dieciochesco restaurado a principios de este siglo por el taller de Francisco Alonso, que tanto lleva haciendo desde hace décadas por el rico patrimonio de órganos granadinos.

Por más que el nombre de Cabanilles sea repetido una y otra vez como uno de los grandes clásicos del órgano español y su obra esté ya prácticamente entera editada, no es fácil escuchar su música más allá de algunas piezas archirrepetidas. Cea programó este concierto desde el ángulo oscuro de Cabanilles, es decir, a partir de obras muy raramente escuchadas (de hecho no estaban grabadas, hasta que algunas de ellas las registró el propio organista jerezano en un disco del sello Lindoro aparecido recientemente). El programa se completaba con una pieza de Johann Jacob Froberger, compositor centroeuropeo de una generación anterior a Cabanilles y esencial en el desarrollo de la música instrumental en todo el continente.

La elección de la obra de Froberger (Fantasia sopra Ut re mi fa sol la) se tramaba de forma especialmente sutil con el resto del programa, ya que una copia de ella se encontró en un manuscrito de piezas de Cabanilles y se trata de una fantasía en torno al famoso Himno de San Juan (Ut queant laxis), el que Guido d'Arezzo utilizó para dar nombres a nuestras notas musicales. Noche de San Juan que es la Noche de verano que invoca el Festival con su lema de este año. En un último giro juguetón, Cea tituló su concierto O vere beata nox (Oh, verdadera noche beatífica) trasladando la idea del fuego profano del solsticio veraniego al fuego sacro de la noche pascual.

Esas referencias, acaso demasiado eruditas si quieren, habrían valido realmente de poco si en la hora que duró el recital no se hubiera asistido a un espectáculo que combinó la hondura musical con la desbordante sensualidad. Desde los Paseos con los que inició su concierto hasta el Tiento de falsas con el que lo cerró, Cea mostró todas las posibilidades del instrumento, con flautados de nitidez y delicadeza infinitas, llenos de rica policromía y unas trompetas perfectamente empastadas con el conjunto, en absoluto estridentes. 

Con un impecable rigor rítmico, Cea diseccionó la polifonía de Cabanilles con una claridad admirable, jugando a menudo con el contraste de registros para las imitaciones (en el Tiento partido de bajos resultó especialmente apreciable), destacando los pasajes cromáticos y disonantes (como en las variaciones finales de la obra de Froberger) con un énfasis en la acentuación y moviéndose permanentemente entre ese lirismo exquisito de los registros más leves y la exuberancia sonora del conjunto que alcanzó lo majestuoso en el final del Tiento de 6º tono, con la trompetería al máximo de su esplendor. En un gesto de honestidad artística, Cea prefirió no cerrar el concierto con esta brillantez que parece inducir directamente a la ovación, sino que se refugió en el ritmo pausado, los claroscuros y las durezas armónicas de un misterioso e intrigante Tiento de falsas.

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