Ballet de Montecarlo | Crítica

El refinamiento del Ballet de Montecarlo

  • El conjunto dirigido por Jean-Christophe Maillot lleva a escena un espectáculo conmovedor y lleno de detalle y preciosismo

El prestigioso ballet durante su actuación en el Teatro del Generalife.

El prestigioso ballet durante su actuación en el Teatro del Generalife. / Jesús Jiménez / PhotographerSports

La razón de ser del Festival de Música y Danza es precisamente poder ver en la colina de la Alhambra espectáculos como el que desarrolló el Ballet de Montecarlo este fin de semana, repitiendo el mismo sábado y domingo. Es cierto que la calidad de todo lo que se organiza es alta, y que los lugares, en general, se visten de gala para albergar estos montajes. El Festival tiene la obligación de programar actuaciones excepcionales que no puedan disfrutarse durante el año en la ciudad. En este sentido, la cita ha cumplido. Este miércoles, con la Compañía Nacional de Danza este hecho volverá a repetirse y el Festival acogerá otro gran espectáculo en el ámbito de la danza y el ballet.

La fierecilla domada, a juzgar por la cantidad de obras que ha inspirado y por los idiomas a los que se ha traducido en todo el mundo, es una de las piezas más importantes de Shakespeare. En ella, el genio inglés explora el alma humana y retrata una mujer de fuerte personalidad que se rebela ante la vida que otros quieren que lleve. La comedia, que permite acercarse a otras fuertes personalidades de sus pretendientes, amigos y familiares, es una obra muy coral, con gran número de personajes y con multitud de vicisitudes y una ocasión, como se pudo observar, ideal para ir relatando pasajes del alma humana y de relaciones entre seres que se quieren, se desconocen, se atraen y se parecen más de lo que les gustaría y es por lo que una y otra colisionan a la hora de hacer sus vidas.

El tema no es fácil, ni son tiempos estos en los que guste recrearse sobre cómo se doblega a alguien en su personalidad, por eso, había expectación por ver qué planteamiento y desarrollo hacía el gran coreógrafo y director del Ballet de Montecarlo, Jean-Christophe Maillot.

La excelencia sea precisamente el punto de partida. El público que ha abarrotado las dos funciones de esta mítica compañía de ballet, afincada en el reino monegasco, ha podido deleitarse con las coreografías, diseños, vestuarios y todo el refinamiento que conlleva esta producción. Es sencillamente imposible describir la belleza de este espectáculo, pues cada una de las coreografías, está preñada de símbolos, coreografías y filigranas en el aire que darían como para estar escribiendo días.

Las escenas en las que interviene toda la compañía funcionaban como un perfecto reloj, sugerentes, exuberantes. Las escenas, con solo un personaje o dos, como todo el largo comienzo del segundo acto con la pareja protagonista, eran aún más conmovedoras, llenas de detalle y de preciosismo.

Si el Ballet de Montecarlo puso el refinamiento, el esmero y la elegancia; el Generalife, con sus sabios cipreses, puso la pasión. Este espectáculo está creado con una utilización escénica de gran economía. Lo preside una majestuosa escalera que luego va adoptando distintas posiciones y también cuatro largas columnas igualmente adoptan un color y una posición diferente según el momento del argumento, desde elementos menores y más frívolos, hasta una posición amenazadora e inquietante, pero no podemos olvidar que es un espectáculo compuesto para desarrollarse en una gran caja negra de teatro, en la que ir desarrollando esa escenografía.

Este fin de semana, el Ballet y sus responsables han entendido que la majestuosidad del escenario del Generalife permitía un lucimiento inigualable al propio espectáculo, y a todos sus elementos, y así ha sido. Todo se ha hecho incorporando el espacio escénico como un elemento más, y eso ha conferido esa pasión tan necesaria a este espectáculo refinado. Ha sido un fin de semana grande en el Festival de Música y Danza.

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