Festival de Música y Danza de Granada 2021 | Crítica

Ute Lemper, musa intemporal

Ute Lemper, en el Carlos V, anoche.

Ute Lemper, en el Carlos V, anoche. / Miguel Ángel Molina ( Efe)

El Festival Internacional de Música y Danza presentó la actuación estelar de Ute Lemper, una dama de la canción, además de actriz e intelectual, y una mujer fascinante que durante cuatro décadas ha demostrado ser una creadora poliédrica, pues se acerca al repertorio lírico del siglo XX y lo hace suyo. La arrebatadora personalidad de la cantante le ha valido el calificativo de la nueva Marlene Dietrich, elogio que ella matiza con humildad ante la grandeza de la que fuera una de sus principales fuentes de inspiración. Para su aparición en el Festival ha preparado el espectáculo Midnight in Granada, en el que Ute Lemper llenó durante hora y media el escenario del Palacio de Carlos V con un programa fascinante que no dejó indiferente a ningún asistente. Junto a ella un trío instrumental de excelente calidad conformaron el complemento ideal a su voz: el pianista Vana Gierig, el violinista Cyril Garac y el contrabajista Romain Lecuver.

Ute Lemper es una de esas artistas que no necesitan presentación, y de la que uno no osaría a realizar una crítica al uso, pues su valía y su visión personal de la música han sido proclamadas internacionalmente durante décadas. Y es que, al verla en el escenario, su voz y sus ademanes nos transportan a otro siglo, a otra época, por medio de una selección musical que sin embargo podemos decir que es intemporal. La artista, que no solo canta, sino que también va narrando sus experiencias vitales en relación al repertorio escogido, es una musa de la canción europea desde mediados del siglo XX hasta hoy. Y es que ella consigue lo que muy pocos han logrado: hacer suya la música de otros, y dotarla de una nueva dimensión y un nuevo significado.

El concierto se abrió con un ligero giro teatral, pues los músicos entraron en escena y comenzaron a tocar sin la cantante, que pasados unos segundos empezó a entonar como aperitivo una bella canción francesa desde bambalinas mientras, pausada y elegantemente, hacía su entrada en escena. Sin solución de continuidad enlazó con Falling in love again, de Friedrich Hollaender, dotando de coherencia y belleza cada nota que emitía. Como es habitual en ella, a lo largo de la noche fue enlazando canciones, engarzando parlamentos con la más expresiva entonación lírica, insertando adornos y arabescos, así como guiños a otras canciones... en definitiva, haciendo que su espectáculo sea una experiencia viva, espontánea y llena de arte, el mismo que ella emana por todos los poros de su estilizado cuerpo de belleza atemporal.

Y es que para la cantante la música es el alma de la palabra. En sus propias palabras, con la música la magia aparece, y el tiempo se detiene en ese momento entre hoy y mañana, en el que todo es posible. Es entonces cuando uno trata de preservar la felicidad que en ese instante se siente, aún cuando es patente que en cuanto acabe dicha magia desaparecerá. Mágica también fue la interpretación que hizo de algunas de las canciones de Jacques Brel, uno de los artistas fetiches de la cantante, de quien interpretó Je ne sais pas, Ne me quitte pas y Amsterdam. La voz de Ute Lemper se adaptaba a cada estrofa para darle el máximo sentido, a veces con fuerza desgarradora, otras susurrando las palabras. Y junto a ella en todo momento, el conjunto instrumental, destacando en esta ocasión el piano de Vana Gierig, que en todo momento desplegó entre arabescos y acordes una digna alfombra roja sobre la que hacer que La Voz brillase todavía con más fuerza.

A lo largo de su recital rindió homenaje a varios artistas que han sido importantes en su carrera, ya sea porque le sirvieron de inspiración, ya porque haya trabajado con ellos. En un entrañable parlamento recordó cómo conoció a Marlene Dietrich en París en el año 1987. La recuerda como una mujer con carácter, poderosa, pero también una mujer adelantada a su tiempo que avanzó el mundo del arte y la canción con una férrea idea de lo que para ella merecía la pena. A ella le dedicó una sentida y conmovedora versión de la canción Illusions de Friedrich Hollaender, y la melancólica Where have all the flowers gone, con la que rememoró cómo la gran Marlene tuvo que vivir exiliada, y tan sólo volvió un par de veces tras la II Guerra Mundial a su Alemania natal; en su anecdotario narró cómo la actriz y cantante una vez le dijo “he vertido muchas lágrimas, pero ya se secaron, así que me he lavado la cara con una botella de champán”, verdadera declaración de intenciones de un estilo de vida que Dietrich y Lemper comparten, mirando siempre hacia el futuro con valentía. Muestra de ello fue el himno generacional que supuso la poderosa Lili Marleen de Norbert Schultze y Hans Leip, o la canción Shtiler Shtiler, un canto de rebeldía enmudecido por la guerra, que rememoró en el violín de Cyril Garac al pueblo judío que tanto sufrió y perdió en la II Guerra Mundial.

Otra de las figuras homenajeadas fue Astor Piazzola, del que se cumple el centenario de su nacimiento. Ute Lemper lo conoció en París y pudo colaborar con él. Años más tarde montó un espectáculo con su música, que considera la labor de un visionario que inventó un nuevo estilo de tango, en el que la música penetra en la palabra. De aquel espectáculo interpretó Chiquilín de Bachín y Yo soy María de Buenos Aires.

Para despedirse, la artista, que es poesía en su voz y en sus movimientos, oteó el cielo de Granada para buscar la luna, tan presente en las canciones. Agradeció a la organización del Festival su profesionalidad y se congratuló de poder cantar en la Alhambra, un escenario sin parangón en todo el mundo. Para cerrar su concierto interpretó una de sus canciones favoritas: Avec le temps de Léo Ferré, que habla del tiempo, que pasa inexorable alimentando los secretos de la gente, pero que también los hace desaparecer. Y como colofón cerró con su particular versión de Blowing in the wind de Bob Dylan.

Como no podía ser de otra forma, el público asistente se resistió a que la musa del cabaret y la canción abandonara el escenario, y con una prolongada ovación la persuadieron a extender su recital con varias canciones fuera de programa: la bella Que reste-t-il de nos amours de Charles Trenet, donde la fantasía de su voz y su delicadeza fueron sobrecogedoras, y Die Moritat von Mackie Messer de Kurt Weill, el popular “Maquinavajas” que todo el mundo reconoció. En un alarde de elegancia y teatralidad, Ute Lemper enlazó esta cómica canción lazada con  una personal y sentida versión de la conocida canción Moondance de Van Morrison, con la que abandonó el escenario entre aplausos y vítores, cerrando la que, sin duda, es ya una noche memorable en la historia del Festival de Granada.

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