Festival de Música y Danza

Silvia Pérez Cruz, sensibilidad a ultranza

  • La artista catalana se encuentra con sus seguidores en la la Peña la Platería un día antes de su actuación en el Palacio de Carlos V con un espectáculo diseñado para el Festival

Silvia Pérez Cruz canturreaba la mañana de ayer, no sabemos si ya en tierras granadinas, eso de “yo no cantaba para que me escucharan o porque mi voz fuera buena”. Es Que me van aniquilando, de Enrique Morente y Pepe Habichuela. No sabemos si lo dijo porque la pregunta se la hicieron en Granada, en pleno carmen de La peña la platería, pero desde luego el público subió al cielo con ella.

Desde mucho antes de que llegara la catalana al encuentro organizado a tenor de su actuación de mañana en el Festival de Música y Danza, la sala ya estaba llena hasta los topes. Unas 120 personas murmurando, hablando entre ellas repartidas entre las mesas de la sala del Cante donde se ha sentado tanto público viendo a primeras figuras en el Albaicín durante décadas.

La Peña la Platería cumple 70 años de vida como centro neurálgico del flamenco de Granada –y la primera de España– y por primera vez acoge los encuentros del Festival de Música y Danza. Una especie de previa para los más fanáticos de la artista en cuestión, que sirve para alargar un poco más la magia de una actuación, que esta vez en el caso de Pérez Cruz, se adivina única por el efecto Festival: Palacio de Carlos V abrazando a otra obra de arte.

Una mesa y dos sillas de concierto verde con rosas rojas pintadas en el respaldo esperan a Silvia Pérez Cruz. El presentador y moderador, el cantaor granadino Juan Pinilla empezaba tirando de raíces cuando dijo sentir “orgullo platero” al ver como la sala se llenaba de “juventud” y de “melómanos”.

Tras ver un fragmento del documental de José Sánchez Montes sobre la Peña -como la llaman los de aquí de siempre- titulado Platería 70, entraba la artista. Silvia se sienta sonriente, divertida, en paz y con gestos entre el desenfado y el azoramiento de estar ante el público. Extraño pero real, es una persona que hace gestos de emoción y alabanza cuando Pinilla le señala el cuadro de Enrique Morente que se alza en uno de los laterales del escenario.

Una presentación arrojada de bondades –todas ciertas y necesarias– y comenzaban las preguntas del público, que excitado la miraba, la escuchaba y comentaba sus respuestas en voz baja con la misma artista, como si la conversación fuera entre dos. Pinilla habló de su arte, “ético y sentencioso” de “ideas y valores éticos”, de sabiduría que tiene que ver con la vida y con la música, decía.

El espectáculo de mañana, que guarda su secreto en las últimas horas, solo se hará aquí en Granada, en honor a una ciudad donde ella confesaba que querría vivir, se hará bajo el auspicio de una voz –la suya– guitarra, piano y contrabajo. El palacio de Carlos V verá cómo una garganta se merma en las alturas por voluntad propia a veces y se hace gigante otras, cuando el tema lo necesita, eso sí, porque Silvia Pérez Cruz obedece a las palabras del arte.

“A veces se me olvida que hay gente que incluso se cree lo que hago”, dice modesta y agradece divertida las alabanzas de Pinilla porque “uno a veces tiene bajones de autoestima”. Una de las preguntas se acerca a la distancia entre la música y la gente ‘normal’. Ella responde, clara, que “donde va el artista tiene que ir la persona”. Y no hay más.

Otra de las intervenciones roza su tema más conocido, y por el que ganó un Goya, No hay tanto pan: “la fuerza del arte es la libertad y yo hice esa canción porque sentí que tenía que hacerlo”, decía diferenciando entre la libertad y la actualidad.

Mientras se acumulaban las manos alzadas en la sala del Cante, Pérez Cruz, decía recordar “perfectamente” el aplauso tras dicha canción en su último concierto en Granada, porque con ella vivió la sensación de lo que pasa cuando la canta: “la gente necesita expresar que está de acuerdo con lo que dice”.

La inevitable en una entrevista entregada: qué significa Granada y el Pequeño vals vienés, del álbum de 2014 titulado como esta ciudad. “Me vuelvo loca aquí, pero creo que le pasa a todo el mundo”, decía ella que reconoce que en cuanto escuchó el poema de Lorca musicado por Cohen y cantado en voz de Morente, decidió que necesitaba cantarla y que hacerlo “fue un aprendizaje”.

Las últimas preguntas preludiaban lo que venía, el regalo de la noche de martes: “arráncate por algo”. Ella, dispuesta pero no preparada aún, esperó algunas preguntas más hasta que llegaba la última que lo dijo sin rodeos: “¿puedes cantarte algo?”.

Y entonces llegó, cogió la guitarra e hizo la magia. No eran tanto las ganas que la empujaban como el disfrute que desprende en cada gesto cuando de música se trata. Esperó dos pequeños temas hasta que llegó lo que toda la sala quería, el Pequeño vals vienés. Lorca, Morente y el amante granadino Cohen en una misma sala. A su manera, eterna sin quererlo ella, asumiendo que no es flamenca, que no conoce a fondo el arte pero que forma parte de ella de alguna manera.

Sin pretensiones lo hizo todo y nada más. Y ellos lo vieron quizás en un marco con tanta solera como el Carlos V, al menos en lo que a flamenco se refiere. Finalizaba el vals, y lo conjugó con Me van aniquilando para finalizar con eso de “Granada no tengas miedo de que el mundo sea tan grande”, Carlos Cano no se podía quedar fuera.

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