Vivir deprisa, amar despacio | Crítica SEFF

Controlar las pulsaciones

Deladonchamps, Lacoste y Podalydès en una imagen del filme de Honoré.

Deladonchamps, Lacoste y Podalydès en una imagen del filme de Honoré.

La decimosegunda película de Christophe Honoré, otrora gran esperanza blanca del cine francés (17 fois, Cécile Cassard, Ma mère, Les chansons d’amour) y hoy acomodado en las inercias industriales, autoriales y maduras de temporada, toma el relevo de la exitosa 120 pulsaciones por minuto en su regreso (de aires autobiográficos) a los primeros años 90 con banda sonora de Massive Attack, Cocteau Twins o Prefab Sprout para apaciguar la angustia del sida, sus estragos y a sus supervivientes en un retrato de personajes que se aferran a la vida, la cultura y el amor a pesar de las circunstancias.

Un escritor parisino en la treintena, homosexual y padre de un hijo (Deladonchamps), su vecino, amigo y confidente (Podalydès) y un adolescente bretón en pleno proceso de afirmación (Lacoste) conforman un trío de vínculos, conversaciones cultas, viajes y encuentros sexuales que Honoré despliega a fuego lento, por separado, intentando insuflar una suerte de emoción vectorial y contenida al relato de unas vidas amenazadas por la enfermedad y el fantasma de la muerte pero vividas con el impulso de la ilusión y el descubrimiento del amor, la amistad masculina, el deseo, la paternidad ejemplar y el sentido del legado como motores intemporales.

Vivir deprisa, amar despacio busca así su particular hueco en la normalización para salas de versión original de unos años duros para la comunidad gay, abrir ventanas para airear una casa estigmatizada y dramática, proponer una revisión de la historia reciente no tanto desde la nostalgia dolorida como con una voluntad de proposición para el futuro (ahí está ese hijo y esos jóvenes) de las nuevas generaciones. El formato es más bien convencional, los referentes culturales explícitos (El Piano, Querelle, Boy meets girl), el tono casi siempre controlado y tenue, la intensidad oscilante, aunque la pretendida emoción catártica no termine de cristalizar y liberarse del todo, tal vez por esa misma y calculada voluntad de contención.