Concierto de Igor Levit en el Festival de Música y Danza | Crítica

La magia al piano de Igor Levit

  • La arrolladora personalidad del músico alemán se puso al servicio del último Beethoven en una velada espectacular donde interpretó tres de sus sonatas más personales y modernas en lenguaje

Una imagen de Igor Levit en el Patio de los Arrayanes.

Una imagen de Igor Levit en el Patio de los Arrayanes. / Jesús Jiménez / Photographerssports

El Festival de Granada continúa con su homenaje a Ludwig van Beethoven en el 250 aniversario de su nacimiento. Beethoven era, ante todo, pianista; en este instrumento inició su carrera como intérprete, componía sentado al piano y a él dedicó una importante parte de su literatura durante toda su vida. Las tres últimas sonatas, compuestas entre 1820 y 1822, conforman un corpus singular, ya que en cierto modo se consideran a la vez un testamento estético del autor y un presagio de lo que la escritura pianística iba a dar de sí durante el siglo XIX.

Igor Levit comprende a la perfección el estilo beethoveniano, a cuyo estudio ha dedicado el último año. Dentro de este profundo conocimiento del autor, concebir las tres últimas sonatas como obras relacionadas entre sí es completamente comprensible, y así lo demostró en su recital, dotándolas de una coherencia y unidad estética como cabría esperar para este legado artístico. Tocó de memoria y prácticamente de corrido estos tres monumentos de la música con una expresividad sobrecogedora.

El inicio de la Sonata op. 110 es delicado y amable, y evoluciona hacia el Beethoven vigoroso e intenso de sus sonatas de juventud. Formalmente, esta sonata y su sucesora mantienen una estructura clásica, pero el tratamiento motívico y el desarrollo melódico son ya plenamente románticos en muchos aspectos. El artista se inclinó ante el piano, conformando una unidad orgánica con el teclado al que extrajo magistralmente mil y un matices. El cuerpo del pianista se encogía o agrandaba conforme su discurso iba evolucionando hacia las sutiles delicadezas de los arabescos iniciales o la rotundidad de los pasajes en acordes del desarrollo temático, verdaderos pilares de la literatura beethoveniana.

Casi sin solución de continuidad el Allegro inicial desemboca en el Prestissimo central, todo un alarde de virtuosismo en el que el pianista delineó con la precisión del mejor arquitecto la melodía principal de entre los múltiples motivos secundarios emergentes. En la conclusión de la sonata emerge un tema con variaciones a modo de coral perfectamente construido, que el intérprete fue transformando y mutando para adaptarse a los múltiples matices del universo creativo del autor.

Sin levantarse del piano, tras una breve pausa para tomar aire en la que nadie se atrevió a aplaudir, Levit acometió la Sonata op. 110. Nuevamente, la vivacidad del primer Beethoven se hizo presente en la interpretación del pianista, que con su dúctil y precisa pulsación fue capaz de transportarnos a diversos universos sonoros a lo largo de la obra sin salir del estilo en ningún momento. Sin duda esta sonata es la mayor de las tres en cuanto a duración, con cuatro movimientos, y la más diversa en lo que a procedimientos compositivos se refiere.

Al Allegro molto del segundo movimiento, verdadero scherzo beethoveniano, le sigue un Adagio tremendamente personal, casi un impromptu nacido de lo más profundo del alma del autor en el que Levit volvió a transformar su estilo interpretativo para adaptarse a su concepción de la obra y regalarnos una delicada página del primer romanticismo, dentro de una coherencia y maestría sin igual.

La conclusión de esta sonata es una fuga a cuatro voces genialmente planteada por Levit, que fue distinguiendo cada nivel melódico entre la compleja y entramada escritura, y donde los episodios centrales constituyeron todo un museo de emociones y expresividad. El pianista necesitó, tras semejante esfuerzo interpretativo, levantarse por un momento del piano y poner en pausa la estrecha conexión con su instrumento, ocasión que aprovechó la audiencia para aplaudir profusamente.

La velada concluyó con la más personal y original de las sonatas beethovenianas, la Sonata op. 111. Concebida sólo en dos movimientos, cada uno de ellos es una página escrita con letras de oro dentro del testamento estético del autor. El primer movimiento Allegro con brio contiene una fuerza y espontaneidad que sorprenden hasta en Beethoven, y que fue aprovechada por Levit para volcar toda su energía en la obra, por momento incluso con brusquedad, pero siempre dentro de una semántica lógica y gran espectacularidad muy a propósito para la obra.

El segundo movimiento es una Arietta en adagio que contiene un tema con variaciones bastante libre y personal donde se hicieron patentes virtuosismo de Levit y su perfecta comprensión de la partitura, así como su maestría para desgranar las unidades temáticas y dibujarlas clara y distintamente. Todos estos elementos convirtieron la actuación de Levit en memorable. Una velada que ya queda para la historia del Festival de Granada en la que el público con sus aplausos le obligó a salir a saludar hasta cinco veces, reconocimiento que pese a estar notablemente fatigado por el esfuerzo artístico el pianista agradeció emocionado con humildad y una sincera sonrisa.

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