Abuelas esclavas en la playa
Primero se ocuparon de sus hijos y ahora les toca ocuparse de sus nietos · La época estival no es sinónimo de vacaciones para muchas de estas mujeres
"¡Abela, abela!", grita un niño de pie sobre la arena. Una mujer de alrededor de 70 años sale de su casa en primera línea de playa en Torrenueva. La mujer se dirige con la lengua fuera hacia su nieto, mientras que el abuelo está cuidando de la criatura. Pero el infante no pierde ojo de los movimientos de la persona con la que más tiempo ha pasado desde que nació. Cuando ya quedan pocos metros para que llegue hasta él, se adelanta corriendo con torpes pasos y se lanza en el aire a los brazos de la anciana, que soporta el envite como puede, amortiguado por el cariño que tiene hacia esa personita.
Durante estos días es bastante habitual ver en la playa a un buen número de abuelas que 'lidian' con sus nietos, algunas incluso llegadas desde otras partes de la geografía con este exclusivo fin o bien que se encuentran con esta ocupación cuando han planeado venir unos días a descansar.
Aunque las clases han terminado, el trabajo de sus padres debe continuar. A ello se suma que con la crisis ambos cónyuges deben agarrarse a lo que les salga, y en la Costa el turismo no deja de ser una oportunidad para muchas familias. Si a ello se le suma el hecho de que no suele haber dinero para cuidadores y que los abuelos "al fin y al cabo no tienen nada que hacer", según creen los propios hijos, la ecuación da como resultado una tercera edad repleta de responsabilidad, más de la que les corresponde, según los expertos.
Antonio Guijarro Morales, autor de El Síndrome de la Abuela Esclava (Pandemia del Siglo XXI) y descubridor de este fenómeno, nació en Guadix y es doctor en Medicina y Cirugía por la Facultad de Medicina de Granada. Este médico explica que "las primeras abuelas esclavas crecieron en años de posguerra. Fueron niñas buenas y obedientes. Se ejercitaron en trabajar sin rechistar. Siendo adolescentes no les enseñaron casi nada, pero les inculcaron un excesivo sentido del orden, la responsabilidad, la dignidad y el pudor. Posteriormente, son amas de casa con responsabilidades familiares asumidas voluntariamente y con agrado durante muchos años, hasta que llega un momento en que las tareas cotidianas les sobrecargan, llegando a extenuarles. Pero no se quejan".
Marina antes se apuntaba a todas las actividades para mayores del Ayuntamiento de Motril. Ahora no. Le suelen dejar a su nieto, un niño hiperactivo, que hace todas las comidas en casa de sus abuelas. A su madre no le gusta cocinar. Ella adora al pequeño, pero desde hace años no se habla con su nuera, aunque eso no es impedimento para que ejerza de canguro, ahorrándoles un buen pico, que ellos han empleado en hacerse una casa nueva, un piso en la playa, un coche… El marido de Marina le comenta en la playa de Poniente -mientras ella intenta ponerle el bañador al nieto- que se están aprovechando de ella, porque sus hijos tienen dinero como para contratar a alguien que se ocupe del niño. Ella no quiere escuchar.
Según el profesor Guijarro, estas mujeres "se amargan, porque temen decepcionar a sus seres queridos, se aterran al vislumbrar que acabarán sufriendo de alguna manera el desamor y, quizás el desprecio, de aquellos que más quieren en este mundo, que a la vez más la están decepcionando".
Otro problema, es que no sólo se quedan con los niños durante el tiempo en el que sus hijos están trabajando, sino que también los padres se creen en el derecho de "disfrutar de su tiempo libre" en un día de fiesta. La motrileña Antonia comprende que su hijo y su nuera tienen que trabajar, pero no se explica por qué al llegar un sábado o un domingo tenga que soportar unas jornadas maratonianas, que acaban con la paciencia de ella y del nieto. Sin embargo, no dice nada a su hijo (aunque están al corriente de su problema todas sus vecinas). "Temo que si digo algo, ya no me traigan más al crío". Aunque quiere hacerse la valiente sabe que llegará un día en el que no pueda levantar al niño, que ya pesa 20 kilos.
Según Guijarro, "son incapaces de pedir auxilio con suficiente expresividad. El excesivo sentido de la dignidad son dominantes inclusive respecto al propio y natural instinto de conservación".
"Los ingresos hospitalarios y las temporadas que las pacientes pasan fuera de sus domicilios habituales, liberadas de las cargas cotidianas, determinan mejorías espectaculares", afirma el experto.
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