Crítica

Pogorelich, en una lectura intimista de Chopin

  • Ivo Pogorelich hizo una lectura intimista y personal de algunas de las obras más significativas del polaco rompiendo la norma general de los pianistas que se enfrentan a un recital 

Pogorelich, en una lectura intimista de Chopin

Pogorelich, en una lectura intimista de Chopin / Festival Granada

Un recital íntegramente dedicado a Frédéric Chopin puede ser una delicia para gozar de la personalidad más subyugante que ha convertido al piano en el instrumento capaz de transmitir todas las emociones, sentimientos, sonoridades, elocuencias, fantasías, envueltas en una inconfundible realidad creadora. Pero también en un suplicio cuando se desbordan las ideas primogénitas del autor, para añadirle falsas interpretaciones que excedan de la lógica libertad que debe tener quienes ejecutan estas obras luminosas. Decía el propio Chopin a una de sus amistades, respecto a sus intérpretes: “No les escuches. A través de ellos no puedes oír nada de lo que tengo que decirte. Yo sufro mucho más que tú de ver lo que han hecho de mí. Vale más ser desconocido que tomado por lo que uno no es”. Y es verdad que muchas veces se ha confundido esa elasticidad que ofrece la dinámica virtuosista y al mismo tiempo intimista del polaco con cierta predisposición a adulterar al contenido completo del mensaje. ¡Qué lejos puede aparecer los últimos sonidos dramáticos que quedan flotando en el Preludio en mi bemol, de las rúbricas triunfales de las polonesas! Ni las gotas de agua de la visita a Pollensa, de la prueba técnica de los Estudios. En el Festival, por fortuna, hemos podido escuchar múltiples maneras de entender a Chopin, desde la exuberancia de Rubinstein al intimismo de esa ‘campesina del Alentejo’, como la definí en mi crítica, con el que abordó Maria Joâo Pires momentos chopinianos, entre tantos otras primeras figuras. Lo importante, al fin y al cabo, es no alejarse demasiado de la obra, de los matices, del cromatismo envuelto y envolvente, incluso del efectismo pianístico, con sus dificultades técnicas, que es parte esencial de las obras diversas, pero sólo como un elemento más que no puede ser caricaturizado y que es obligatorio superar para poder sacar de él toda sus belleza, emoción y transmisión anímica.

Valgan esas premisas para abordar el programa Chopin de Ivo Pogorelich que hizo una lectura intimista y personal de algunas de las obras más significativas del polaco. Y digo lectura no metafísicamente, sino que, rompiendo la norma general de los pianistas que se enfrentan a un recital, tuvo las partituras delante y el pasahojas al lado. Quizá para revelar que no se inventaba nada de lo que no estaba escrito y sólo aportaba el grado personal que podría extraer del original, porque no creemos que su memoria sea incapaz de recoger todas lo escrito en las partituras, manoseadas y casi a punto de volar –menos mal que el concierto fue en el auditorio- al menor soplo de viento, como hubiera ocurrido en el Palacio de Carlos V. Lo que pasa con esta fórmula es que en algunos instantes más parecía que estábamos en la lección pianística de un profesor eminente a sus alumnos que en un recital donde la comunicación y no el estatismo, muchas veces frío, diluye el fenómeno intérprete-público.

Claro que admiramos esa sutilidad sonora, la precisión matemática, la brillantez de los momentos luminosos del piano chopiniano que nos regaló Pogorelich, en una lectura intimista de Chopin sobre todo en algunos momentos de la Sonata núm 3, en si menor, op. 58. Ese magistral, denso, abismal ‘largo’ de la Sonata es difícil olvidarlo en interpretaciones que llegan a donde siempre quería llegar el polaco, al alma y al corazón del oyente. Como ocurre con el ‘finale’, repleto de elocuencia, dinamismo, pero nunca sin romper esa línea de absoluta armonía. Pero la lección magistral de Pogorelich tampoco es suficiente para descubrir a Chopin, como no lo es la espectacularidad desbordante.

El resto que, al comienzo y al final nos ofreció Pogorelich, siguió subrayando la lección de una técnica limpia, transparente, cuidando el sonido dentro de límites más intimistas que exaltados, en un dominio de la sonoridad expresiva del piano, aunque dentro de lo admirable también prevaleciera cierto grado de academicismo que conlleva siempre, en Chopin, lejanía y frialdad, incluso en la Fantasía en fa menor, op. 49 o en la Polonesa fantasía en la bemol mayor. Pese a ese estatismo académico y hermetismo comunicativo, que a veces puede rozar el tedio, la lectura física de las partituras fue modélica y el pianista, abrazado a ellas, tras sus dos regalos, fue despedido con una cálida ovación del público entregado, como admirados alumnos, al maestro de Belgrado.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios