Música eterna
El 'Requiem' de Giuseppe Verdi según Harding: emoción contenida y la maestría interpretativa
El día de los pájaros de Messiaen con el piano de Pierre-Laurent Aimard
El segundo concierto de la Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia bajo la batuta del británico Daniel Harding, dentro del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, no defraudó las expectativas creadas. Si en su primera actuación embelesó al público con una noche consagrada a la música francesa, en esta ocasión llenó el Palacio de Carlos V con la emoción contenida de uno de los monumentos de la música sacra del siglo XIX: la Messa da Requiem de Giuseppe Verdi, una invocación solemne y profundamente humana ante lo inefable de la muerte.
La Messa da Requiem de Verdi fue compuesta como homenaje a Alessandro Manzoni, célebre escritor y figura moral del Risorgimento italiano. El compositor, profundamente conmovido por su muerte, lo terminó en 1874 a tiempo de ser interpretado en el primer aniversario de su fallecimiento, siendo él mismo quien lo dirigiera en la Iglesia de San Marcos de Milán.
La interpretación de Daniel Harding y la Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia se caracterizó una puesta en atriles intensamente expresiva, técnicamente impecable y de una unidad estética conmovedora. Pocas veces se asiste a un equilibrio tan logrado entre la arquitectura musical y la emoción descarnada. Harding dirigió con gesto claro, minucioso y contenido. Su enfoque se basó en una construcción orgánica del sonido: cada plano tímbrico se desarrollaba con naturalidad, cada transición era medida con esmero, cada crescendo nacía desde el silencio con un control admirable. En este sentido, la orquesta sonó como un único cuerpo: flexible, ágil y al mismo tiempo con un peso emocional profundo.
El Coro, preparado por Andrea Secchi, fue sencillamente imponente: dúctil, seguro y con una dicción que permitía seguir el texto casi palabra por palabra. Capaz de transitar de lo colosal a lo íntimo sin perder cohesión, demostró estar a la altura de la obra y del espacio monumental en el que se presentaba. En las secciones corales más rotundas, como el célebre Dies irae, el conjunto desplegó toda su potencia sin perder ni un ápice de precisión. La cuerda, perfectamente empastada, ofreció un sostén envolvente de gran riqueza en matices; los ataques eran limpios y el fraseo, de una elegancia natural. En los momentos más vehementes, como el Confutatis o el clímax del Libera me, los metales y la percusión imprimieron pinceladas de carácter con una rotundidad exacta, como si cada golpe tuviera sentido más allá de su impacto físico.
Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia
Programa: Giuseppe Verdi, Messa da Requiem.
Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa
Director: Daniel Harding
Director del coro: Andrea Secchi
Solistas: Federica Lombardi (soprano), Teresa Romano (mezzosoprano), Francesco Demuro (tenor) y Giorgi Manoshvili (bajo).
Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 6 de julio de 2025
Clasificación: 5 estrellas
El cuarteto vocal se mantuvo a la altura del conjunto orquestal. Federica Lombardi, con una voz lírico-spinta, combinó solidez en los agudos con una proyección emocional que rozó lo conmovedor en el Libera me. Teresa Romano fue una mezzosoprano de timbre oscuro y vibrante, rica en armónicos y capaz de colorear cada intervención con un sentido dramático muy afinado; la cantante estuvo siempre oportuna y demostró gran versatilidad, capaz de proyectar autoridad en el Liber scriptus a la vez que ternura conmovedora en el Agnus Dei, magníficamente interpretado a dúo con Lombardi. Francesco Demuro aportó un tenor luminoso, de fraseo claro y elegante, brillante en el Ingemisco. Y Giorgi Manoshvili firmó un bajo de gran rotundidad y nobleza, dotado de ese peso lírico tan oportuno que requiere la partitura, especialmente en momentos solemnes como el Mors stupebit, sustentando la armonía del conjunto en el Confutatis o el Domine Iesu Christe, en el que desarrolló su faceta más lírica en un preciosista trío junto a Romano y Demuro.
Por encima de la precisión técnica y del nivel vocal de los solistas y del coro, lo que convirtió este concierto en un momento memorable fue la tensión narrativa que Harding supo mantener a lo largo de más de ochenta minutos, construyendo un sonido inmaterial y orgánico, de tensión controlada en los crescendi y delicadeza máxima de los pianissimi. La refinada técnica de la orquesta y el gesto cuidado y efectivo de Harding, unido a un elenco vocal muy oportuno y un coro vibrante y preciso en cada intervención, dotaron a la interpretación de este monumento verdiano de toda su solemnidad y todo su esplendor.
Este Requiem, más allá del uso litúrgico, se constituye como una obra operística, con pasajes belcantistas de los solistas y un coro rotundo y presente en gran parte de la obra. Es un drama humano vestido de rito, una súplica colectiva que habla tanto del miedo como del consuelo. Y eso fue exactamente lo que se vivió en el Palacio de Carlos V: una interpretación con peso espiritual, con hondura artística y con la belleza de aquello que no necesita subrayarse porque ya resuena por dentro.
En manos de Harding, la Messa da Requiem de Verdi se alzó como un canto universal, una música eterna que evitó todo efectismo para poner en primer plano la sinceridad de la expresión. Fue todo un testimonio del arte en su forma más noble y conmovedora, que nos reafirma en la convicción de estar ante una de las grandes batutas del momento.
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