Crítica

Pons y Floristán exaltan a la OCG

  • La Orquesta Ciudad de Granada anoche rozó el lleno en el Palacio de Carlos V con un programa variado en el que se escuchó el 'Preludio a la siesta de un fauno', de Claude Debussy-Manuel de Falla; 'Concierto para la mano izquierda en re mayor', de Maurice Ravel; y suite de ‘El pájaro de fuego’, de Igor Stravinsky

Pons y Floristán exaltan a la OCG

Pons y Floristán exaltan a la OCG / Mario Puertollano / Photographerssports

Concierto inaugural del ciclo sinfónico y lo que no es flamenco en esta edición, brillante y con la presencia de un conjunto tan querido en Granada y un director que no sólo fue eje del mismo, sino que estuvo presente en múltiples momentos inolvidables del Festival, desde La flauta mágica que dirigió en el Generalife, en versión de Els Comediants, hasta la Atlántida que representó la Fura dels Baus en la fachada de la Catedral, entre tantos otros. Pocos han merecido como él la Medalla de Honor del Festival que, antes de interpretar la suite de El pájaro de fuego, se la entregó Elena García de Paredes Falla, en presencia del director del certamen y el Comité local.

La Orquesta Ciudad de Granada, como en otras ocasiones, ha inaugurado los llamados Conciertos en Palacio que suceden a las tres noches de flamenco con el que el Festival ha iniciado la conmemoración del Concurso de Cante Jondo que se celebró en el Patio de los Aljibes.

El certamen intenta engavillar, cuando no aborda el flamenco en exclusiva, músicas universales de ese tiempo. En este caso el traslado al París de las primeras décadas del siglo XX, en el que vivió Falla, sumergiéndose en las esencias de Debussy, Ravel y hasta Stravinsky, que le dedicó una fotografía con un pié entrañable que recogimos en la publicación Falla y Granada. Al frente de la OCG, Josep Pons, que condujo a la orquesta granadina a la cima de los conjuntos de su especialidad clásica. Con el pianista sevillano Juan Pérez Floristán, vestido informalmente, con calcetines rojos y camisola, como si fuera un feriante, ofrecieron un concierto muy notable en una de las noches más calurosas del Festival.

Hablaba de Falla porque el programa se iniciaba con la versión que hizo el maestrogaditano para la Orquesta Bética de Cámara del esplendoroso Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, donde respetó el universo creador de la obra, pero obviamente fue una versión reducida, con el respeto que merece Falla, como correspondía a la Orquesta que debía interpretarlo. Pons y la OCG hicieron una primorosa recreación de esa visión más íntima y delicada que la original para gran orquesta y lo hizo, como tantas veces ha hecho, cuidando matices, trazando los planos instrumentales con precisión, casi con amor, correspondido por la orquesta que el maestro tanto mimó desde que estuvo al frente de ella.

La noche se concentraba en la interpretación del Concierto para la mano izquierdaen re mayor, de Maurice Ravel, con el pianista Juan Pérez Floristán, tantas vecestriunfador con esta singular partitura, entre ellas en el Maestranza donde, por cierto, iba más dignamente ataviado. La obra la escribió el compositor galo, entre los años 1929-31, paralelamente al famoso Concierto en sol mayor –que se interpretará también en estos ciclos-, sumándose a los músicos que dedicaron diversas composiciones para una sola mano para ofrecérsela al pianista Paul Wittgenstein que durante la primera guerra mundial perdió el brazo derecho durante el asalto ruso a Polonia. La obra es una genial lucha entre piano y orquesta, ambas enfrascadas en un diálogo donde se vincula el virtuosismo y la sonoridad y matices que puede ofrecer un piano pulsado con una sola mano con la vitalidad orquestal. Un solo movimiento, con dos temas opuestos, pero con una variedad de matices y volúmenes sonoros que requiere un pianista no sólo de una técnica excepcional, de un dominio absoluto de sus posibilidades de extraer sonoridades fortísimas, para competir con el ímpetu orquestal, sino también de interiorismo, calidez y emotividad.

Floristán bordó ese diálogo, respondiendo al lúgubre inicio orquestal de las cuerdas graves, y a los fortísimos con el mismo vigor, intensidad y dinamismo que abre un sendero luminoso y decidido. Esa lucha denodada entre piano y orquesta tiene momentos de esplendor, precisamente porque Floristán y Pons extrajeron, cada uno de su parcela, todo el contenido brillante, a veces sobrecogedor, otros interioristas, doloridos. Floristan se superaba, saltando prácticamente sobre el taburete, para extraer con limpieza y monumental fuerza el piano que tiene que competir con la orquesta. Los justos bravos para el joven pianista y el querido director nos aliviaron del calor que sufríamos y Floristán nos compensó regalándonos un sentido Preludio de Debussy, naturalmente para las dos manos.

Un momento del concierto de la OCG Un momento del concierto de la OCG

Un momento del concierto de la OCG / Mario Puertollano / Photographerssports

Terminó el primer concierto en palacio con la ‘suite’ de El Pájaro de fuego quedescubrió el París de 1910, gracias a Diaghilev y los Ballets Rusos, el genio deStravinsky, antes de aquellos despertares de una forma de hacer música que yadescubrió en La consagración de la primavera, cuando el músico había dejado a unlado su condicionamientos a la tradición de la música rusa, que aunque no laabandonara si la transformó en un mensaje universal y renovador. Las ‘suites’ de estecolosal ballet que, musicalmente hemos escuchado completo en otras versiones, suelen ser de 1919 y requieren una gran orquesta, por lo que una clásica que no tiene esa plenitud de elementos, ha de hacer un esfuerzo colosal para no perder la grandiosidad de la partitura, ni la plenitud de contrastes. Esfuerzo que director y orquesta hicieron inteligentemente, porque la genial partitura requiere un poder de concentración muy alto para manejar ese caudal de ritmos, desde la vibrante danza del pájaro de fuego, a la delicadeza de la ronda de las princesas, desde la infernal danza del rey Kastchan, a la 'berceuse' y el final rotundo, donde cada elemento orquestal, además de tener un protagonismo esencial, forma parte de ese estallido que ha cautivado a todos los públicos, tras la sorpresa de su estreno.

Pons saludó a cada uno de los grupos orquestales de la OCG que hicieron, sin excepción, una admirable ejecución. He recordado muchas veces, cuando he hablado de las versiones de esta obra, de las propias contradicciones del propio Stravinski cuando decía que la música no tiene por qué expresar emociones.

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