La crítica

'Egmont' salvó la noche inaugural

ORCHESTER WIENER AKADEMIE

Programa Ludwig van Beetthven: Sinfonía num 7 en la mayor, op. 92, 'Ah¡ perfido, escena y aria para soprano y orquesta, op. 65, 'Egmont', op. 84.

Solista: Bernarda Bobro (soprano). Narrador: Charles Dance.

Director: Martin Haselböck.

Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 19 de junio de 2015.

Aforo: Lleno

El problema que tienen orquestas reducidas que quieren ser fieles a los materiales que contaron los músicos en su tiempo es que fuera de espacios no específicos -un auditorio o una sala de grabación-, como no estén perfectamente distribuidas y cuiden con esmero la sonoridad conjunta y el sentido interpretativo pueden naufragar, como ocurrió en la primera parte del concierto inaugural con la Sinfonía núm. 7, de Beethoven. En un espacio grandioso, como el Palacio de Carlos V, la versión de la Wiener Akademia sonó pobre, incluso con desajustes, estridencias en algunos momentos en metales y con una cuerda opaca incapaz de darle el vigor y la elocuencia  que merece la partitura y a la que nos tienen acostumbrados, aquí mismo, las grandes orquestas que han pasado por este escenario. Le mejor que puede decirse de la versión de la partitura, que Wagner consideraba como "apoteosis de la danza", es que fue lo que indica el propio nombre del conjunto: simplemente académica, perdiéndose matices, grandeza y fuerza comunicativa.

En la escena y aria de Ah1 perfido, con la que el compositor aborda algo inhabitual en él como escribir arias al estilo italiano o, mejor dicho, a la idea italiainizante  de Mozart, la dibujó con agilidad la orquesta y Bernarda Bobro dio muestra de su sensibilidad expresiva y de su cálido sonido, que encontraría una dimensión más dramática en sus dos breves intervenciones en Egmont.

Fue precisamente en esta colección de ilustraciones musicales que compuso Beethoven  para ilustrar el drama en cinco actos de Goethe -escuchado en las salas de conciertos con sólo el nexo de un narrador para explicar algo de la tragedia- en la que la Orchester  Wiener Akademie alcanzó su dimensión más convincente. No voy a insistir en ese canto a la libertad, pagada con la muerte del héroe flamenco Egmont, decapitado junto a Horm, por orden del cruel Gran Duque de Alba; del ámbito creador del genio de Goethe; de la época y episodio que retrata y del sentido heroico de la música incidental de Beethoven que ya expliqué extensamente el pasado viernes en el análisis 'Egmont', la libertad se paga con la muerte.

Me ceñiré a la versión ofrecida que fue in crescendo, desde la Obertura inicial que condesa todo el espíritu de la partitura y que tantas veces nos ha conmovido en cuantas interpretaciones nos han ofrecido multitud de grandes orquestas. Hay que agradecer al Festival que haya programado, por vez primera en su ediciones, la música completa para la obra del autor de Fausto. Ese sentido de novedad ya tenía por sí mismo un atractivo incuestionable. Atractivo que quedó subrayado porque la orquesta se superó y abordó con contundencia los momentos dramáticos o grandiosos -caso de los entreactos o, sobre todo, del canto vibrante final de la Sinfonía de la Victoria, con su alarde de trompetería-, sin olvidar la calidez e intimidad de los instantes más expresivos, como el larguetto en re menor que retrata la muerte de Clara. Aunque sea una música complementaria a un texto el compositor muestra, como decía en el citado comentario, trazos de su genialidad y de su clamor por la libertad que está a lo largo y ancho de su creación.

Martin Haselböck cuidó y perfiló con esmero los contrastes, mientras la voz de Bernarda Bobro vibró intensa y dolorida en dos breves liederes, sobre todo en Freudvoll und leidvoll. Y, naturalmente, mención especial al narrador que tiene el peso de conducir y explicar la trama y resumir la tragedia original que se desarrolla en cinco actos en la escena real, utilizando algún verso del protagonista. La versión en inglés que ha hecho Christopher Hampton, traduciendo los textos adaptados de Franz Grillparzer del drama original, aunque, por natural diferente musicalidad entre las lenguas inglesa y alemana, la intensidad vocal no es la misma, encontró en el actor Charles Dance un seguro comunicador, aunque algo encorsetado por el libro. Decía en el análisis previo que tal vez hubiese sido mucho pedir haberla escuchado directamente en castellano, si alguien se hubiese atrevido a hacer la traducción, como ocurrió con la narración de Iván el Terrible.

En cualquier caso el broche de la noche beethoveniana fue intenso y la inauguración de la edición del Festival se salvó por este Egmont que nos hizo olvidar el tedio y mediocridad de su Séptima Sinfonía.

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