Crítica

La Joven Orquesta Nacional de España despliega toda la pasión de la juventud en un espléndido programa de música romántica alemana

  • Desde el primer acorde, toda una declaración de intenciones, se articula un discurso cargado de emotividad que nos conduce de forma contenida hasta una eclosión de emociones ante la que el espectador no puede permanecer impasible

La Joven Orquesta Nacional de España despliega toda la pasión de la juventud en un espléndido programa de música romántica alemana

La Joven Orquesta Nacional de España despliega toda la pasión de la juventud en un espléndido programa de música romántica alemana / PHOTOGRAPHERSMEDIA

La Joven Orquesta Nacional de España vuelve a visitar el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, y esta vez lo hace bajo la dirección del veterano director de origen israelí Eliahu Inbal. Juntos ofrecieron un programa que representa la apoteosis del sinfonismo romántico centroeuropeo, con el Preludio y muerte de amor, basado en Tristán e Isolda, de Richard Wagner, y la Sinfonía núm. 7 en Mi mayor de Anton Bruckner.

Abordar un programa como el que Inbal propuso al frente de la JONDE no es sencillo, tanto por los amplios efectivos orquestales que requieren ambas partituras como por su complejidad, pues son obras llenas de múltiples planos melódicos y expresivos y de un complejo y denso entramado semántico. Solo un director de gran trayectoria, que se ha especializado en el repertorio centroeuropeo del romanticismo, es capaz de desgranar estas obras ante un grupo de jóvenes músicos. Además, la JONDE representó un valor añadido a la propuesta, ya que su entrega y capacidad para absorber las indicaciones del maestro se hicieron evidentes en una interpretación cargada de pasión y vigor expresivo.

La primera obra del programa, el Preludio y muerte de amor de Wagner, es en sí un poema sinfónico que resume toda la historia de amor y dramatismo de la ópera Tristán e Isolda en una partitura cargada de simbolismo y elementos expresivos. Desde el primer acorde, toda una declaración de intenciones, se articula un discurso cargado de emotividad que nos conduce de forma contenida hasta una eclosión de emociones ante la que el espectador no puede permanecer impasible. Todo ello fue magistralmente interpretado por Eliahu Inbal y la JONDE, desde el suave inicio de los chelos hasta la exuberante exaltación de las cuerdas hacia el final. En contraposición al empastado discurso de la sección de cuerdas se yuxtapone un complejo entramado motívico de los vientos, poderosos y siempre presentes, destacando sobre todo las trompas wagnerianas y los oboes, pero sin relegar a un segundo plano el resto de las secciones.

Si el preludio del concierto fue impactante, no menos impresionante fue la interpretación de la Sinfonía núm. 7 de Bruckner, en la que cada movimiento es en sí un compendio de elementos compositivos, y todos juntos se constituyen como un monumento sinfónico imprescindible para la historia de la música.

Nuevamente, el director extrajo de la JONDE todo su potencial. La orquesta funcionó como un instrumento colectivo perfectamente calibrado del que emanaban los sonidos precisos en su justa intensidad, sin posibilidad de encontrar un fallo en la interpretación. Con la respiración casi contenida por miedo a quebrarla magia que se desarrollaba en el escenario del Auditorio Manuel de Falla, el espectador pudo sentir la sinergia existente entre los componentes de la JONDE y su director, quien juiciosamente supo disponer en los papeles solistas de las distintas secciones tímbricas a varios de los jóvenes integrantes, dándole laoportunidad de brillar con luz propia.

La ovación del público demostró no sólo el agrado ante la música escuchada, sino también la alta estima en que se recibió el esfuerzo y el vigor de los intérpretes de la JONDE y su director Eliahu Inbal; éste, en agradecimiento a tan calurosa acogida, ofreció fuera de programa una audaz y expresiva interpretación de la obertura de La forza del destino de Verdi.

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